El dolor del acoso

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Escribir desde el dolor es más sencillo. Desaparecen los prejuicios, los complejos que te hacen sentir apocado y retraído. Es el momento de poner a cada uno en su sitio. El dolor te permite desinhibirte y relajar la contención que siempre llevamos dentro. Dicen de los compositores que sus mejores oras las componen en el desamor, de hecho qué son los boleros sino odas al olvido.

Ser civilizados, o pensar que somos capaces de serlo, nos obliga a caminar como en un rebaño de borregos. Lo social, lo político, lo académico, lo laboral, está siempre rodeado de lo que ahora llaman “postureo” que nos convierte, con seguridad, en los más falsos de la Historia.

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Estos días siento dolor. Dolor actual pero con carácter retroactivo. Se ha suicidado un menor más en España con el fantasma del acoso escolar, el desprecio de sus compañeros. Por detrás y por delante. Dejó escrito en una nota: “Si queréis verme tendrá que ser en el cementerio”. Era una niña. Nada más que eso: una niña que no supo cómo enfrentarse a una realidad cada día más acelerada: la de la burla continuada, el aislamiento del grupo, la soledad de la vida en su fase de lanzamiento.

Siempre ha habido acoso, como siempre ha existido el machismo y la violencia doméstica. Pero ahora se conoce más, lo que ni le resta ni le añade gravedad; se les da más cobertura en los medios de comunicación, y las tecnologías y las nuevas formas de relacionarse favorecen estas situaciones de exclusión. Por ignorancia, por prepotencia, por falta de educación. Por acomodamiento y el escaso tiempo de calidad dedicado a quienes dependen de nosotros. Primero se acosa y se abusa y de mayores se llega incluso a asesinar.

He sufrido diferentes tipos de acoso. De pequeño y de mayor. No de forma continuada pero sí persistente en el tiempo. Leve, nada grave pero sí condicionante. En el colegio me golpearon, me sentí marginado por vete tu a saber qué: mis piernas flacas, mis cejas de Mr. Spock, mis brazos que llegaban, y llegan, casi al suelo… qué mas da. Me pegaron, me obligaron a presenciar escenas vejatorias entre otros alumnos, me robaron la merienda sistemáticamente (parece una coña pero no lo es para un niño), se burlaron de mi por mi aspecto, me marginaron porque ayudaba a un minusválido a subir una cartera que él no podía transportar cada día, fui testigo de más de una paliza, entre compañeros y entre profesores y alumnos. Pero aquí estoy. Entonces se consideraba casi como una rutina, como algo normal. Y eso que yo tuve la suerte de tener unos padres que ante el menor síntoma supieron reaccionar. Pero ¿saben qué? Las cosas no pasan gratis en la vida. Todos aquellos episodios conforman una personalidad que no podrás cambiar. Podrás disfrazarla y disimularla, suavizar y matizar algunas cosas, pero cuando te encuentras ante ti mismo eres de verdad el de siempre. El esqueleto, el Mr. Spock, el cachas, el canillas, el patasdealmbre… el que se quedó fuera del grupo en muchas ocasiones.

Estás deseando cambiar de escenario para convertirte en lo que crees que puedes ser. Y llega ese momento y triunfas, pero te ha costado una actuación. ¿Cuánto tiempo tardarás en cansarte de interpretar? Porque siempre sucede, y vuelves a convertirte en el foco de atención y de la burla. Como ya eres mayor, el acoso busca su excusa en el entorno laboral. Comienza la inseguridad, y con ella el deterioro. Y con este los problemas. Y con ellos el fracaso. Y si no eres un fracasado, porque yo no lo soy, ese sentimiento no hay Dios que te lo quite de encima. Tienes que mantener tu estado de ánimo en permanente alerta para no recaer. Y eso cansa. Es como el drogadicto, o el alcohólico, que no se curan sino que alivian sus síntomas sin consumir. Pero el día que lo vuelven a probar se produce la recaída.

Podrá parecer exagerado, pero con quien se siente acosado ocurre lo mismo. Uno puede fortalecerse, crecer, aprender de si mismo, puedes adaptarte a tu entorno y convivir con todos con normalidad. Pero si llega el momento, cuando alguien te pisa, te duele de una manera especial.

Nuestra sociedad no va a permitir normalizar los comportamientos hasta erradicar los abusos pero estaría muy bien que entre tanto desarrollo y aceleración, ya que el sistema es casi inútil en este terreno, cada uno de nosotros dedicásemos un rato cada día a observar no sólo a nuestros pequeños, sino también a su entorno y a quienes encomendamos parte de su educación. Para que nunca más un niño se quite la vida que no ha podido disfrutar.

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