Después de haberse formulado toda suerte de promesas, hace poco más de 20 años, como uno de los bloques económicos subregionales de mayor proyección y posibilidades, Mercosur parece cercano a convertir su empantanamiento en una dolencia de carácter histórico.
Mercosur no ha carburado, paradójicamente, en estos, los años del Orden Mundial posteriores a la Guerra Fría, que han hecho posible la consolidación de espacios multilaterales alejados de la influencia directa de las superpotencias, o el fortalecimiento de zonas de cooperación política y económica organizados a partir de parámetros no tomados antes en cuenta, como BRIC, la Alianza del Pacífico, el G-20 o el G-77.
En todo estos años no han podido ensamblar nada trascendente Brasil y Argentina, dos de las tres grandes economías latinoamericanas, gigantes subregionales cuyos intereses chocan abiertamente con los de Uruguay y Paraguay, naciones con un diminuto PIB en comparación, cuyos presidentes y diplomáticos en todo momento resienten de la torpeza, la tutela y el choque de intereses que se ha ido consolidándose entre países grandes y pequeños.
Hace un tiempo, en los años de gloria del compadrazgo de la izquierda ortodoxa, Hugo Chávez pudo colocar a Venezuela, quinto país en discordia, en el seno del Mercosur. Todavía entonces se pensaba que Mercosur saldría de su letargo.
Hubo críticas, pero algunos pensaron que le modificación podría reactivar algunos procesos, recrear las reglas de juego e inyectarle dinamismo a Mercosur. La promesa venezolana, una equidistante economía, más grande que la de Uruguay y Paraguay, pero claramente atrás de Brasil y Argentina, residía en su potencial energético. Chávez mantenía que no era sólo el petróleo: se trataba también del gas, del epicentro petroquímico. De la posibilidad de reactivar el deteriorado parque industrial del acero y el hierro venezolano con ayuda brasilera.
El virus de Mercosur, ya notorio incluso desde lejos, encuentra un nivel especial de dificultad ahora, que han cambiado los aires de la política en la región y existen nuevos mandatarios en Brasil, Argentina y Paraguay. Esta nueva nueva triple alianza que ha aludido la canciller venezolana Delcy Rodríguez, sustituta de los antiguos compadres del populismo: la gente de Temer, en Brasil; Macri, en Argentina y los colorados de Cartés en Paraguay. No se olvide que ya el gobierno de Venezuela, con Maduro como canciller de Chávez, tuvo un agrio incidente con la oposición paraguaya, ahora en el gobierno, una vez que Fernando Lugo, uno de los alfiles chavistas en Sudamérica, saliera del poder.
Quiere decir que ahora, demás de asimetrías económicas objetivas, las malquerencias y la desconfianza se acumulan en Mercosur. Hace un buen rato que, formalmente, el gobierno venezolano ha rebosado el vaso de la tolerancia democrática, y violentado, tácitamente, todos los protocolos democráticos hemisféricos. Eso lo tiene claro todo el mundo en Mercosur.
Ahora Venezuela se dispone a asumir la Presidencia Pro Témpore del organismo, a todo evento, como lo ha anunciado Maduro, aún si los otros miembros no estén dispuestos a que asuma funciones. Si ya están adentro, los chavistas no han ingresado a Mercosur como oyentes. Van a hacer lo que hacen siempre: colocar el germen del conflicto, intrigar entre tendencias opuestas para imponer sus intereses y hacer en todo momento las cosas por cuenta propia. El bolo madurista, y las contradicciones internas, amenazan con crear una sistémica indigestión.