El mensaje de un llanto

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Un fotógrafo roto de dolor, llorando y desconsolado. Detrás de él varios vehículos en llamas. A su derecha, el cadáver de un niño. Estamos hablando de una imagen que ha dado la vuelta al mundo y que se ha convertido en la noticia y la imagen de Siria el día de ayer. Un atentado en Alepo que dejó 126 muertos pero que deja como imagen icónica el gesto de hartazgo emocional de este reportero.

Se llama Abd Alkader Habak y ya le apodan “el héroe de Alepo” después de su actitud en el atentado que dejó más de 70 niños muertos. Habak, sin soltar su cámara, recoge en sus brazos a un niño para ponerlo a salvo de las llamas e inmediatamente después va al epicentro de la desgracia a buscar algún otro cuerpo que recatar de la barbaridad.

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Mi recuerdo me remonta a la memoria de Kevin Carter, aquel fotógrafo que estando en Sudán inmortalizó a un buitre acechando a una supuesta niña moribunda. Supuesta, porque no era ni niña ni moribunda; era un niño que muchos años después ha sido entrevistado por muchos medios como el protagonista de aquella imagen. Pero no por Carter, porque se suicidó estando en Sudáfrica poco después de hacer aquella fotografía porque no podía soportar el aluvión de críticas y reproches de los que fue víctima, incluso desde dentro de su propia familia. Se le reprochaba a Kevin el haber tomado esa fotografía cuando quizá hubiera sido mejor aparcar la cámara y ayudar. Se abrió entonces el debate sobre si la mejor ayuda de Carter como fotógrafo era contar al mundo el momento de Sudán a través de esa imagen o haberse acercado a ella (a él) y darle un vaso de agua. Hubo quien salió en defensa del reportero en ese momento y dijo “un vaso de agua no habría hecho más que alargar su agonía, mientras que con esta foto todo el planeta conoce esta situación”, pero la realidad es que a Carter se le atragantó este asunto hasta tal punto que se quitó de en medio.

El sufrimiento en Alepo es brutal, pero no menor (tampoco existen escalas para medir el dolor) que lo que sufre cualquiera en el mundo en este tipo de situaciones. Cuando hay niños la cosa es más aguda si cabe y la muesca que el sufrimiento de un niño deja en tu cerebro es muy difícil de restaurar. Recuerdo mi paso por Rwanda, del que tantas veces he hablado, y de las miradas de tantos niños en silencio y sin una sonrisa. Cadáveres de niños por todas partes, unos muertos violentamente y otros como consecuencia del cólera en su huida a zonas de refugio. Qué curioso, allí encontraron muchos la muerte.

Fotografié la muerte, la soledad, la tristeza de esos pequeños. Fui testigo de la aparición, entre un montón de cadáveres en una fosa común, de un pequeño bulto que se movía y que resultó ser un bebé envuelto en una sábana que alguien había tirado entre los muertos. Pero yo no lloraba, simplemente trabajaba. Y eso me daba que pensar hasta que hablé allí mismo, sobre el terreno, con una psicóloga que me “tranquilizó”: “No eres ningún monstruo, estás haciendo un trabajo y te escudas en tu cámara como protección. Pero esto que estás viviendo te acabará pasando factura con el paso del tiempo”, me dijo. Y así fue. Hoy no soy capaz de ver con serenidad muchas de las imágenes que capté en aquél verano de 1994 en Rwanda por su dureza y por todo lo que transmiten. Y he pasado por consultas de psicólogos y psiquiatras para saber manejar estas y otras situaciones límite vividas durante mi trabajo como periodista.

A este fotógrafo sirio, Habak, le acabará pasando lo mismo pero cuenta con una ventaja: ha sabido priorizar, ejercer de manera comprometida en el momento y con amplitud su profesión. Es fotógrafo, sí, y además de contar las barbaries de la guerra en su tierra, ayuda en los peores momentos. Es un ser humano, algo que muchas veces la gente olvida cuando habla de un reportero de guerra. Abd Habak, con su llanto, con la exteriorización de su dolor, no sólo ha dado un paso de gigante en el manejo del trauma que le está creando lo que está viviendo, sino que involuntariamente ha conseguido lanzar un mensaje de SOS al mundo entero. Hoy hemos dado importancia a Siria por el llanto de un fotógrafo, detrás del cual se esconde la muerte de 126 personas entre las que había 70 niños.

Hemos recibido una lección.

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