Prefirió que la llamara Ana, su nombre comercial, y no como sus padres le nombraron hace 32 años cuando nació, en un barrio de La Habana. Y es que su nombre original nada tiene que ver con la entrevistada, un travesti que vende su cuerpo a turistas extranjeros o nacionales, en una de las esquinas del populoso Parque Central de la capital de Cuba.
Estudió pedagogía y ejerció como profesora, mientras los fines de semana se daba a la prostitución homosexual con apenas 18 años, pues su salario estatal no le cubría sus necesidades económicas. Hasta el día que pasó a esta profesión a tiempo completo. Orgullosa de lo que es -travesti- y no de lo que hace -prostituirse-, Ana trabaja día y noche en busca de clientes, en su mayoría hombres casados, con hijos y nietos, policías, abogados, médicos, reprimidos, afirma.