Cuba: Manzanas prohibidas

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Apenas a una cuadra del majestuoso Gran Hotel Manzana Kempinski, cuya inauguración está prevista para el próximo 2 de junio, a un costado del cine Payret, una cafetería estatal vende pan con una hamburguesa, ácida y desabrida, por el equivalente de 50 centavos de dólar. Empleados de los alrededores o indigentes que sobreviven pidiendo limosna a los extranjeros, hacen una pequeña fila para adquirir la incomible hamburguesa.

El hotel, construido por Kempinski, empresa fundada en 1897 en Berlín, ocupa el espacio de la antigua Manzana de Gómez, el primer centro comercial que hubo en la Isla, en las calles Neptuno, San Rafael, Zulueta y Monserrate, en el corazón de La Habana. Inaugurada en 1910, a lo largo de su historia, la Manzana de Gómez albergó desde oficinas, bufetes de abogados y consultorías mercantiles hasta comercios, cafés y restaurantes, entre otras instalaciones.   

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Muy cerca del Manzana Kempinski, el primero con cinco estrellas plus, radicará el parlamento cubano, todavía en obras, que tendrá como sede el antiguo Capitolio Nacional, una réplica en menor escala del Congreso de Washington.

La flamante instalación hotelera, propiedad de Gaviota, una corporación militar cubana, y administrado por la firma Kempinski, puede ufanarse de estar escoltada por el antiguo Centro Asturiano, hoy sede de las colecciones privadas del Museo de Bellas de Arte, el Gran Teatro de La Habana y los hoteles Inglaterra, Telégrafo, Plaza y Parque Central.

Con excepción del hotel Parque Central, de construcción más reciente, los otros tres hoteles radican en inmuebles edificados en el siglo 19 o durante la etapa republicana, y figuran entre los más bellos de la ciudad. En el centro de esas joyas arquitectónicas se encuentra el principal parque habanero, presidido por la estatua del héroe nacional José Martí.  

En esos cuatro hoteles radican tiendas que venden exclusivamente en pesos convertibles (cuc), un billete fuerte creado por Fidel Castro que posibilita la adquisición de mercaderías capitalistas o de mejor calidad.

Lo anecdótico es que a los trabajadores les pagan con pesos cubanos (cup), la moneda nacional. En los sectores de turismo, telecomunicaciones y aviación civil, sus empleados solo devengan de 10 a 35 cuc como estimulación salarial.

El chavito, como le dicen los cubanos al cuc, es una puerta giratoria que marca territorio entre las chapucerías, penurias y pésimos servicios de corte socialista y los productos de regular a excelente calidad facturados por el ‘enemigo de clase’, según la teoría marxista que sustenta la junta verde olivo que gobierna la Isla desde 1959.

La Cuba del siglo XXI es un acertijo que roza el absurdo. Los gobernantes dicen defender a los más pobres, hablan de justicia social y socialismo próspero y sostenible, pero los proletarios y los jubilados son los que peor viven.

El régimen es incapaz de inaugurar mercados abastecidos, construir edificios de apartamentos de calidad, hoteles a precios módicos donde un obrero se pueda hospedar o tan siquiera reparar las viviendas, calles y aceras en los municipios y barrios de la capital. Pero para captar divisas, invierte buena parte del producto interno bruto.

José, taxista privado, considera que es bueno tener millones de turistas y que la caja registradora del Estado reciba ingresos millonarios. “Pero que luego esas ganancias se reinviertan en mejorar el país. Desde la década de 1980, el gobierno apostó por el turismo. ¿Qué cantidad de dinero ha entrado en todos esos años? ¿En cuáles ramas productivas se ha invertido?”, se pregunta el chofer de un destartalado Moskovich de la era soviética.

Personeros del régimen debieran responder. Pero no lo hacen. En Cuba, las finanzas, supuestamente públicas, se manejan con absoluto secretismo. Ningún ciudadano conoce dónde va parar las divisas que ingresa el Estado y los funcionarios se incomodan cuando se les pide una explicación por las cuentas off shore en Panamá o en bancos suizos.

En este experimento social, que conjuga lo peor del socialismo importado de la URSS con lo más repugnante del capitalismo monopolista de corte africano, en las destruidas calles de La Habana se permite filmar Rápido y Furioso, se acicala el Paseo del Prado para un desfile de Chanel o se inaugura un hotel estilo Qatar, como el Manzana Kempinski, en una zona rodeada de mugre, donde falta el agua y residen familias que hacen una sola comida al día.

En una agencia de automóviles radicada en Primelles esquina Vía Blanca, en El Cerro, se venden autos a precios insultantes. El polvo recubre el capó de los vehículos y un coche de segunda mano cuesta entre 15 mil y 40 mil dólares. Un Peugeot 508, 300 mil dólares, más caro que un Lamborghini.

Para las autoridades, las desmesuradas cantidades son un ‘impuesto revolucionario’ y con ese dinero, han dicho que van a sufragar la compra de ómnibus destinados al transporte urbano. Una burla: apenas se han vendido alrededor de cuarenta autos de segunda mano en tres años y el transporte público sigue de mal en peor.

A Danay, maestro de secundaria, no le indigna que el régimen inaugure hoteles y abra boutiques de lujo. “Lo que me jode es que todo sea un escenario de apariencias. ¿Cómo se pueden vender artículos que nadie puede pagar ni aunque trabaje 500 años? ¿Es un chiste macabro o un insulto a los trabajadores cubanos?”, se pregunta Danay, mientras merodea por el complejo de tiendas del Hotel Manzana Kempinski.

En los amplios pasillos de granito fundido, la escena habitual es de asombro. Abrazado a su novia, Ronald, estudiante universitario, sonríe con sarcasmo al observar tras las vidrieras de una joyería, unas esmeraldas que superan los 24 mil pesos convertibles. “En otra tienda, una cámara fotográfica Canon cuesta 7,500 cuc. Una locura». Y añade:

«En otros países se venden cosas a precios muy altos, pero también hay a precios asequibles a los distintos bolsillos, ¿Quién cojones en Cuba puede comprar eso, brother? A no ser ellos (los que gobiernan), los peloteros cubanos que ganan millones de dólares en las Grandes Ligas o los que se fueron y ganan mucho en Estados Unidos. No creo que los turistas van a pagar por cosas que en sus países son más baratas. Si alguna vez tuve duda de la verdadera esencia de este gobierno, ahora ya lo sé: vivimos en una sociedad mixta. Capitalismo pa’ ellos, los de arriba, socialismo y pobreza pa’nosotros, los de abajo”.

Custodios de seguridad vestidos con trajes grises, pinganillos (audífonos) en los oídos y rostros hoscos, llaman la atención a las personas que tiran fotos o se conectan a internet vía wifi. La gente se queja. “Si no quieren que tiren fotos o se conecten a internet, no permitan la entrada de los cubanos”, dice una señora molesta.

En el centro de la planta baja del actual hotel Kempinski, antaño centro comercial Manzana de Gómez, en 1965 fue develada una efigie de bronce de Julio Antonio Mella, líder estudiantil y fundador del primer partido comunista en 1925. La escultura desapareció del lugar.

“Es que no venía a cuento, entre tanto capitalismo de lujo, tener la estatua de Mella. Era una incongruencia”, comenta un señor que mira las vidrieras junto a su nieta. O probablemente el régimen haya sentido vergüenza.

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