De la Calle es el hombre

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La vetusta y adulterada ruleta política colombiana comenzó de nuevo a girar ayer. Inició su marcha como un tren de vapor sin frenos que rodará por pendientes pronunciadas, con curvas peligrosas, hasta detenerse, si puede, en las elecciones presidenciales de mayo de 2018. Entonces sabremos si triunfará una vez más o no el crimen organizado, cuyos mecanismos electorales corruptos se han vuelto abrumadores e imbatibles.

El primer paso de esta nueva campaña fue una consulta popular abierta, celebrada este 19 de noviembre, en la que apenas 700 mil personas salieron a votar entre dos candidatos que se disputaban la candidatura oficial del histórico Partido Liberal, alguna vez descrito como “el de las grandes mayorías” y hoy aplastado por la vergüenza de la corrupción y el crimen que ha engendrado y albergado durante décadas. Pablo Escobar fue uno de sus congresistas y torció el rumbo del país asesinando en los años 80 al también liberal Luis Carlos Galán Sarmiento, con el objeto de prescindir de la última talanquera que existía en sus filas empeñada en combatir de verdad el crimen y especialmente el narcotráfico, que terminó por pudrir al país. Liberal fue el camionero distribuidor interprovincial de cerveza y analfabeta funcional Julio César Turbay Ayala, primer presidente en abrirle camino al narcotráfico en la vida institucional del país y en violar los derechos humanos de manera sistemática e impune como prerrogativa de estado, con lo cual convirtió a las fuerzas militares en bandas de asesinos. Del liberalismo también salió el presidente Ernesto Samper Pizano, cuyo triunfo fue obra del dinero del Cartel de Cali y él mismo ya había congregado en Medellín a los jefes de todo el narcotráfico colombiano para invitarlos a unir fuerzas y aportes económicos en favor de la campaña electoral de su jefe del momento, Alfonso López Michelsen, en 1982. Liberal es Juan Manuel Santos y lo fue su antecesor –simultáneamente conservador y fascistas– Álvaro Uribe, pupilo reconocido de Pablo Escobar y aventajado niño prodigio engendrado en la política en los años 80 por las cabezas del narcotráfico a las que Samper, reunido con todas ellas en el hotel Intercontinental de Medellín, les recomendó convertirse en un nuevo gremio específico de presión y participación social que dio en llamarse Cartel de Medellín.

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 La sombría elección de ayer fue convocada para elegir el candidato presidencial liberal entre Humberto De la Calle, el ganador (de 71 años de edad, ex magistrado de la Corte Suprema, ex ministro y ex jefe negociador del equipo del gobierno en el último y exitoso proceso de paz con las FARC) y Juan Fernando Cristo (ex ministro, ex congresista y cacique liberal del departamento de Norte de Santander). No pasaron de 700 mil los ciudadanos que acudieron a las urnas, a pesar de ser casi 35 millones quienes están habilitados para hacerlo.

–¿Sabe usted para qué pusieron esas carpas aquí? –le indagué por curiosidad a un transeúnte al lado del centro de votación que me correspondió.

–La verdad, sinceramente, no sé. Tal vez deben estar vendiendo algo para Navidad –me respondió con franqueza y falta completa de interés.

De La Calle, prestigioso abogado civilista y ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia, fue el primer vicepresidente de Ernesto Samper, pero renunció, decorosamente, al saber que su triunfo electoral se logró con el dinero del tráfico de cocaína. Siendo ministro de Gobierno de César Gaviria, lideró la convocatoria y la organización de la Asamblea Nacional Constituyente, autora, en 1991, de la actual constitución nacional.

De La Calle, parece ser, hará alianza con el prestigioso y elocuente senador de izquierda Jorge Robledo y la igualmente senadora Claudia López, de centro, valiente, honesta y afamada por sus investigaciones y denuncias contra estafetas del narcotráfico en la política y el Congreso Nacional. A esta alianza también podría sumarse Sergio Fajardo, ex alcalde de Medellín y ex gobernador de Antioquia, cuya empresa familiar construyó no pocos de los edificios del narcotraficante Pablo Escobar y hoy, finamente conservado en su empaque preferido de matemático puro, avanza hacia la presidencia mientras algunos de sus paisanos lo describen como “un Uribe de bluyines”.

De La Calle es la mejor opción colombiana para arraigar y preservar la paz recientemente pactada con las FARC. De buen juicio y ánimo moralizador constante, posee la mejor credencial de este tiempo: el logro de la resbalosa paz colombiana. Lo apoya el político profesional y contratista oficial eterno, cuyas maromas de payaso le brindan siempre carcajadas y aplausos: Antanas Mockus, quien para la naciente campaña de De La Calle acaba de mandarse hacer un sombrero de bufón hecho con toallas. Y grita por la calle una consigna de su inventiva circense: “No vamos a tirar la toalla”.

Las FARC esta vez no irán a las urnas a asesinar a los electores: están convocando a sus simpatizantes a votar para presidente por Rodrigo Londoño Echeverry, último jefe supremo de la desaparecida organización terrorista, en la cual fue conocido con el nombre de guerra de “Timochenko”. Esta campaña política simboliza el mayor logro de De La Calle: consiguió que la guerrilla más poderosa y vieja del hemisferio dejara las armas y el narcotráfico para luchar por sus ideales políticas en la vida legal y por medio de los instrumentos de la democracia.

La fuerza más amenazante, corrupta y sórdida la comanda el expresidente Uribe, cabeza única y soberana de su facción Centro Democrático, de extrema derecha, consagrada a “hacer trizas” los acuerdos de paz y echar por tierra las disposiciones legales que obligan a devolver a sus dueños originales las tierras robadas a los campesinos durante la guerra. La mayor parte de ellas están en poder de los narcotraficantes y paramilitares aliados de Uribe. Él mismo, de acuerdo con la Contraloría Nacional, posee extensiones en el departamento de Córdoba robadas e incorporadas a su hacienda El Ubérrimo, donde, incluso, es posible que algunos de los anteriores propietarios despojados estén enterrados en fosas comunes.

Uribe no ha escogido su candidato, pero se ha ido acercando al áspero ex vicepresidente de Santos, Germán Vargas Lleras, quien usó el tesoro público para construir carreteras falsamente presentadas como autopistas del Primer Mundo y a levantar minúsculas casas “gratis para los pobres” que ahora se caen a pedazos. Él mismo ha tenido la desfachatez de reconocer que usó los bienes públicos para apuntalar su campaña electoral, la cual se basa ahora en despotricar contra la paz y Juan Manuel Santos, quien le abrió de par en par el camino a la presidencia.

La alianza Uribe-Vargas Lleras es, por lo menos, exótica, si bien al primero se le atribuyen dos atentados terroristas con bomba contra el segundo. En el primero de ellos le arrancó tres dedos de la mano izquierda.

El grito de Uribe es regresar a la guerra e inutilizar la nueva legislación que exige examinar y castigar o indultar las conductas criminales de todos quienes hicieron parte de la última y sangrienta guerra civil colombiana. Fueron tan homicidas los guerrilleros como los militares, los paramilitares, miles de políticos y empresarios.

Colombia no tiene hasta hoy la seguridad cierta de lograr de manera efectiva lo único que permitirá doblar definitivamente la página horrenda de la guerra: verdad, justicia y reparación.

A De La Calle nunca lo he visto en persona. No me une ni la menor amistad con él. Solamente una vez le hablé velozmente, por teléfono, con el ánimo de confirmar una noticia. No obstante, su logro inconmensurable e innegable de la paz me lleva a creer, honestamente, que es el presidente que necesita Colombia.

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