Cuba 2016: ‘wifear’, bailar reguetón y planes para emigrar

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Apretujadas, unas cincuenta personas, mujeres y hombres, se protegen de la lluvia en el portal de un viejo cine, en la barriada habanera del Mónaco. No están esperando a que comience la función o a que escampe. Están allí para navegar por internet mediante wifi.

Los más intrépidos, con un paraguas, desafian el fuerte chubasco sentados en los bancos del parque frente al cine. Como pueden, intentan conectarse por IMO y establecer video-llamadas con sus parientes, amigos o novios residentes en el extranjero.

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Con la ampliación de los servicios de internet en Cuba, los chiflados por las nuevas tecnologías no se detienen ni siquiera ante las inclemencias del tiempo. En la oscuridad de la noche, de madrugada, bajo un sol que raja las piedras o un aguacero, encuentras a insaciables ‘wiferos’.

Un servicio que no es gratuito. Al contrario, lo pagan bien caro. Dos cuc la hora, 50 pesos al cambio oficial, que equivalen a casi cinco jornadas laborales de un trabajador con salario mínimo. Las pequeñas antenas Huawei, made in China, colapsan por el exceso de usuarios.

Ni las relaciones con Estados Unidos, ni las visitas de Rihanna o de Yasiel Puig, Pito Abreu, Brayan Peña y Alexéi Ramírez, jugadores cubanos de Grandes Ligas, han despertando tanto furor en la Isla.

La gente tenía hambre de nuevas tecnologías. Aunque todavía para una mayoría de cubanos, internet sigue sonando a ciencia ficción. Cosa de películas de Hollywood.

Es muy pretencioso denominar ‘redes públicas’ a estas conexiones inalámbricas en parques y espacios al aire libre. 

“De públicas no tienen nada. Lo público se supone que es para todos y se paga con el dinero de los impuestos de circulación o personal. Esas conexiones son ofrecidas por ETECSA, el monopolio cubano de las telecomunicaciones, que se desgañita diciendo que es una empresa de servicio social. Pero en la práctica son más explotadores que un consorcio capitalista de un país bananero”, dice Jaime, diseñador industrial, mientras como un poseso camina de un lado a otro, buscando captar con nitidez la señal wifi.

Muy cerca de la zona wifi del Mónaco existe una discoteca llamada El Brindis. Se localiza en la calle D’Strampes, en una residencia de dos plantas que fuera expropiada por la revolución.

Además de esa discoteca, en 10 de Octubre, el municipio más poblado de La Habana, existe otra, El Túnel, construida en un antiguo refugio antiaéreo. De los pocos sitios que los jóvenes de Santos Suárez y La Víbora tienen para bailar y socializar.

Pero las dos discotecas se han convertido en antros. Bajo el flascheo de luces fluorescentes, los asistentes halan cocaína, fuman marihuana en los baños o ligan prostitutas que cobran 20 cuc pesos la noche.

Las entradas tienen precios prohibitivos para la mayoría de los jóvenes: 5 cuc y 10 cuc algunos fines de semana. Una cerveza cuesta 1.50 cuc y el reguetón, el ritmo de moda en Cuba, es una pesadilla que agobia.

Si en los años 80, la juventud de la capital se conformaba con tener una guitarra y medio litro de ron y sentarse en el muro del Malecón o hacer una cola de dos horas en la heladería Coppelia, ahora, después de bailar reguetón, la novedad es ir a ‘wifear’.

El ‘wifeo’ también ha atrapado a cubanos de todas las edades, para quienes es importante chatear con la familia, hacer amigos en Facebook o descargar las últimas aplicaciones de Androide.

Con esa tendencia de ir a los extremos, se suele caer en la banalidad. Es raro encontrar en una zona wifi de la Isla a una persona informándose de sucesos internacionales o leyendo otras versiones noticiosas de lo que acontece en su país.

Tampoco utilizan las múltiples herramientas que posee internet y a ciudadanos de todo el mundo facilita, gratuitamente, el aprendizaje de idiomas, superarse culturalmente, estar al día en los últimos adelantos científicos, realizar investigaciones o diseñar un futuro negocio.

Afortunadamente, hay jóvenes universitarios y emprendedores privados que le están sacando partido a la red. Pero son los menos. 

“Imagínate, sentado en una acera, encima de una piedra o arriba de un árbol es bastante complejo para navegar y concentrarse. Sin privacidad y con una gritería del carajo, si deseas estudiar, bajar información o implementar una estrategia de negocio, es simplemente delirante”, comenta Yunier, informático, que se dedica a colgar solicitudes de renta de habitaciones a través del portal estadounidense Airbnb.

Algunos periodistas consideran que el Personaje del Año en Cuba es el wifi. Si lo fuera, la cima debe ser compartida con la pasión por emigrar. 

En cualquier esquina, grupos de amigos fraguan planes para saltar la cerca. Las rústicas balsas de goma es la opción de los descamisados que están al límite del desespero. Los que tienen dinero suficiente, apuestan por el maratón centroamericano, sobre todo después que, al parecer, se ha destrabado la situación en Costa Rica. 

Los más osados prefieren explorar nuevas latitudes. Son los Marco Polo del siglo XXI. Abren un mapamundi y con un plumón rojo destacan las vías más insospechadas para arribar a la ‘yuma’. No importan los rodeos ni los kilómetros. El problema es llegar.

Acostumbrados a las mentiras y manipulaciones de su gobierno, los cubanos de a pie sonríen y mueven la cabeza cuando escuchan que la Casa Blanca afirma que la Ley de Ajuste se va a mantener.

“Es un cuento de camino de Obama. En 2016 la Ley se viene abajo”, apunta Carlos, ex cuentapropista que entregó su licencia y el pasado verano exploró en Moscú de qué manera se puede entrar a un de país de la Unión Europea.

“El camino por Alaska, pasando por Siberia y el Estrecho de Bering es una locura, peor que tirarse al mar en balsa”, expresa. Este año, él piensa volar con su esposa y dos hijos a Guatemala, cruzar México y por algún paso de la amplia frontera con Estados Unidos, llegar al nuevo El Dorado.

Para Carlos, y muchos en Cuba, emigrar es la solución. No hay otra.

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