El poeta más viejo del mundo

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El poeta en ejercicio más viejo del mundo se llama Manuel Patrocinio Algarín Palma. Se levanta a las cinco de la mañana para barrer con una escoba de esparto las hojas de los árboles que han caído al patio y a las seis se instala en el cuarto de escritorio a leer y también a anotar reflexiones para su próximo libro. Mientras tanto, el resto de los habitantes de su pueblo caribeño, Baranoa, con enorme estruendo levantan las rejas metálicas del comercio o salen adormecidos a la carretera en busca de transporte para ir a atender sus quehaceres en Barranquilla. Otros recorren a gritos las calles del municipio vendiendo frutas, jugos, café y pasabocas durante el tiempo en que el poeta ensambla sus versos.

Este 13 de noviembre Manuel Patrocinio cumplió cien años. El pueblo, su familia y amigos dieron una fiesta nocturna regada con güisqui y animada con aires del caribe al ritmo de los cuales él bailó como los comensales más jóvenes y también permaneció de pie durante horas mientras cada habitante del pueblo que así lo quisiera se fotografiaban con él.

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–Este acaballero ya no me permite muchas cosas –se lamentó poniéndose la mano sobre su viejo corazón, que últimamente tiende a desordenarse.

– ¿Qué le ha dicho el médico? –le pregunté cuando comenzaba la fiesta.

 –Que la longevidad es hereditaria –concluyó bailando con una de las muchachas invitadas que no se resistió a seguirle el paso.

Compuso su primer poema en enero de 1934, “Noches claras de enero”, cuando el Presidente liberal Enrique Olaya Herrera estaba en su último año de gobierno. Desde entonces, lo declama recurrentemente.

Hace un par de años recitó con voz de trueno “La noche del beso robado” –de su inspiración– ante una multitud reunida en la ciudad caribeña de Santa Marta (la más antigua de Colombia). La entonación, sacada con el mejor esfuerzo de sus pulmones –como nunca antes– y la elevada elocuencia alcanzada le valieron el primer premio en la Olimpiada Nacional de Declamación.

 “Fue una noche despejada/ y tachonada de estrellas/ cuando al pie de su ventana, / yo le cantaba mis penas…”.

Manuel Patrocinio es un poeta popular seguro de sí mismo. En alguna noche de parranda retó al mítico compositor de canciones vallenatas Rafael Escalona a una “’carrandanga’ de versos” de la cual no quedó noticia acerca del ganador.

Solamente una vez viajó por pocos días a Bogotá, cuyo clima frío abominan los costeños. Con esa excepción, nunca ha salido de la región caribe colombiana ni de Colombia. Es hijo de campesinos descendientes de españoles y estudió hasta cuarto de primaria en la escasa escuela pública de Baranoa de aquel tiempo. Su maestro, Robin Rolong, le enseñó con esmero los dos únicos asuntos suficientes para llevar la vida con resultados felices: leer y escribir. Gracias a ello, fue secretario y oficial mayor de juzgados promiscuos y auditor fiscal en hospitales públicos. Estudió de memoria los códigos y los reglamentos para impartir justicia y control moral por medio de sentencias y otras decisiones escritas a la velocidad del trueno en enormes máquinas de escribir, de las cuales conserva todavía su moderna Olivetti Línea 98, de los años 60; con ella “pasa a limpio” sus poemas, pulidos primero con lápiz a satisfacción completa.

No le cabe la menor duda sobre sus dos poetas predilectos: “El colombiano, Julio Flórez, especialmente ‘Tus flores negras’. El extranjero, Federico García Lorca”.

Flórez nació en 1867 en la andina ciudad de Chiquinquirá pero murió en Usiacurí –cerca de la entrañable Baranoa de Manuel Patrocinio–, a donde llegó enfermo a la edad de 42 años, procedente de España, con el objeto de tomar una cura de aguas medicinales y de un jarabe de tintura de Maquiani, que en caso de hacer vuelco de tripas debía contrarrestarse con tragos de aguardiente. Poco a poco mejoró bebiendo, además, una receta de limonadas calientes con gotas de láudano, espíritu de hierbabuena y un poco de sal. Durante la convalecencia se enamoró de una colegiala de 14 años y se quedó a vivir allí, hasta el final de sus días, en 1923, cuando Manuel Patrocinio ya tenía seis años de edad, pero jamás tuvo el honor de verlo en persona. No obstante, visita varias veces al año la casa de techo pajizo, hoy museo, en la que se honran la vida y la obra de aquel romántico.

Manuel Patrocinio está convencido de que el mejor Presidente colombiano de todos los tiempos es Alfonso López Pumarejo por las reformas liberales sobresalientes que introdujo, entre ellas las leyes laborales con las cuales se le puso freno real y definitivo al esclavismo y nacieron beneficios como la jornada laboral de ocho y la pensión de jubilación vitalicia, de la cual él obtuvo la suya en 1992.

“El peor presidente, en cambio, fue el hijo de ese grande: Alfonso López Michelsen”, concluye.

El primer viaje de su vida Manuel Patrocinio lo hizo de niño con su padre: tardaron siete horas en llegar en burro a Barranquilla durante una noche limpia de luna llena.  En 1925 conoció el primer carro, un Ford que llegó a su pueblo, importado por don Máximo Araujo. Saltaba sobre las charcas con un enjambre de niños desnudos corriendo detrás de él y saludando con el sonido áspero del claxon. La televisión la conoció al final de los años cincuenta, cuando la trajo tardíamente el dictador Gustavo Rojas Pinilla.

De todas las invenciones humanas, la que mejor dice comprender y admirar, es la Internet. “Pero no sabemos usarla, algo tan grande lo utilizan en lo más ridículo”, afirma quien vivió los tiempos en que las cartas demoraban meses en viajar a su destino y meses llegar la respuesta; lo que hoy ocurre en minutos. Las cuatro o cinco cartas que una pareja de enamorados lograba cruzarse durante un año para comenzar y terminar un romance sin haberse tocado nunca, ahora van y vienen en medio día, algo que fascina a Manuel Patrocinio.

Camina sin bastón y rápido. También, es liberal, “a mucha honra”, afirma.

Tiene escrita en verso la historia completa del equipo de fútbol Junior, de Barranquilla, y millares de acrósticos de su pluma y letra dedicados a los momentos y las mujeres que le han agitado el alma.

Conocí a Manuel Patrocinio el año pasado y nos hicimos amigos para siempre durante el rodaje de mi próximo documental sobre el general liberal Juan José Nieto Gil, caudillo del siglo XIX que llegó a ser presidente de Colombia en 1861, pero fue borrado de la historia por el hecho de ser negro. También nació en Baranoa y su nombre fue rescatado por Manuel Patrocinio en la letra del himno municipal, compuesto por él. Conseguí que el viejo poeta lo cantara a pleno pulmón en el parque principal con la orquesta sinfónica infantil del pueblo.

Logré, también, mediante un procedimiento jurídico, que Juan Manuel Santos reconociera oficialmente a Nieto como el presidente número 13 de Colombia y estamos a la espera de que su retrato sea colgado por fin en la galería de la Casa de Nariño. Será una realización histórica de justicia social a una iniquidad insólita, en la que me acompañan por igual el viejo poeta y el joven estudiante de sociología Emmanuel de la Cruz, quien acaba de fundar en Baranoa, con la ayuda del historiador local Mario Ramón Mendoza, un modesto museo en memoria y honor del prócer borrado.

He propuesto que Manuel Patrocinio viaje para asistir a ese acto urgente que todavía no tiene fecha, pero los médicos, entre ellos un hijo suyo, creen que su corazón no está en capacidad de salir del nivel del mar para elevarse a hasta los 2.600 metros de Bogotá.

Manuel Patrocinio se alzó de hombros y me contó que hace poco tiempo asistió al cumpleaños de un hombre de 106 y este año estuvo bailando en las fiestas patronales de los vecinos pueblos de Usiacurí y Piojó.

“No me sorprende mucho llegar a los cien años. Pero sí lo que usted me dice: que ahora soy el poeta más viejo del mundo”. 

No olvide ver nuestros reportajes en: www.hispanopost.com 

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