El drama de la migración infantil hacia Estados Unidos provenientes del triángulo norte centroamericano, no cesa. Por el contrario, la cifra parece haber aumentado, a juzgar por el incremento de menores que permanecen detenidos, luego de que su travesía haya sido interrumpida por la guardia fronteriza norteamericana.
Era yo embajador de Guatemala ante la Casa Blanca en 2014 y 2015 , cuando el tema se convirtió en un drama humanitario muy serio. Y tras buscar soluciones con diversos sectores, coincidimos en que la llegada de niños solitarios e indocumentados a la frontera sur de los Estados Unidos era resultado de varios factores que les hacían viajas miles de kilómetros sin acompañamiento familiar, aunque si bajo la vigilancia de los llamados coyotes.
El factor principal de exportación humana era la falta de oportunidades en los países de origen, por el impacto que sufrían las frágiles economías de la región; era una migración de origen financiero. Un segundo componente era el incremento de la violencia en sus comunidades de origen, con lo cual se incorporaba el tema de la sobrevivencia ante un entorno hostil. Una tercera causa, se analizaba, era el tema de la reunificación de familias que se habían desintegrado cuando uno o ambos padres había ingresado sin documentación a territorio estadounidense y se habían logrado establecer.
Aunque las causas eran realmente puntuales y fáciles de comprender, los países originarios de esa migración carecían de los mecanismos para solucionar cuando menos los dos primeros vectores sociales que provocaban la migración de niños no acompañados.
Como la situación en Centroamérica no ha cambiado, en especial por que el plan alianza para la prosperidad del triángulo norte se quedo en el papel y ni Estados Unidos ni los países centroamericanos le han dado el seguimiento intenso que demanda la situación, con lo cual el drama sigue. Desde el 2015 el gobierno norteamericano ha reunido a 150 mil niños con sus familias; hay 12 mil menores en refugios, un número muy grande si se toma en cuenta que hace solo un año, en el 2017, había 2 mil 400 en custodia de las autoridades migratorias. Y según notas de prensa, el período de detención que sufren los niños ilegales ha pasado de 40 días como era en el 2016, a 59 días, en el 2018.
Los números que retratan la migración ilegal de niños sin acompañamiento han crecido. En todo sentido. En toda dirección. Quizá ha sido más eficiente el patrullaje fronterizo norteamericano. Acaso sea un reflejo de la presión que sufren las familias en Centroamérica para obligar a los menores a desafiar todo riesgo y buscar cómo llegar a su destino en la unión americana.
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