Definitivamente Miami

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    Arellanados en la terraza de un suntuoso hotel de South Beach, Sonny y Rico saborean un delicioso cocktail. Al fondo, resplandeciente, el sol reverbera  sobre el azul turquesa del mar, que se funde en primorosa cromía con un cielo luminoso que parece velar por su perenne dicha. El blanco cremoso de la arena litoral, rozado por el ondulado movimiento de las olas, completa el inmejorable lienzo.  

    Ataviado con chaqueta verdosa a rayas negras, camiseta rosa, a juego con la tonalidad de la sombrilla, y pantalón blanco, Sonny consulta con suficiencia la cronología de su Rolex. La suave brisa acaricia sus cabellos, mientras sus Ray-Ban Wayfarer cobijan sus ojos. Es el nuevo mesías en el flamante reino del alarde.  

    Al frente, perfectamente ungido y torneado, el sensual cuerpo de Arielle Dombasle retoza insinuante desde una tumbona de la piscina, prendiendo la cálida atmósfera, mientras los machos observan con fruición.

    A los elocuentes silencios —acompasados por los acordes de Santana y su versionado Earth´s Cry, Heaven´s Smile—, sucede un sutil diálogo que es la más pura definición de petulancia:

    —Es demasiado conservadora para ti –pronuncia Rico con sorna dedicando un gesto cómplice a su compinche.

    —No creas, a veces ansío un poco de estabilidad en mi vida –Ironiza este, con un leve destello ocular, mientras sostiene sus gafas de sol, sin perder un segundo de vista su hermoso objetivo. 

    —Tienes que hacértelo mirar —afirma entre risas Rico—. Deja de observarla así antes de que se te tensione algo.

    —Una tensión en el sitio adecuado nunca hizo daño a nadie —replica Sonny, continuando el  juego verbal.

    —Personalmente preferiría que volviera cuando refresque, para que no confundiera la humedad con mi sudor.

    —Tienes que aprender a soportar el calor Rico.

    “¿Por qué has tardado tanto?”, pronuncia con arrogancia y sin inmutarse Sonny, cuando, tras contonearse y enfundarse una camiseta ajustada que acaba de empapar en agua de una jarra, la beldad decide abordarle en su mesa. 

    “Soy inmune Rico, pero me gustaría no serlo”, concluye ante el rostro estupefacto de su colega, tras la fulminante marcha de la joven, muy ofendida por su incomprensible desdén. Surrealismo puro.

    “Definitely Miami” —el episodio más emblemático de su segunda temporada— muestra, en apenas unas secuencias iniciales, todo el ideario estético que convirtió a Miami Vice en uno de los símbolos de una época irrepetible.

    Una trama sencilla: Sonny Crockett —Don Johnson— es un antiguo combatiente de Vietnam y estrella universitaria de futbol americano, al que una grave lesión hace derivar hacia la actividad policíaca. Habita en un velero llamado St. Vitus Dance con su caimán Elvis. Rico Tubbs –Philip Michael Thomas— es un agente de Nueva York que aterriza en Miami intentando vengar la muerte de su hermano a manos de un mafioso traficante. Ambos se convierten en policías infiltrados que, valiéndose del material incautado, se mimetizan con sus coches y lanchas de lujo, trajes de Armani y relojes de oro, en los ambientes exclusivos de Miami, entre maleantes de toda estirpe, para embaucarles bajo su aspecto de nuevos ricos. A ellos se une a partir del séptimo episodio el hombre del rostro impenetrable, el economizador de lenguaje, Teniente Castillo –magistral Edward James Olmos—, con su rostro agrietado,  poblado e inveterado bigote y semblante hierático —capaz de expresar ira incontenible con una simple caída de ojos—. Ellos son el alma.

    Un preámbulo vistoso, que deje al espectador ávido de curiosidad, el Miami Vice Theme de Jan Hammer como interludio, mientras visualizamos llamativas y autóctonas instantáneas, y continúa el espectáculo.

    Pero ha habido cientos de series policíacas antes y después de que  Brandon Tartikoff – jefe del Departamento de Entretenimiento de la NBC— escribiera en una servilleta MTV Cops. ¿Qué hizo a Miami Vice diferente para que causara semejante sensación y  treinta y dos años después de su estreno –el 16 de septiembre de 1984— siga recordándose? 

     En primer lugar, hay que entender el contexto sociocultural en que nos encontrábamos. A finales de los setenta irrumpe la new wave —corriente que se caracteriza por una gran diversidad musical y preocupación por lo externo—. En Agosto de 1981 Video Killed The Radio Star  de Buggles, primer tema emitido por el canal MTV, anuncia, con su título premonitorio, el advenimiento de una nueva era: la era de la imagen.

    Ya no es suficiente para el gran público disfrutar con la melodía, sino que necesita admirar la forma, el aspecto irradiado por sus ídolos en magníficos reportajes audiovisuales, con frecuencia pequeñas y sugestivas historias avivadas por una banda sonora de ensueño.    

    Michael Mann, productor desde el séptimo episodio hasta el final de su segunda temporada –la etapa dorada— captó toda la esencia del momento y sedujo al telespectador a través del permanente impacto visual con un estilo neo-noir propio: combinando elementos típicos del cine negro americano –iluminación tenebrosa, uso de las sombras …—, con personajes atractivos, multirraciales y estrafalarios; envueltos en una acción trepidante desarrollada en entornos atrayentes –muchas veces diseñados exclusivamente para la causa-; y aportando claros signos distintivos:

    —Vestimenta singular. Aunque posiblemente hoy tendrían que apuntarnos con un rifle para que nos atreviéramos a salir a la calle de esa guisa, el atuendo casual de Don Johnson, con camiseta de algodón bajo americana sport Armani, siempre en tonos pastel –el rojo y el marrón estaban totalmente vedados-, pantalones de talle alto claros sin cinturón y mocasines sin calcetines, junto a su arraigada barba de tres días, y sempiternas Ray-Ban Wayfarer, revolucionó la moda masculina, incrementando hasta extremos insospechados la demanda de tales artículos. 

    —Priorización melódica. Siendo una de las primeras series emitidas en estéreo, la música, lejos de un complemento, pasa a ser absolutamente trascendental, convirtiéndose en parte del propio relato, hasta el punto que las tomas y escenarios son en ocasiones meros instrumentos para el lucimiento de las canciones exquisitamente elegidas —invirtiendo unos diez mil dólares por episodio para adquirir los derechos a las grabaciones originales—. Desde el indie electrónico de New Order, al pop-rock de Cindy Lauper y Phil Collins, pasando por alguna sublime balada de Crowded House o Foreigner , el Reggae de Bob Marley & The Waylers o el R&B de Billy Ocean, los acordes, e incluso a veces las letras, se integran cuidadosamente en el tono de la secuencia, incrementando la emoción transmitida.

    —El lenguaje es elíptico y metafórico, con gran utilización de la comunicación gestual. En Miami Vice la palabra cede su hegemonía a la visualidad. 

     Pero si hay un protagonista que reluce constantemente es la propia Miami. En los albores de  los ochenta su declive, especialmente en Miami Beach, pese a su designación como Distrito Histórico en 1979, parecía irreversible, convertida en capital del crimen, tras décadas de esplendor turístico, principalmente entre los años treinta y sesenta. 

    Mann reavivó la urbe, resucitando la belleza de su geométrica arquitectura art déco, reformando y coloreando múltiples inmuebles ubicados frente al océano  –El Art Deco District—, y transformando la entonces tristemente llamada “sala de espera del cielo” —con decenas de ancianos observando desde las terrazas de sus viviendas raídas la estampa de una playa desierta— en el centro internacional del lujo y  del glamour. Tan persuasiva fue la ficción al mostrarnos no lo que era, sino lo que Miami podía llegar a ser,  que originó un efecto llamada para miles de turistas y empresarios,  ansiosos por experimentar la magia dibujada  en la serie.

    A finales de los setenta había apenas unos pocos edificios pintados, y, de repente, Michael Mann vino a la ciudad y todos eran amarillos, azules o turquesa”, recuerda la célebre editora y crítica arquitectónica, residente en Florida, Beth Dunlop. “Los colores permitieron que la gente apreciara la hermosura de esas construcciones oscurecidas por la suciedad y pintura  desconchada. Siempre digo que el arte refleja la vida y la vida refleja el arte, pero en este caso el arte apareció primero. Miami Vice fue esencial para que la gente quisiera venir  aquí”. 

    El multitudinario proceso de selección del reparto causó tal expectación que, como recuerda la directora de casting Lori Wymann, incluso llegaron a presentarse al mismo conocidos traficantes de la zona, tan ilusionados por aparecer en pantalla, que no veían en su condición de malhechores un impedimento para ello. 

    Pese al indudable componente nostálgico que distorsiona cualquier recuerdo juvenil, tras mitigar parcialmente sus efectos con una reciente revisión, opino que las dos primeras temporadas conservan  gran parte de su encanto –el resto, salvo excepciones, baja en calidad—  siendo “Brother´s Keeper” –escrito por el creador de la serie Anthony Yerkovich—, “No Exit” –con la presencia de Bruce Willis—, y “Definitely Miami”, los episodios más destacados.

    No esperemos prosa grandilocuente o argumentos metafísicos, sino pura diversión y entretenimiento. En Miami Vice todo es hiperbólico y artificioso,  una alegoría a la más intrascendental  superficialidad en la década de la frivolidad, cuando el día era adrenalina y sensación y la noche pasión y romance.

    Tras el fulgor inicial, el fenómeno fue perdiendo intensidad hasta desvanecerse en 1989; tan vinculado al decenio de su esplendor que pereció con él.