Colombia botó a la basura 179 mil millones de dólares

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El argumento más sonado y exprimido contra la paz pactada por el Gobierno de Colombia con las FARC se ha valido sin excepción del “altísimo” costo que le significará al país. Esa es, realmente, la opinión –dicha en cien mil formas distintas– de quienes se oponen a la incorporación desarmada de esa guerrilla a la vida civil.

Revisando las cuentas monetarias colombianas de la muerte entre los años 1964 y 2016, el economista, ingeniero y exministro de estado Diego Otero Prada encontró que no ha habido nunca nada más caro y empobrecedor para el país que la guerra intestina. En el lapso mencionado de 52 años ha gastado –solamente de los fondos públicos nacionales– USD$179 mil millones. Estas cuentas no incluyen el dinero gastado por las administraciones regionales y locales.

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La oposición a la paz se hunde en la maldad y la injusticia argumentando su “alto costo”. Falso. Por ejemplo, todo el dinero que el Gobierno tiene calculado para financiar la incorporación de la totalidad de los combatientes de las FARC equivale solamente al presupuesto nacional de 10 días de guerra.

Otero Prada escudriñó con diligencia y cuidado todas las leyes anuales de presupuesto expedidas por el congreso nacional entre 1964 y 2016, así como las cuentas oficiales del ministerio de Defensa, de la Policía Nacional y organismos de Inteligencia y con el análisis final y las cifras –frías y escuetas–, publicó el revelador libro “Gastos de guerra en Colombia”, cuya lectura, cargada de números oficiales y reales, resulta incuestionable. Es tan claro como que dos más dos son cuatro.

 Repito, la cantidad de dinero de los impuestos nacionales enterrada en la guerra en el transcurso de esos 52 años suma $179 mil millones de dólares. Resultado que tampoco incluye la suma de gastos reservados, a través de los cuales la guerra fue un pretexto sin castigo ni control para robar a manos llenas.

En el prólogo del libro, Camilo González Pozo, presidente de la fundación Indepaz, se pregunta con asombro: “¿Qué significa descubrir que en Colombia para hacer la guerra se ha gastado de los impuestos pagados la colosal cifra de $179.000.000.000 (ciento setenta y nueve mil millones) de dólares de hoy?”.

No logro responder la pregunta y cuando creo tenerla absuelta me pregunto por el tamaño de valores espeluznantes que tampoco incluye el libro: ¿cuál es el precio monetario de los muertos, de los mutilados, de los huérfanos cuyas vidas productivas se echaron a perder, de los traumas diversos e irreparables que sufren millones de sobrevivientes?

Durante la mayor parte del período estudiado por Otero Prada, Colombia tuvo más soldados y policías que maestros de escuela y la educación pública nunca fue gratuita. Los hospitales estatales han sido muladares de mala muerte y la inmensa cantidad de pueblos del país están postrados en el atraso, el aislamiento, la insalubridad y la injusticia. Por regla general, la única respuesta del gobierno que reciben enormes regiones del país cuando protestan son garrotazos, patadas, gases lacrimógenos y plomo de parte del gran Escuadrón Móvil Antidisturbios –ESMAD–, ejército nacional de policías cubiertos de armaduras de choque, garrotes, lanzadores de gases tóxicos y otro tipo de armas, frecuentemente mortales. Los pedidos poblacionales de atención en salud, educación, igualdad y participación social los responden a golpes de garrote esa masa de enmascarados salvajes gubernamentales cuyo tren de gastos y de vida van por cuenta del grandioso presupuesto de guerra.

En las regiones más deprimidas y olvidadas del país los niños prefieren que nadie pida presencia del estado porque para ellos equivale a reclamar porrazos, patadas y encarcelamientos sin fórmula de juicio.

¿Cuánto valen los bienes públicos y privador destruidos o robados durante los últimos 52 años de guerra? Son cuentas que no se han hecho.

Otero Prada revela en su libro que los 52 años de guerra han dejado, por lo menos: 200 mil muertos, 300 mil heridos, muchos de ellos con discapacidades vitalicias; 80 mil personas desaparecidas, siete millones de desplazados, 35 mil secuestrados, tres millones de hectáreas con sus bienes y mejoras arrebatadas al campesinado, amenazas y torturas, masacres, daños a la propiedad, un ejército privado e innecesario de vigilantes, fortalecimiento pernicioso de una mentalidad militarista, crecimiento y fortalecimiento del narcotráfico por alianzas con  guerrilleros, paramilitares y agentes del estado; castración política del país y graves daños a la infraestructura energética, vial, de telecomunicaciones y del sector petrolero.

El repaso a los costos y los estragos de la guerra permite preguntar cómo es posible que Colombia exista todavía. Con la paz viene ahora el reto de levantarse de sus cenizas teniendo cuidado de que las causas que le han dado origen a todas las sangrientas guerras colombianas no vuelvan a prenderle fuego al país.

Esto apenas comienza.

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