Cuba, Panamá, temor ciudadano y silencio oficial

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Luego de ocho horas sentada vendiendo pasta dental Colgate, desodorante Gillette y shampoo Head & Shoulders, probablemente no sea el mejor momento para preguntarle a Leonor, una corpulenta mestiza madre de tres hijos, su opinión sobre los Papeles de Panamá, donde funcionarios del régimen de Castro están implicados en sospechosas cuentas offshore.

El calor, espeso y húmedo, no cede pasadas las cinco de la tarde. Con la ayuda de su hija, Leonor enrolla una manta e introduce en dos grandes bolsos de nailon la mercancía que no pudo vender. Hoy tuvo un día de perro. Un inspector estatal la multó con 200 pesos por vender productos que no están permitidos en su licencia y las ventas fueron flojas. “Como casi siempre”, dice, y se seca el sudor con un trapo rojo. Después expresa: 

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“Oye, lo único que yo sé de Panamá es por la persona que me provee de pacotillas, que las compra en la zona franca de Colón. De verdad que no me interesa ese asunto. Mijo, no se puede coger lucha. Uno se muere de un infarto, sin un centavo, y todos esos descarados del gobierno roban a las dos manos”, apunta camino a su casa.

En las afueras del centro comercial del Mónaco, barrio a media hora del centro de La Habana, el ajetreo es impresionante. Decenas de puestos de venta, armandos en un santiamén, ofertan herrajes de plomería, productos de aseo y ropa de marcas piratas. Cerca, varios jóvenes beben cerveza dominicana Presidente y en voz alta discuten sobre fútbol, negocios por la izquierda o un próximo ligue. Ninguno ha oído hablar de los Papeles de Panamá.

“Asere, eso es candela. De esas cosas no opino, no van resolver la jodedera que es nuestra vida y si el jefe de sector (policía) se entera que estoy dando opiniones políticas, se me encarna y yo, como casi todos, vivo del invento. Pa’que voy a marcarme hablando de ese brete”, responde un muchacho con una camiseta del Barça.

La zona wifi, a pocos metros, está concurrida. Contínuamente, hombres o mujeres te proponen tarjetas para navegar por internet a 3 cuc. Debajo de la marquesina de un antiguo cine, una anciana vende cigarrillos sueltos y en la esquina, justo al costado de un parque infantil, cuatro taxistas privados ofrecen sus servicios.

Entablar un diálogo es fácil. En la actualidad, infinidad de cubanos critica abiertamente la añeja y disfuncional autocracia verde olivo. Algunos pueden estar horas quejándose de su mala suerte, que el dinero no les alcanza y preguntándose «hasta cuándo va a durar esto”. Pero si te identificas como periodista independiente y les dices que quieres recoger sus impresiones sobre un tema determinado, entran en pánico.

“Mi hermano, pitchea bajito, que el catcher es enano. Esa gaveta tiene comején. En Cuba tu puedes hablar toda la mierda que quieras, pero si te pones a juzgar a los pesos pesados (hace una seña con dos dedos encima de su hombro derecho), Gerardo Mariposa (G-2 o Seguridad del Estado) te parte en dos como un lápiz”, indica un chofer particular.

Quizás la palabra exacta sea indiferencia popular. O la transformación de seres humanos en zombis. Cuesta trabajo entender el comportamiento de los cubanos ante asuntos de carácter público que el régimen ni siquiera se molesta en ofrecer una explicación.

Sí, es cierto, Cuba es una autocracia y el férreo control social anula a un segmento amplio de la ciudadanía. Pero la implicación de funcionarios gubernamentales en paraísos fiscales debiera interesa a la población.

Una mayoría de cubanos considera que se deben al Estado. Y es al revés. Incluso fuera de Cuba, encuentras compatriotas que no les gusta tocar temas que consideran sensibles. “Recuerda que allá tengo a mi familia, a mí no me interesa la política o esa candanga no es problema mío”, son algunas de las respuestas para justificar el temor.

El daño que ha ocasionado Fidel Castro al país es antropológico. Los cubanos de a pie aceptan que no se les den explicaciones, que no cuenten con ellos para ninguna decisión de Estado y obedientemente aprueban un texto delirante sobre las líneas maestras hasta 2030, cuando se desconoce cómo llegaremos a fin de año.

La sociedad cubana está rota. Hace tiempo se fragmentó el trato social. Hay dos Cuba. Una es la finca de los hermanos Castro. La otra es el espacio ciudadano donde para sobrevivir el miedo, la delación y cualquier comportamiento son válidos.

A nueve de cada diez personas en La Habana no le interesa opinar sobre los Papeles de Panamá. Mientras el gobierno hace silencio sobre la implicación de funcionarios públicos, la gente prefiere mirar hacia otro lado.

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