A 50 años de la muerte del «Che»

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Todo le salió mal en la vida a Ernesto Guevara de la Serna, el ‘Che’, excepto la muerte. Esta, en cambio, hace 50 años le llegó el día que era, en el lugar ideal, a la hora precisa, a manos de quienes debían asesinarlo y en la forma que su egolatría lo necesitaba. La confluencia de todas estas circunstancias le otorgó lo único que buscó durante sus 40 años de vida: ser un alma libre de toda culpa, ejemplar, heroica, venerable e inmortal, ubicada más allá del alcance del tiempo y de la historia.

“La verdad de un día no es la de siempre”, era uno de sus lemas principales.

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 La gloria y la fama inconmensurables que el ‘Che’ alcanzó con su participación en la guerra revolucionaria cubana fueron una talanquera que Fidel Castro no podía saltar de un brinco para quedarse desde el comienzo con el poder absoluto en sus manos y las de su hermano Raúl. No estaba dispuesto a ceder ante la idea china de revolución comunista que exigía el argentino ni a aceptar las diatribas y las difamaciones que soltaba contra la Unión Soviética, su aliada estratégica. Los combatientes más notables que acompañaron a Fidel en la guerra contra la dictadura de Fulgencio Batista y que luego se opusieron al curso engañoso que tomó la revolución, terminaron fácilmente muertos o exiliados en Miami.

El ‘Che’ no estaba para huir de la llegada del comunismo en la isla a emplearse en una gasolinera de La Florida. Era un estorbo intocable, una aguja venenosa clavada en el corazón de la revolución leninista cubana –que él concibió de otra manera– y un hueso imposible de roer.  Para salir deliberadamente de él sin que fuera evidente y el mundo se le viniera encima, Fidel debió echar mano de lo más delicado y agudo de sus cualidades diplomáticas, toda su perversa e histórica genialidad política y su innata capacidad retórica para dar a entender falsas realidades y expresar sentimientos contrarios a la verdad y a la razón.

Fidel preparó en silencio la “Operación Mameluco” con Manuel Piñeiro, ‘Babarroja’ (jefe de la inteligencia cubana) para deshacerse de la persona del ‘Che’ en circunstancias con las cuales agrandaría todavía más el heroísmo y el honor revolucionarios que ya tenía y solamente conservaría para su propio beneficio la leyenda épica, los restos mortales y el ejemplo inmaculado del ‘Che’ como mártir, con los que ha estado marcada la propaganda del régimen y alienada la educación pública durante cincuenta años.

Fidel, pues, convenció al ‘Che’ de la necesidad de ir a la parte más alta de Suramérica para encabezar una guerra revolucionaria de guerrillas –extensión de la cubana– que bajaría por las montañas hasta el mar –como el agua– y cubriría toda la geografía continental. Esto forzaría a Estados Unidos y sus aliados a emprender acciones militares de ocupación en todos los países “liberados” y se desataría la tercera guerra mundial. Enseguida –como en Vietnam– el ‘Che’ vería derrotado al gran imperio capitalista y lo pondría en retirada para siempre, humillado y avergonzado.

Por último, después de varios millones de muertos, el territorio que va desde México hasta la Argentina sería –fundido en una sola unidad nacional– uno de los países más grandes del mundo y estaría gobernado únicamente por la mano férrea y redentora del ‘Che’, quien lograría crear, por fin, la primera sociedad compuesta por lo que él llamaba “el hombre nuevo socialista”.

Así de hábil fue Fidel –insuperable encantador de serpientes– y así de inocente fue el ‘Che’ Guevara.

El país escogido para emprender la gran revolución fue Bolivia –en lo más alto de los Andes, el antiguo Alto Perú–, conquistado el cual caerían enseguida Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Perú y Brasil. En una fase siguiente entrarían Ecuador, Colombia, Venezuela, Centroamérica toda y, por último, México.

 –¡Seré el segundo Bolívar! –vociferaba el iluso ‘Che’ cabalgando por un sendero selvático de Bolivia, vestido de harapos y blandiendo un machete sobre su cabeza, según lo relató en su diario el cabo Ricardo Roselló, quien lo acompañó desde la Sierra Maestra hasta segundos antes de ser cazado y fusilado al final de una gigantesca operación militar de 30 mil hombres que formó una tenaza en su contra y congregó en las sombras por igual a la CIA americana y la KGB soviética, incitadas astutamente por Fidel.

 El ‘Che’ partió con una veintena de veteranos de la revolución cubana y en Bolivia reclutó a otros tantos lugareños, entre los que no se percató que abundaban vagos y perezosos. Tampoco de un ex policía que no tardó en delatarlo para recuperar su empleo. ‘Barbarroja’ le suministró dinero en efectivo, le hizo llegar armamento –mucho menos del que necesitaba– y lo proveyó de mapas en los que no existían las montañas y los ríos que debía tener en cuenta para articular su guerra de guerrillas que comandaría. Se extravió continuamente, varios de sus hombres murieron sin haber combatido y toda la tropa se enfermó vagando por torrentes y alturas de la jungla que sí existían en la vida real.

‘Barbarroja’ también le suministró  al ‘Che’ un radio intercomunicador Zenit Transoceánico de gran potencia, igual a los que utilizaba la CIA. Sin embargo, solamente podía captar la señal que salía de Cuba y nunca llegó a Bolivia la llave prometida que le permitiría transmitir información desde la manigua donde estaba ya condenado a una muerte segura. Por medio de ese mismo Zenit, el 3 de octubre de 1965 él y sus hombres, mientras espantaban una bandada de zancudos, oyeron a Fidel Castro leer con entonación funeraria una supuesta carta de despedida del ‘Che’ que este escuchó reducido a la nada:

“En una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera). Muchos compañeros quedaron a lo largo del camino hacia la victoria”, dijo Fidel que supuestamente había escrito el ‘Che’.

 Otros apartes de la carta que leyó Fidel atribuyéndosela al Che, dicen:

         ­– “Hago formal renuncia de mis cargos en la dirección del Partido, de mi puesto de Ministro, de mi grado de Comandante, de mi condición de cubano. Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos”.

         –“Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos”.

         –“Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad, salvo la que emane de su ejemplo. Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos. Que he estado identificado siempre con la política exterior de nuestra Revolución y lo sigo estando. Que en dondequiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano y como tal actuaré. Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse”.   El diario de Roselló, citado por JJ Benítez en su libro “Las últimas horas del ‘Che`”, sostiene que Ernesto Guevara “se volvió hacia la radio y lanzó una patada. Pero no alcanzó el aparato. Fidel lo tenía todo calculado…”.

El ‘Che’ fue conocido por su desagradable olor corporal si bien no se bañaba. Alguna vez defecó estando desmayado y al volver en sí solamente se cambió el pantalón, pero no se lavó el cuerpo. Leyó casi cuatro mil libros, disfrutaba con los fusilamientos, tuvo doce amantes conocidas. Fue estudiante mediocre, despiadado en los castigos, inmune al ridículo, ambicioso, machista y aborrecía a los homosexuales. Se aficionó al ajedrez, a la poesía, al rugby y al golf. Creía ser un profeta y dormía entre dos y tres horas al día.

El cuadro favorito del ‘Che’, que contempló toda su vida, fue el enigmático óleo ‘La nave de los locos’ (ver aquí), del pintor Jheronimus Bosch (1450-1516).   

Deambuló por la selva boliviana marchando hacia ninguna parte, hasta caer en poder de todos sus enemigos, entre los que al final estaban en distinta forma Fidel, la CIA, la KGB, el partido comunista de Bolivia, la mitad de sus escasos combatientes y Tania, su última amante, una joven argentina, esbelta, de origen alemán, sensual, rubia y de ojos verdes con la que se iba de la mano para hacer el amor en las orillas de los ríos. Del ‘Che’ solamente quedó la glorificación y crece cada vez más, principalmente entre las juventudes que veneran su rostro alrededor del mundo, aunque, poco a poco, son menos los que saben a ciencia cierta quién fue.

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