Diferenciar entre políticos y partidócratas

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    2019 representa para algunas naciones de Latinoamérica entre ellas Guatemala un año en el que tendrán una nueva oportunidad de ejercer el voto y elegir un nuevo Presidente. En el caso de Guatemala se hace evidente que los guatemaltecos hemos sido bastante torpes eligiendo autoridades en los últimos 32 años de esta nueva etapa democrática, la situación actual del país es la mejor evidencia de la pésima calidad del voto emitido y de lo desastroso que han resultado ser los elegidos.

    Si algún sector se ha convertido en foco del desprecio popular en esta época de cambios en Guatemala, es el sector político. Sin contenido ni reglas que lo controlen, los políticos del país personifican y representan los vicios de toda una sociedad de la cual, nos guste o no, son reflejo y resultante. Es decir, por cada político visible hay una sociedad invisible que lo puso donde está, así que la responsabilidad del desastre es plenamente compartida por todos.

    Discrepo de una visión absolutista de esta premisa, aunque con ello me gane el reclamo popular. Creo que ni todos los políticos son tan perfectamente corruptos, ineptos o incapaces, ni todos los ciudadanos son la suma de las virtudes cívicas. Hay errores y escenarios. Hay traidores y soñadores. La jungla del poder tiene especímenes de todo tipo y color, con tendencias y apetitos a cuales más variados.

    En el caso particular de la Guatemala de los últimos treinta y cinco años, las esperanzas, decepciones y ahora los fracasos tienen como fórmula inicial una casta política inconsistente, institucionalmente desarticulada, acomodaticia, corrupta, pero, sobre todo, ignorantes y proclives a cuanta corrupción se les pone en el camino. Más bien, creo que caemos en un error como sociedad al identificar como políticos a los gestores partidarios, esos que participan y ganan las elecciones y por ello ocupan los cargos públicos e integran el gobierno en todas sus variaciones.

    Somos una sociedad llena de políticos, no todos participantes de la partidocracia, a la cual sí podemos señalar como gran protagonista de la debacle latinoamericana y mundial. Es en esa cultura de partidos, caudillos y un ficticio caudal electoral cautivo donde se acomodan los intereses y se reparte el botín político derivado del poder en las urnas. Esos son los oscuros personajes a los que confundimos e identificamos como políticos.

    Diferenciemos entonces entre políticos y partidócratas. Mientras que los primeros son ideólogos, pensadores y planificadores de la cosa pública en todos los matices imaginables, los segundos son los que ni idean ni gestionan los planes, sino solo buscan cómo hacerse del poder a través de las organizaciones político-partidarias para expoliar a sus patrocinadores en campaña y también a la cosa pública tras ganar las elecciones.

    La confusión, sin embargo, tiene una lógica. No hemos aprendido a distinguir entre partidócratas y políticos. Desde el inicio de la aún vigente era democrática en los ya lejanos años ochenta del siglo pasado, siempre ha existido la sumisión de la mayoría de los gobernantes al poder económico y político del país; algunos de ellos fueron políticos y, la mayoría, partidócratas.

    La lectura más consensuada en estos tiempos de frustración social es que el sistema político y partidario ha fracasado. Los políticos están muy expuestos a la crítica popular, pero, si se analizan las causas, se comprenderá que empleados públicos y funcionarios de todo nivel también fueron corrompidos por intereses de diversa índole.

    Concluyo reflexionando sobre algo puntual: los ciudadanos debemos aprender quién es quién en esta maraña. Los miembros de los partidos políticos, esos partidócratas a los que me he referido, esperan ansiosamente los momentos electorales para buscar riqueza, poder y trabajo. Ellos son buena parte del problema porque, al igual que los burócratas, han hecho del servicio público un medio de vida que dejó al margen toda mística de servicio. Son un mal necesario, porque sin ellos el gobierno no avanza.

    En cambio, los políticos reales, esos que cada vez son menos, siguen pensando en cómo cambiar la realidad nacional y exploran, planifican y sueñan con esa idea fija en mente. Para estos, los problemas son un desafío que deberíamos gestionar en conjunto como sociedad, pero se estrellan contra una realidad implacable: Los partidócratas tienen en sus manos el funcionamiento de la maquinaria estatal que permite operar esos planes.

     Exijámonos distinguir entre unos y otros. Quizá allí comenzará la solución de esta ecuación social que no nos ayuda mucho a resolver nuestra conflictiva realidad.

    Las elecciones de Junio de 2019 serán una prueba más sobre nuestro nivel de compromiso real con el país y eso lo demostraremos con la calidad de nuestro voto, veremos cuanto hemos madurado o si seguimos siendo unos idiotas a quienes cautiva una cancioncita y un discurso altisonante.

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