Dennis Rodman: La fuerza del destino

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 Un nuevo amanecer estival ilumina los suburbios en las afueras de Dallas; pero el sol nunca reluce para Shirley Rodman: una madre valiente que hace catorce años abandonó la comodidad de un hogar contaminado por el adulterio marital, para simultanear hasta cuatro empleos en aras de sustentar, en solitario, a sus tres hijos. Una existencia donde sólo hay lugar para el sacrificio. Seguir adelante y rezar por el  declinar de la tormenta.  Disfrutar queda vedado en el reino de los supervivientes.

Mientras se viste a toda prisa para iniciar su interminable jornada, un sospechoso vehículo atraviesa las calles de los olvidados bloques de viviendas de renta baja y población mayoritariamente negra, para detenerse frente a su morada. Sus ocupantes, dos policías de raza blanca, se apean del auto y comienzan a golpear  incesantemente el portal. Esa clase de sonido que sólo puede equivaler a problemas. Pronto se confirman sus peores augurios.  Exhibiendo un reloj de idéntico modelo al que su hijo Dennis le había regalado unos días antes, uno de los agentes define el motivo de su visita: “ Buscamos a Dennis Keith Rodman”.

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Dennis es un chico delgaducho, de 1´75 metros, exacerbada timidez y baja autoestima; que marchó del colegio, cansado de ser constantemente ridiculizado por sus compañeros; que no ha tenido, a sus dieciocho años, ni el más mínimo coqueteo amoroso; limitándose a permanecer a la sombra de sus dos becadas hermanas baloncestistas,  bajo el permanente cobijo de su progenitora. La sustracción de dieciséis  lujosos relojes, valiéndose de su puesto de vigilante nocturno en el aeropuerto de Dallas, le obliga a pasar dos días, entre constantes sollozos, en el presidio aeroportuario.  

Determinado a dejar que el tiempo se deslice sin sentido por su alma angustiada,  permanece durante los meses siguientes, sin apenas salir de su habitación, abocado, como tantos otros, a una vida mísera y desperdiciada. Sin embargo, el  destino decidió aliarse con aquel desorientado joven para cambiar el desventurado guión que la historia parecía tenerle reservado.

En 1983, con casi veintiún años -tras un milagro genético que le hace crecer veintisiete centímetros en apenas doce meses- reingresa en el equipo de baloncesto que anteriormente había abandonado -el Cooke County Junior College de Texas-, donde, entrenando como un poseso, se convierte en la sensación,  promediando 17´6 puntos y 13´3 rebotes antes de dejarles, nuevamente, tras sólo dieciséis encuentros, por su negativa a acudir a clase, como era preceptivo.

Una vez más el paralizante miedo, la hipersensibilidad autodestructiva de quien ha crecido eclipsado y con escaso amparo, le hace regresar a su peligrosa zona de confort, hasta que llega el día en que Shirley,  desesperada, le pone de patitas en la calle, condenado a deambular entre una, poco recomendable, fauna.  

Fin de trayecto. El mismo relato tantas veces escuchado. Pero, la diosa fortuna quiso otorgarle una segunda oportunidad. Lonn Reinsman, técnico asistente de Southeastern Oklahoma State- una pequeña universidad que milita en la NAIA, torneo de nivel inferior a la prestigiosa NCAA- marcha desilusionado de la pista del Cooke County Junior College, tras escuchar que aquel chaval,  a quien había observado hacía unas semanas y  cuyo nombre – Dennis Rodman- había anotado con letras doradas, ha partido con rumbo desconocido.

Sin embargo, aunque apenas  ha presenciado un entrenamiento, su instinto le dice que está ante un diamante en bruto, por lo que decide buscarle afanosamente y,  tras  reunirse con él y su madre, le convence para que le acompañe a visitar el Campus. Seducido por los halagos de su improvisado mentor, que confía ciegamente en sus posibilidades, y consciente de hallarse ante su último tren,  firma su ingreso.

Tiene lugar, entonces, un hecho inesperado pero decisivo: Con el objeto de lograr una  rápida integración en su nueva comunidad- eminentemente blanca, rural y granjera-,  Dennis comienza a impartir clases de baloncesto a un grupo de chavales del  pueblo colindante: Bokchito (Oklahoma). Entre ellos, dedica una especial atención a Bryne Rich, de doce años, cuya  inferioridad física, compensada con una fiereza inusitada, le recuerda sus frustrantes inicios. Pero, aunque lo ignora en ese instante, no es, aquel, un chico cualquiera. Tras matar accidentalmente a su mejor amigo durante una cacería, el pequeño Bryne lleva diez meses encerrado en sí mismo, sumido en una profunda depresión.  

Pese a la notable diferencia de edad- casi diez años- el transcurso de los días afianza una insólita amistad, que se consolida cuando Bryne invita a su nuevo colega a cenar con sus padres -James y Pat- y sus otros dos hermanos – que se llevan una sorpresa mayúscula, pues no esperan que el anunciado telefónicamente sea un mozalbete de raza negra y de más de dos metros -.

A partir de ese instante, y aunque es difícil arrancarle, al principio, una sola palabra,  Dennis se convierte, de una manera espontánea, durante tres largos años, en un miembro más de la familia Rich; pernoctando a menudo en su vivienda e incluso laborando en la granja durante el verano; transformándose Pat y James -pese a los celos maternos- en una suerte de tutores que saben guiarle con sabiduría, cuando su impulsividad le lleva por el camino equivocado.   

Apoyado por un entorno donde, por primera vez, se siente aceptado tal cual es y por una capacidad atlética y de aprendizaje extraordinarias, se convierte, sin haber disputado un solo encuentro de High School, en la gran estrella de  Southeastern Oklahoma State y en uno de los mejores jugadores de la NAIA, con una media de 25´7 puntos y 15´7 rebotes.

El desenlace es  por todos conocido: Elegido con el nº 27 de la segunda ronda del Draft de 1986 – trágicamente vinculado a la muerte del nº 2, Len Bias- por los Detroit Pistons, Dennis Rodman conquistaría cinco anillos, un título de mejor defensor  y siete de mejor reboteador; fue un descomunal atleta, capaz de defender con excelencia a astros tan diversos como Magic Johnson, Michael Jordan o Shaquille O´Neal; pero también, como diría el añorado Andres Montes, la “Cruella De Vil” de la NBA: un tipo sin límites y con un temperamento incontrolable, que supo transformar su conducta escandalosa en parte del espectáculo, a la par que en un negocio muy rentable.

En el libro No Bull : The Unauthorized Biography of Dennis Rodman, el periodista del Chicago Sun-Times, Dan Bickler, relata los orígenes de The Worm, embarcándose en la difícil misión de esbozar los rasgos de su estrambótica e indescifrable personalidad. Podemos quedarnos, tal vez, con la visión de los dos entrenadores que mejor le conocieron: Phil Jackson y Chuck Daly.

Phil Jackson en su libro Eleven Rings: “Toda su salvaje teatralidad entre bastidores – los anillos en la nariz, los tatuajes, las tardías fiestas en locales Gay- era parte de la función que había creado, con la ayuda de Madonna, para llamar la atención. Debajo solo había un chico tranquilo de Dallas, con un generoso corazón, que trabajó duro, jugó duro y que hacía lo que fuera por ganar”. Aunque también reconoce: “Ese año deje de pasear junto a la línea de banda durante los partidos, pues observé que ello avivaba la hiperactividad de Dennis. No quería activarle pues, una vez agitado, nadie podía prever lo que sería capaz de hacer.”

Durante la exitosa travesía de los Bulls hacia la conquista del anillo en los playoffs de 1996,  Rodman coincidió en un restaurante con su padre espiritual, Chuck Daly.  Este, pleno de curiosidad, quiso saber qué extraño demonio se había apoderado de aquel muchacho silente para transformarle en un insaciable provocador, a lo que este respondió: ”Pasé  todos esos años en Detroit, fui el mejor defensor y líder en rebotes, jugué el All Star, y nadie me conocía ni cobraba lo que merecía. Tuve que buscar otro camino.”

Entonces, ¿era todo una mera actuación?
“Absolutamente” –concluye Daly.
Como el mismo diría: “ I´m what you all would be if you could let it all hang out” –

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