Kobe Bryant: Tras la senda de Michael Jordan

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    Cuenta Phil Jackson en su libro Eleven Rings que, cansado de luchar infructuosamente contra el egocentrismo de Kobe –que contaba únicamente veintiún años pese a disputar ya su cuarto ejercicio en la  NBA– decidió que fuera otro vanidoso convencido, su otrora pupilo e ídolo mayúsculo del angelino, Michael Jordan, retirado hacía apenas  un año, quien le dirigiera unas palabras para  mostrarle como su conversión en un jugador levemente más altruista, había sido absolutamente clave para la conquista de seis anillos, tras años de sinsabores.

    En presencia de Jackson, después  de estrechar sus manos y antes de que Michael pudiera articular palabra, Kobe le espetó en tono desafiante: “Sabes que puedo patearte el culo en un uno contra uno”. Divinamente incorregible.   

    Transcurría su primera campaña  dirigiendo a los Lakers, la 99-00, y el “Maestro Zen “ lo había intentado prácticamente todo. 

    Tras  una dura derrota motivada por el nulo juego colectivo, decidió convocar a la plantilla en la sala de video y preguntar directamente qué estaba pasando. Había cuatro hileras de cinco sillas cada una. En la primera todos los pesos pesados –Shaquille O´Neal, Rick Fox, Ron Harper y Brian Shaw–; mientras que en la última, alejado física y, sobre todo, espiritualmente del resto,  con la capucha de su jersey cubriendo su cabeza, se encontraba el propio Bryant. Tras unos segundos de silencio total tomó la palabra el jefe Shaq: “Creo que Kobe está jugando demasiado egoístamente y por ello no ganamos”. Todos asintieron. Rick Fox añadió todavía más leña al fuego al proclamar: “¿Cuántas veces hemos tratado este tema?”. Aunque el afectado aparentó tranquilidad y respondió en tono pausado que  sólo quería ser parte de un grupo ganador, desde su preocupada introspección Phil pudo percibir con claridad el inconfundible crepitar de las ramas. 

    Viendo que, lejos de mejorar, la reunión había agravado el cisma existente, con cuatro derrotas  en los cinco encuentros sucesivos, decidió cambiar de estrategia. Habló en primer término con Shaq, para que usara su carisma y se convirtiera en el líder aglutinador del conjunto  –Kobe incluido– y posteriormente decidió mostrar al equipo un amplio video donde podía apreciarse como el individualismo de Bryant les estaba dañando. “Ahora entiendo porque estos chicos no quieren jugar contigo. Tenemos que jugar juntos.”

    Asumiendo el papel de “poli malo”, pero buscando en realidad su reacción, le advierte  que si no comparte la pelota estará encantado de traspasarle.  

    Luego, ya en privado, consciente de estar ante un talento único que sólo necesita ser guiado, suaviza sus palabras y, como ya hiciera en su momento con Michael Jordan, le explica la verdadera magnitud que envuelve el concepto de liderazgo. “Supongo que te gustaría ser el capitán del equipo cuando seas más veterano”, le indica. A lo que él replica que en realidad querría ser el capitán mañana mismo. “No puedes ser el capitán si nadie te sigue”. Si Jordan había sido un hueso duro de roer, este parecía superarle en dimensiones.

    Armado de una gran paciencia y aplicando su peculiar forma de entrenar, con métodos propios de la filosofía Zen y Budista, de las que es un admirado devoto, e incorporando, incluso, rituales de la tradición Sioux para fortalecer la unidad de la tribu; Phil siempre tuvo claro, pese a las dificultades, cuál era el camino a seguir: ”La mejor forma de controlar a la gente  es darle una gran libertad. No se la debe ignorar y aún menos tratar de controlarla, sino simplemente observarla. No puedes imponer tu voluntad. Si quieres que alguien actúe de forma diferente debes inspirarle para que sea el mismo quien decida cambiar”. 

    El milagro se obró y con Kobe jugando de forma más generosa y socializando con sus colegas, se alcanzó con brillantez el deseado anillo, el primero de los tres sucesivos que obtendrían los Lakers en esa etapa.

    No obstante, pese a ser un factor esencial en las victorias –tal vez el más determinante–, el hecho de actuar como hipotético segundo de a bordo en la era del dominio supremo de Shaquille O´Neal le resultaba un trago de amarga deglución; un freno insoportable para el cumplimiento de sus grandes sueños.  

    La carrera de Kobe, viene marcada por su obsesión con Michael Jordan, de quien no sólo adoptó de forma asombrosamente mimética sus movimientos, sino también sus gestos y costumbres, como sus continuas pullas y bravatas para incitar a compañeros o rivales. Estaba tan seguro, al igual que su modelo, de sí mismo, que creía poder vencer sin necesidad de ayuda alguna. Dos genios inmunes,  en su obsesión por el triunfo, al dolor físico más extremo.

    Pero, es en ese afán de buscar el máximo desafío individual que concluya con un triunfo grupal –“ Kobe juega un deporte individual con un uniforme de equipo, dominándolo” solía decir Rick Fox– cuando, tras propiciar la marcha de  Shaq y de Jackson, descubre cuan acertado el vaticinio de este cuando, parafraseando al profesor espiritual Eckhard Tolle, le avisó: “No hay nada realmente significativo que puedas hacer por ti mismo”  

    Su ulterior sinergia con el estilo desprendido y versátil de Pau Gasol –-una vez que Jackson había tomado de nuevo el timón– le conduce a la mejor versión de sí mismo: un líder superlativo y espectacular que infunde la energía y convicción necesarias para llegar a la cima; conquistando con un juego vistoso y efectivo dos títulos consecutivos  (2008-2009 y 2009- 2010); que podrían haber sido más de no mediar dudosas contrataciones como la del limitado pivot Dwight Howard o la, aún más desafortunada,  del obcecado entrenador Mike D´Antony, que impuso un baloncesto alocado y caótico – imposible olvidar su empeño en colocar a Pau Gasol con sus 2´15 prácticamente de alero tirador-.Tal vez no sea casualidad que fuera bajo su mando cuando la “ Mamba Negra”, a quien sobrecargó de minutos, sufriera en abril de 2013 la grave lesión en su tendón de Aquiles que ha definido un final menos lustroso de lo merecido.

    En cualquier caso, con Kobe se va uno de los grandes, el último alero de una estirpe –“El Último Mohicano” le llamaba recientemente Dominique Wilkins-. 

    “Mi objetivo es sentarme a la mesa con Michael y Magic habiendo ganado el mismo número de títulos” manifestó en una ocasión. Lo cierto es que anhelando emular a su ídolo ha quedado muy cerca del mismo, mereciendo ocupar –junto a otros como Olajuwon-  el escalafón inmediato tras el trío de ases  surgidos en los ochenta –Magic, Bird y Jordan, referencia obligada para quienes no tuvimos la fortuna de seguir a Pete Maravich u Oscar Robertson-.

    El debate, sobre quien merece el primer puesto nos ha acompañado hasta nuestros días. Preguntado hace años al respecto el laureado técnico de los Lakers del Show Time, Pat Riley, quiso zanjar la cuestión de una manera harto original: “Si estuviera en juego el partido querría que el último tiro fuera para Michael Jordan;  pero si estuviera en juego mi vida preferiría que lo ejecutara Larry Bird.