El lastre de la monarquía le concede la razón a Cataluña

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Los catalanes creo que tienen todo el derecho de decidir por ellos mismos si quieren ser independientes y autónomos, vivir sin ninguna intervención ajena y, obviamente, asumir el costo que les implique esa determinación.

Pueden ser muchas las razones de Cataluña para separarse de España e irse a morir de hambre con su propia plata cuando se le venga en gana. A mi modo de ver, la monarquía tiene que ser uno de los principales motivos para separarse. Es injusto que la jefatura y la representación del estado sean ejercidos por un rey que recibe el poder por herencia y puede transmitírselo a sus descendientes por los siglos de los siglos (se pasa por transmisión sexual, como las enfermedades eróticas). Debido a eso es que los americanos nos independizados, casi todos por la fuerza: para existir –mal o bien y dueños de nuestras propias taras y desgracias– sin tener que obedecer a los designios de “sus majestades”.

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 La constitución política española actual establece: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. España entera debería levantarse contra este despropósito, no solamente Cataluña.

 La monarquía –figura extravagante– fue reimplantada en España al cabo de una guerra civil y 40 años de la dictadura de Francisco Franco, durante la cual el país estuvo convertido, por la fuerza y la violencia, en una suerte de monasterio de clausura. Los pilares de España eran –aún no han dejado de serlo del todo– la religión y el orden.

 El mismo Franco, que ejerció todos los poderes sin ninguna limitación jurídica, fue quien, al filo de la muerte, instaló en el trono que él había desocupado a Juan Carlos de Borbón, que vagaba por Europa, de prostíbulo en prostíbulo, lo mismo que un puñado de miembros de otras vergonzantes monarquías sin reinos –Francia, Rusia, Italia, Brasil o Rumanía…–  entre quienes se continuaban practicando la endogamia atávica de los viejos tiempos, solo que esta vez era entre monarcas, emperadores, reyes y príncipes decaídos en el exilio que manejaban taxis y dormían con abrigos impermeables y sombrillas viejas para desviar el agua de las goteras de las tinas averiadas de los pisos superiores de los edificios en los que vivían.

 España comenzó a salir de la dictadura con la coronación, en 1975, del ya mencionado Juan Carlos I, cuya casa real hoy le vale al bolsillo del empobrecido país más que algunas comunidades autónomas o ciertos ministerios, como los de Hacienda y Justicia. A ello se suma que la familia real constituye un antro de corrupción impune especializada principalmente en negocios ilícitos de gran magnitud, representados en tráfico de armas o petróleo, especulaciones inmobiliarias y financieras, así como consumo de drogas y sexo. Seres como Iñaki Urdangarin, yerno del rey por ser esposo de su hija Cristina de Borbón, se los ha visto más que todo en los juzgados en los que se quisiera que se les castiguen sus corruptelas, pero no es así: vive en Suiza.

  Para no hablar de los desafueros sexuales de Juan Carlos I o “Juanito”, a quien se le atribuye la prodigiosa marca de ser el personaje internacional con mayor cantidad de amantes en el mundo. Posee, además, bríos de asesino que calma matando animales, muchos de ellos en excusiones de caza por África pagadas con el sudor de los españoles.

 En su libro censurado Hasta la coronilla, el periodista Iñaki Errazkin sostiene: “La degeneración que causa la continua endogamia, la soberbia y la impunidad inherentes al poder, ya sea absoluto o relativo, son elementos que no ayudan precisamente a forjar un carácter virtuoso, y los Borbones no son una excepción”.

 Errazkin expone uno de los episodios más sórdidos y silenciados de “Juanito”, gracias al cual pudo llegar al trono de España: siendo, niño mató con un disparo de pistola a su hermano mayor, Alfonso. Así, quedó en el primer puesto de la sucesión. Su padre, el depuesto Juan de Borbón, impidió que hubiera autopsia e investigación alguna.

 El libro El negocio de la libertad (Foca, Madrid, 1999), de Jesús Cacho, revela que “Juanito” comenzó a amasar la fortuna que hoy posee no sólo con fondos públicos sino con donaciones que pedía a las más despreciables monarquías amigas suyas, como la del Sha de Persia, para “defender a España del socialismo”.

Cuenta Cacho que “el Rey no lee libros” y esto me hace recordar el día en que debí hacer antesala con algunos colegas en el estudio del palacio de la Zarzuela, residencia de “su majestad”, mientras este nos llamaba para entregarnos en ceremonia especial varios premios Rey de España de Periodismo. Husmeé los estantes durante cerca de una hora y encontré que ningún volumen de los que abrí tenía señas de haber sido hojeado y menos leído. Los que tenían cintas para marcar las páginas las mantenían todavía dobladas en la misma forma en que salen de la imprenta. Otros conservaban dedicatorias rastreras y rimbombantes, de puño y letra de sus autores, tales como “A Su Majestad, Rey Don Juan Carlos, con el aprecio irreductibles de…”, o “A sus pies, con mis más elevados sentimientos de admiración y conocedor de sus insuperables emociones de reconocido americanista…”. Uno de esos libros, dedicado con matiz de panegírico y adulación canina, recuerdo, era del tristemente célebre expresidente colombiano Belisario Betancur, quien puede morir tranquilo: nadie en la casa real lo había leído.

Tras haber reinado durante 38 años, “Juanito” abdicó en 2014, en favor de su hijo, el nuevo rey: Felipe VI, quien con sus más de dos metros de estatura representa lo mismo: la negación de la democracia (es rey), es uno de los 40 hombres más rico de Europa, no tienen ninguna función específica y es ilegítimo. Lo ofrecen al mundo como un monarca adecuado a estos tiempos, lo que no puede tener razón ni sentido: estamos en la era de la búsqueda y la consolidación de la libertad, la democracia y el libre albedrío, todo lo contrario a la monarquía.

En fin. Mi solidaridad con Cataluña que, si no puede extinguir la tara monárquica que tiene encima, debe tomar la vía más lícita, justa y obvia para evitarla: separarse de España.

Nota: Recomiendo el libro “Juan Carlos I, La biografía sin silencios”, de Rebeca Quintans, doctora en periodismo de la Universidad Complutense de Madrid. Ediciones Akal, Madrid, 2016.

No olvide ver nuestros reportajes en: www.hispanopost.com 

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