Dónde es que se equivoca Pepe Mujica con Venezuela

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Ni la crisis venezolana se está agravando “porque los políticos no se ponen de acuerdo”; ni Venezuela está en la penosa situación actual “porque los venezolanos están divididos”.  El drama venezolano no se va a resolver sacando a sus dirigentes a la calle, pidiéndoles se pidan disculpas y que se den la mano, como si fuera este el aparatoso final de un cumpleaños cualquiera.

Esta secuencia de simplezas de carácter salomónico ha terminado por constituirse en un salvoconducto para aquellos que no quieren pronunciarse sobre las verdaderas causas de la crisis venezolana; que se quieren alejar de su epicentro, porque les estorba; o sencillamente, porque están interesados en que las cosas en Venezuela se queden como están. Es decir, que Nicolás Maduro y sus secuaces continúen profundizando la destrucción completa de la nación caribeña organizando una parodia democrática que no ofrezca demasiadas complicaciones.

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Las caracterizaciones genéricas, que no reparan en las causas,  y los buenos deseos de carácter pastoral,  que se empeñan en distribuir la carga de las responsabilidades existentes como si se tratara de una compra de legumbres, lo único que está logrando es llevarle más agua al molino de la crisis.

Desde hace aproximadamente dos años, la ecuación venezolana es bastante más sencilla de lo que parece. Tenemos, de un lado, a un puñado de dirigentes políticos poderosos y sin escrúpulos, enajenados en lo ideológico,  terriblemente corrompidos en cuanto a su proceder,  llevando adelante la disparatada tarea de destruir todos los filamentos de una sociedad, mientras, en la acera opuesta, un gigantesco contingente de ciudadanos desarmados e indefensos hace todo lo que puede por impedirlo.

La polarización política que vive Venezuela –esa que tanto extraña al uruguayo “Pepe” Mujica-   no es ninguna casualidad.  “Repolarizar al país”,  plantearle un conflicto político, reivindicativo,  social, de clases, y  a la larga, incluso, también racial, formó parte de un objetivo estratégico de Hugo Chávez y su movimiento desde los ya lejanos años 90.

Tomando nota de aquel imperativo, las fuerzas aliadas de Chávez se organizaron bajo el paraguas del “Polo Patriótico”, y, con el paso del tiempo,  conforme se iban librando de trabas institucionales y obstáculos políticos, consolidaron en Venezuela el hábitat de la conflictividad revolucionaria. Conflictividad esta que no necesariamente comporta coacción física, pero que transcurre en un ambiente de donde menudean los insultos y las acusaciones más estrafalarias;  la renuencia al reconocimiento del adversario, la extrema volatilidad en materia informativa, y que opera gracias a una circunstancia de secuestro institucional y coacción judicial controlada.

La conflictividad venezolana, y su crisis consecuente, es hija de la tesis de la lucha de clases colocada a rodar deliberadamente en un debate multipartidista.  Tomando, además, para su causa, algunos elementos específicos de la historia venezolana, Hugo Chávez  hizo una especie de interpretación, con las mutaciones del caso,  de las tesis guevaristas vigentes en los años 60, y  pudo verter buena parte de sus contenidos dentro de los dominios y usos de la política local. Lo ha hecho, en líneas generales, de manera incruenta, sin abrir frentes guerrilleros o colocar bombas, pero destruyendo por completo el tejido de relaciones cotidianas de la gente y dividiendo irremediablemente a la nación en dos mitades que se detestan.

La visión de las fuerzas democráticas opositoras, expresadas en este momento en la MUD, ha sido, en todo momento, distinta a las que había logrado imponer Chávez durante estos últimos años. Los valores que defiende la MUD –autonomía de poderes; colaboración institucional; diálogo partidista y relaciones flexibles con el sector privado- han sido vistas con sorna y rechazo  por la dirigencia del PSUV.  El discurso reformista del la MUD es interpretado por el chavismo como una genuina manifestación hipócrita que los ricos le presentan al país para defraudar de nuevo la esperanza popular.

El recurso de la polarización le ha sido muy útil al chavismo. Ha permitido a este movimiento desencadenar grandes tormentas políticas, que han alterado los cimientos de la vida institucional del país  -la de 2002, la de 2004, la de 2007, la de 2010 y 2012- , y, mientras acusa a sus enemigos de aquello que está adelantando   -esto es, dividir a la sociedad y promover el odio a la diferencia-   obtiene una enorme ventaja apoyándose en el talante inocuo, en la neutralidad benedictina, en la nadería amistosa en la cual navegan, entro otros, de Pepe Mujica, Leonel Fernández y Ernesto Samper. El “dense la manos, pídanse disculpas, póngase de acuerdo”.

Profundizando los errores de su maestro y antecesor, Nicolás Maduro preside en este momento una nación que agoniza. Las colas para comprar comida y medicinas adquieren en este momento en las calles unas dimensiones perturbadoras; la autoridad nacional se derrumba en medio del caos y el colapso, y la responsabilidad política y administrativa del elenco dirigente actual, en una nación millonaria que hoy está en la indigencia, es intransferible.

Podría “Pepe” Mujica tomar nota del dato preciso: sus compañeros venezolanos del PSUV han colocado a su país al borde del abismo y deberían avenirse a un arreglo de carácter consultivo, previsto en la Constitución, que salve a los ciudadanos nacidos en Venezuela, y a los extranjeros que ahí viven, que todavía son muchos, de un trauma humano que no se merecen. Después de todo, el Referéndum Revocatorio es un mecanismo constitucional y la soberanía debería residir en el pueblo.

Pero no, para Mujica el problema es que los venezolanos “se volvieron locos”.  Maduro, “más loco que una cabra”, y los demás, claro, aquella tensión, aquellos insultos, aquella cosa que no se entiende. Mujica  no se explica qué es lo que le pasa a esa gente. No se ponen de acuerdo, no dialogan, no se dan la mano.

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