Haití: tragedias políticas, terremotos naturales

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Del rosario de calamidades con las cuales ha tenido que lidiar en toda su historia, hay dos, relativamente recientes, que alcanzan el pináculo y que han configurado el tan comentado desplome estructural vigente en Haití. 

El primer hito fue la supresión de sus Fuerzas Armadas, luego de la crisis que provocó una nueva ocupación militar de los Estados Unidos en el país, esta vez en  1994.  Jean Bertrand Aristide, el entonces promisorio líder de la democracia haitiana, había sido depuesto tres años antes por un golpe militar de comando liderado por Raoul Cedrás, uno de sus generales fundamentales. Aquel procedimiento, que quizás podía pasar de puntillas en los años de la Guerra Fría, produjo alarma en los posmodernos años 90 y una inmediata reacción de la OEA.

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Cedrás quedaría depuesto luego de un duro embargo y un cerco militar de Estados Unidos. Se produjo entonces acuerdo político, promovido por Aristide y por Clinton, para organizar en el país una especie de milicia civil que sustituiría al ejército.

El reparo existente hacia la institución militar haitiana por supuesto que estaba fundamentado. Aquel era un cuerpo acostumbrado a disfrutar de las mieles del poder y reprimir e imponer el terror a la población desde hacía mucho tiempo. Particularmente bajo la prolongada dictadura de Francois Duvalier, “papa doc”, y luego, fallecido éste, la de su hijo y sucesor, Jean Claude, llamado también “baby doc”.

Entonces parecía imposible reconducir la política haitiana hacia la vida civil y la primacía del veredicto popular en democracia sin desactivar aquel nido de conspiraciones sistémico que eran sus hombres de uniforme.

Baste recordar que, finalizada la dictadura dinástica de los Duvalier, en 1986, Haití se demoró varios años en poder organizar una primera consulta electoral, pues a un presidente depuesto le sucedía otro, tras un nuevo complot militar: Henri Namphy, Leslie Manigat, Prosper Avril, y, finalmente, tras un  precario pacto para organizar finalmente los comicios, con ayuda de la OEA, la magistrada Ertha Pascal Trouillot.

El fin del ejército profesional  haitiano, sin embargo, produjo una debacle colateral más grave,  que pudo palparse con en su totalidad unos 6 años después, puesto que aquel liderazgo civil, más allá de su popularidad y carisma, no pudo organizar ningún tejido institucional estable.  Sin militares, Haití se quedó sin columna vertebral.  El liderazgo fallido de Aristide terminó produciendo un terremoto político en torno a su figura, especialmente durante su segunda presidencia, en la década siguiente, desencadenando una debacle que produjo la anarquía total en el país.

Aristide, presidente reelecto, fue derrocado definitivamente en 2004 tras una sublevación general en la cual las universidades y el estudiantado participaron activamente. Haití se llenó entonces de facciones militares armadas, ninguna de ellas con verdadera claridad política, que comenzaron a organizar secuestros y a controlar territorios parciales. Naciones Unidas desembarcó en la isla con la Minutash, –La Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití–, con un fuerte componente militar, que ha ido fortaleciendo su presencia con los años. Se acordó un nuevo gobierno provisional, y en 2008, tras nuevas elecciones, asume el poder, por segunda vez, el ingeniero René Preval.

Preval había sido el sucesor de Aristide luego de finalizar este su primer período, a finales de los años 90. En algún momento ambos fueron estrechos aliados políticos del partido “Familia Lavalás”.  Los gobiernos de Preval fueron opacos y criticados, aunque han expresado parte de los pocos momentos de calma política de la vida nacional. Fueron, además, gobiernos electos: Preval ha sido prácticamente el único presidente haitiano que ha recibido el poder y lo ha devuelto sin traumas políticos importantes.

Durante su ejercicio, sin embargo, sobrevino entonces el segundo hito catastrófico haitiano, acaso el más importante de todos: el devastador terremoto del 12 de enero de 2010. Un poderoso movimiento de tierra muy cercano a Puerto Príncipe, que impactó de manera furiosa a un país con una infraestructura débil, y que produjo una catástrofe nacional, de carácter internacional, contabilizada en más de 300 mil personas muertas.

El terremoto convirtió a Haití directamente en un estado mendigo. Las pérdidas económicas fueron incalculables.  El Palacio Presidencial de Puerto Príncipe, una hermosa estructura blanca de aspecto barroco tropical, se vino abajo por completo. El propio presidente Preval se quedó sin pertenencias y sin lugar donde dormir. Todo Puerto Príncipe, sus plazas y parques, se llenaron de damnificados y desplazados amontonados en chabolas o colchonetas. Cientos de miles de personas perdieron sus casas en todo el país. Proliferaron enfermedades y nuevas epidemias. Muchísimas personas más abandonaron el país en embarcaciones.  Luego de los reportes sobre los resultados del terremoto, uno de los titulares del diario español El País, fue: “Haití, un país que ya no existe”.

El terremoto de Haití coronó una desafortunada secuencia de desastres naturales, sobre todo huracanes y tormentas, particularmente graves a partir del año 2005, el de la presidencia interina de Boniface Alexandre, que castigaron aún más su precaria infraestructura.

A partir de 2010 la presencia internacional masiva ha trabajado duro para sacar a Haití del estado de coma. A Preval lo sucedió Michelle Martelly, un joven músico popular y todo un outsider de la política local. La ayuda internacional masiva permitió a Martelly mostrar algunas cosas, aún en medio de un estado general de desorden, corrupción y confusión institucional.  Se pudo organizar, de nuevo, una fuerza policial nacional; se mejoró el aeropuerto y se construyeron viviendas. Algunas cadenas internacionales han construido nuevos hoteles en Petion Ville, la zona residencial exclusiva de Puerto Principe.

Es en este precario estado de cosas, luego de dos elecciones impugnadas y fallidas, y una nueva presidencia interina, que finalmente se ha producido el traspaso de mando en Haití. Ha quedado electo, de forma inobjetable, Jouvenel Moise, un joven empresario de una familia del norte de la isla, que expresa, a su manera, nuevas variantes en la política interna, y que promete acuerdos e inversión para fomentar empleos.

 Tendrá mucho trabajo, pero su sola presencia insinúa la llegada de una nueva oportunidad.

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