James Dean: El rey mutante

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“Porque odio a mi padre y a mi madre. Quería elevarme sobre el escenario y mostrarles lo que soy. Mi madre murió cuando yo tenía nueve años. Solía escapar de la casa de mi tío y acercarme a su tumba para hablarle: ´¿Por qué me has dejado? Te necesito. Te amo´. Por esto quiero convertirme en el mejor actor para decirle: ´voy a ser tan jodidamente grande sin ti´”.

Primavera de 1954. Set de grabación de Rebel Without a Cause. Preguntado por su amigo y  admirador Dennis Hopper sobre su motivación para actuar, James Dean demuda su gesto volviendo por un instante al niño arrancado de los brazos maternos por una cruel y fulminante enfermedad; aquel tiempo difuso en que la adversidad puso un abrupto telón final al minúsculo escenario de cartón de aquel hogar feliz en Santa Mónica, donde ambos recreaban durante horas el universo de sus sueños.

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Un párvulo confuso que no puede articular palabra; impávido al separarse simultáneamente de un padre incapaz de lidiar con la situación.

Aquel extraño trayecto ferroviario desde Los Ángeles hacia Fairmount (Indiana) para criarse en la granja de sus tíos, donde, acompañado únicamente de su abuela y del ataúd con el cadáver de su madre, se levanta constantemente de su asiento para comprobar que el continuo vaivén no lo ha arrojado fuera del vagón.

La única persona que realmente le comprendía, la que fomentó desde la cuna su hipersensible creatividad, llevándole a clases de baile y de violín, y ensayando con él pequeños fragmentos teatrales,  le dejaba para siempre apenas cumplidos veintinueve años.       

Todo el devenir posterior de Jimmy queda marcado por aquel luctuoso trance, por su extraordinaria capacidad para reproducir ante la cámara la virulencia de aquel dolor infantil que jamás pudo exteriorizar.

Aunque parece dichoso en su jardín protector, ordeñando las ovejas, alimentando al ganado, remojándose en el Back Creek rodeado de frondosa vegetación o compitiendo con ferocidad en la cancha de baloncesto, sólo sobre el tablado del club de arte dramático aparece su auténtico yo: el chaval atormentado y abandonado oculto bajo una máscara de profunda indiferencia. 

Por ello, completados sus estudios colegiales abandona Fairmount y, siguiendo el instinto de los viejos nativos, enfila hacia el oeste rumbo a California, con posterior escala en Nueva York, donde, gracias a su brillantez, consigue ingresar en el prestigioso Actors Studio.

 “Le recuerdo desaliñado y sentado en la fila frontal con semblante malhumorado. Nunca participaba en nada”, rememora Elia Kazan.

Es curioso que iconos de la reconocida escuela neoyorquina como Marlon Brando, Montgomery Clift, James Dean, o Marilyn Monroe, apenas tomaran parte en las sesiones. “Tal vez no lo necesitaban. Quizás su talento era suficiente”, afirma otro de los artífices del denominado “Método”, Lee Strasberg.

Pero Jimmy llevaba en realidad toda una vida aplicando “El Método”, viajando dentro de sí mismo para arrancar las capas de su mudable personalidad hasta llegar a sus sentimientos más descarnados y ocultos, para usarlos en sus actuaciones; e imitando los ademanes y expresiones de sus  semejantes para incorporarlos a su yo escénico.

El gran boom televisivo de principios de los cincuenta, que tanto asustó a la industria cinematográfica, fue un estupendo germen para la aparición de grandes estrellas como Anne Bancroft  o  Grace Kelly, y un magnífico campo de pruebas para que nuestro indócil protagonista moldeara su intensidad interpretativa.

En su constante peregrinar por los más diversos castings topa con frecuencia con Paul Newman, iniciándose una  efímera rivalidad  con un lance absolutamente culminante: el screen test para la elección del protagonista de East Of Eden; un cara a cara colosal; dos genios retándose mutua y psicológicamente ante la atenta mirada de Elia Kazan:

  • No quiero mirarle. Es un amargado –afirma provocativamente Newman.
  • Él tampoco me gusta –replica Dean.
  • ¿Crees  que atraerá a las adolescentes? –pregunta con sorna Kazan.
  • No lo sé. ¿Va a ser un sex symbol? –responde con ironía Newman.
  • Y tú Jimmy, ¿crees que gustarás a las chicas?
  • Todo depende de si ellas me gustan a mí.

Ambos jóvenes juguetean ante la cámara. El ambiente parece jovial, pero son conscientes de que es esa la batalla definitiva, el envite crucial por el futuro Edén hollywoodense.

Newman está excelente, pero el director busca la imprevisibilidad, la vulnerabilidad del rostro a punto de explosionar. “Disfruto trabajando con desconocidos, gente que está hambrienta. Es una lucha a vida o muerte para ellos y se entregan al máximo. Esta cualidad se atenúa y desaparece: se vuelven civilizados”.

East of Eden es la mejor película de James Dean. Experto en usar conflictos irresueltos en la psique del actor para avivar el drama, Kazan coloca todo  el sistema nervioso de su estrella al límite, consciente de que el enorme rencor que todavía siente hacia sus padres enardecerá cada una de las emociones del desafiante e ingobernable Cal Trask, genuino eje erótico y demoníaco sobre  el que gira todo el esquizofrénico paraíso dibujado por John Steinbeck – autor de la novela-.

Ello se aprecia en una de las escenas trascendentes cuando denostado por su progenitor –encarnado por el ponderado Raymond Massey–, Dean prescinde, para total desconcierto de este, del guion original y le agarra con fuerza de la pechera, empujándole contra una pared entre sollozos, convirtiendo su  maravillosa improvisación en uno de los momentos del filme.

Kazan creía que el cine podía cambiar el mundo y solía proyectar sobre el protagonista muchos de sus  fantasmas interiores, pero la brutal identificación de Jimmy supera todas sus expectativas, eclipsando –como también sucedería en Rebel Without a Cause y Giant– a cualquiera que compartiera toma con él. “Dio todo lo que tenía para ese papel. No se reservó nada dentro. Para la siguiente película una tenue parte de esa autenticidad ya se había desvanecido”.

Tal vez para motivarle el director consiguió que visitara el rodaje la deidad de varias de sus mejores obras y gran modelo de Jimmy, Marlon Brando –de quien al igual que Paul Newman y Steve McQueen fue al inicio considerado una versión refinada-.

“No estoy molesto ni adulado con la comparación. No pretendo ser Brando, pero es difícil no sentirse influenciado por una actor de tanto éxito. Siento que dentro de mi perviven expresiones igualmente válidas y tendré varios años para afianzar mi propio estilo”.

Así lo veía Lee Strasberg , precursor del Actors Studio: “Nada que ver. Son dos personalidades totalmente distintas. Lo único en común es el tipo de personaje que interpretaron”.

Pero jamás sintió el maestro el menor interés en apadrinar al alumno: ”Dean nunca fue amigo mío, pero tenía una gran fijación conmigo. Imitaba cuanto yo hacía. Siempre intentó acercarse a mí. Solía telefonearme y yo me quedaba escuchando sus mensajes en el contestador, pero nunca le llamé de vuelta. Finalmente le conocí en una fiesta en la que parecía haber perdido la cabeza, actuando como un perturbado. Hablé con él en privado y le dije que estaba enfermo  y que necesitaba ayuda”, confesó años después Brando en una entrevista con Truman Capote.

East of Eden convirtió a James Dean en un ídolo, el símbolo que anhelaba la poderosa clase adolescente surgida tras la segunda guerra mundial. Una juventud que no se siente representada por los envejecidos y, a sus ojos, previsibles astros de antaño, y que pronto detesta el estilo de vida burgués, conformista y pusilánime de unos padres que entregaron su individualidad a cambio de una existencia opulenta y confortable.

En su incesante búsqueda de sí mismo, esculpió la perfecta imagen del nuevo e indefinible héroe americano: sensible hasta derretir la cámara con sus lágrimas, pero poseído por la latente agresividad del  insurrecto. Nadie captó con tal viveza las emociones e inseguridades, el sentimiento de confusión y soledad implícitos en ser joven.

Probablemente porque cada uno de sus roles cinematográficos encierra una parte de su esencia: el resentimiento por el abandono materno e incomprensión paterna (East of Eden) ; el aislamiento y rechazo hacia el acomodaticio mundo adulto (Rebel without a Cause); o la necesidad de alcanzar la notoriedad y aceptación de un entorno que siempre percibió hostil (Giant).

Pero para subsistir en aquel universo para él distópico, con el foco de atención siempre ubicado sobre su cuidadosamente desaliñada figura, acabó por lucir un permanente disfraz, incapaz  ya de discernir cuando concluía su álter ego cinematográfico y empezaba su verdadero yo.

“Otra cosa que debes apreciar acerca de toda la gente que se jacta de haberle conocido”, recuerda su amigo Bill Bast, “es que, excepto que lo hicieran en la intimidad, en realidad no conocieron jamás a James Dean, porque cuando estaba en sociedad conocías al personaje y no a la persona”.

La impecable combinación de solitario soñador y resuelto encantador de serpientes con que se mimetizaba en la cafetería del cosmopolita y elegante Hotel Algonquin neoyorquino; en contraste con  el lunático impredecible, que podía en segundos transitar de un talante bromista y cordial a otro distante y retraído, contestando con monosílabos o sonidos inarticulados a quienes a él se dirigieran, en el menos selecto Cromwell´s.  

Fue tal vez Kazan el primero en apreciar que aquella obsesiva autocreación era en realidad el principio de su  autodestrucción: “Era imposible que nadie pudiera resistir impasible tal cantidad de adulación y atención. Jimmy era tremendamente vulnerable y narcisista, pero era perfectamente consciente de la imagen que había creado”.

Tras entrevistarse con muchos de quienes con mayor calado le conocieron, David Dalton trata en James Dean: The Mutant King –muy interesante biografía publicada en 1974- de descifrar las claves de la trayectoria y fatídico final de uno de los grandes mitos del Séptimo Arte; y refleja anecdóticamente la premonitoria predilección de este por la cita “vive deprisa, muere joven y deja un atractivo cadáver”, pronunciada durante el filme Knock On Any Door de Nicholas Ray.

“Sólo hay una verdadera forma de gloria: tender un puente entre la vida y la muerte. No quiero ser simplemente un buen actor, aunque sea el mejor, sino crecer y crecer, llegar tan alto donde nadie pueda alcanzarme. La verdadera grandeza del ser humano es la inmortalidad”.

Tan fulminante fue la ascensión que jamás pudo ver el desenlace. Cuando  Rebel Without a Cause  –estrenada apenas unas semanas después de su trágico óbito el 30 de septiembre de 1955- vio la luz, el Jimmy real ya se había ido.

En todo cuanto nos sucede, a veces camuflado bajo una apariencia de azar, quizás exista un punto de deseo, siquiera inconsciente.  Tal vez nunca quiso convertirse en adulto, envejecer contemplando el lento declinar su luz. Su accidental muerte supuso en realidad la culminación de su obra: la inalterabilidad de su  hermosa apariencia juvenil y de un legado de rebeldía que ya jamás sería comprometido.  

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