Del cielo a la tierra: de Obama a Trump

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Con el traspaso del poder de Barack Obama a Donald Trump, la política estadounidense parece haber dado el salto paradojal y cualitativo más pronunciado en muchísimo tiempo en su historia. No parece que el cambio sea para bien.

Entrega el poder Obama, el primer presidente de raza negra de los Estados Unidos, un auténtico hito en materia de decisiones de estado. Estados Unidos no dejó de ser lo que fue sin dejar de tener, gracias a su presidente, una postura mucho más razonable que en episodios anteriores.   Aún cuando no pudo hacer realidad todo lo que propuso, Obama será recordado por los innegables niveles de audacia de algunas de sus medidas.

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Llegó Obama lejos en materia de salud pública, con el Obamacare; hizo esfuerzos innegables con el tema migratorio y el control de las armas entre civiles, y enderezó los entuertos más graves de la economía, que a su llegada estaba en llamas.

El presidente saliente protagonizó, además, dos acuerdos en el área internacional, absolutamente trascendentales: las aproximaciones diplomáticas con Cuba, que comportan el fin del histórico  embargo al régimen comunista de La Habana; y los protocolos con el régimen islamista de Irán en materia nuclear. Con ambas naciones, tradicionales enemigas de Estados Unidos, se conquistó una histórica zona de deshielo cargada de posibilidades diplomáticas y políticas a favor de la libertad y la seguridad global.

Donald Trump, por su parte, se parece demasiado a un salto al vacío.  Su victoria parece ser, entre otras cosas, la consecuencia del disgusto que las decisiones y orientaciones de la política de Obama produjeron en los sectores más conservadores del país. Ya ha comenzado a dejar sin vigor algunas de las medidas de Obama.   Es una zanja que tiene un contenido emocional y cultural, que cada cierto tiempo carbura en intercambios desagradables y violencia.  Parece que se tratara de capas del país que estaban dormidas, que tenían tiempo queriendo emerger en la política local, y que tuvieron en facciones como el Tea Party, con sus diferencias, esclarecidos precursores.

Obama y Trump encarnan las antípodas en materia de posiciones políticas y estilos personales.  El bache perceptivo que se produce en esta hora, la del traspaso presidencial, luce particularmente notorio, casi escandaloso.Desde hace tiempo, Geoffrey Sachs, entre otros autores conocidos, han venido alertando sobre la consolidación de un cierto tiempo de polarización política en el debate local.  

El verbo de Obama luce adecuado; sus intervenciones son meditadas y su formación intelectual es innegable. Hace mucho que la opinión pública mundial no presenciaba a un presidente estadounidense tan elocuente y brillante.   Donald Trump es, por el contrario, una auténtica veleta:  explosivo y sin modales; estrafalario en sus acusaciones, con una discursiva que ama los adjetivos sonoros y sin contenido. Sobre todo, un sujeto con escasa ilustración.

Aún siendo definitivamente un conservador, su presencia y sus enfoques presentan un montón de rasgos que contravienen parte de las tradiciones esenciales de las posturas republicanas, e incluso de la política estadounidense.  Eso coloca cualquier prospección sobre la orientación de su mandato en el terreno de lo desconocido.

Trump parece, para comenzar, más interesado en la gestión práctica de negocios que en la defensa de los principios de la democracia o los derechos humanos. Se le va muy obsesionado con el nacionalismo económico y la generación de empleos.  Las declaraciones que ha hecho sobre Vladimir Putin y la geopolítica rusa, son, al respecto, particularmente reveladoras. No son las apreciaciones de un Republicano cualquiera.

Trump es el primer líder político de la política moderna de su país que ha abjurado abiertamente de lo que opinen o aspiren sus minorías nacionales. La forma cómo ha plantado cara a sus diferencias con la televisión, con el mundo del espectáculo, y, en general, con el aparato informativo y cultural del país, coloca a la opinión pública ante una circunstancia inédita y presagia malos tiempos.

Trump ha visto que su incorrección, sus modales narcisos y su estilo incombustible le producen resultados: de ser una anécdota ambulante, sufragando por cuenta propia su campaña electoral, este magnate malcriado e imprevisible, especie de “Richie Rich” hecho adulto, es ahora el Presidente de la nación más poderosa de la tierra.

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