La era del tráfico

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La era global es la era del tráfico. La era del desplazamiento, la interconexión, la comunicación, la piratería y el complot. La dinámica de la globalización es la de la circulación.   Una de las dolencias más consolidadas del mundo moderno es el tráfico. De personas, de armas, de químicos, de desechos, de drogas. Es, como bien lo anota el intelectual venezolano Moisés Naim en su obra «Ilícito», una de las consecuencias colaterales del fin de la Guerra Fría y la consolidación de la digitalización.

En “La obsesión antiamericana”, el escritor francés Jean Francois Revel asienta que la globalización es un proyecto asentado en el comercio como instrumento civilizador, nacido cuando los navegantes europeos conquistaron Europa y Asia buscando nuevas rutas y riquezas. Aquel hallazgo la cambió la faz al mundo y produjo un rico intercambio cultural en medio de un comentado genocidio.  Cristóbal Colón, Vasco de Gama y Magallanes, fueron, claro que sí, pioneros del hecho global. La historia del hombre es, de alguna manera, la de sus conquistas. Claro que la circulación irrestricta de capitales o los desafueros de los intereses comerciales no han resultado siempre tan civilizadores como algunos lo han supuesto. Pero ese es otro tema.

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 Internet nos ha acercado y ha promovido formas masivas de conocimiento: también ha servido de plataforma involuntaria a organizaciones terroristas de carácter multinacional, que ahora pueden descentralizar sus instancias y otorgar autonomía a células existentes a mucha distancia, con el objetivo de depurar ataques de carácter masivo. Al Qaeda;   Boko Haram, en Nigeria; Isis, en Siria e Irak; Al Shabbab, en Somalia, son, también, internacionales autónomas, postglobales, del terrorismo islamista radical. El gasto militar de las grandes naciones, hoy, orienta mucho de su dinero en la creación de comandos específicos militares, francotiradores y células antiterroristas.

Las posibilidades de desplazamiento que tiene en este mundo un ciudadano son incomparablemente superiores a la de cualquier otro estadio previo en la historia.  En el mundo desarrollado, la emergencia de  las denominadas “líneas de bajo costo” han multiplicado hasta lo inconcebible opciones para desplazarse, no sólo a destinos cercanos y populares, sino a lugares remotos y exóticos, a los cuales viaja masivamente, hoy por hoy, parte del universo profesional y asalariado de Europa, Estados Unidos, Canadá,  Japón o Australia.

Treinta breves años atrás, las comunicaciones universales eran articuladas en clave de Telex y una cortina militar mantenía a importantes capas del globo en estado de vigilancia silente.  Los viajes eran más caros y el tiempo de desplazamiento más largo.

 Las asimetrías del capitalismo moderno, las tensiones culturales del Medio Oriente, la amenaza del terrorismo islámico, continúan produciendo graves presiones migratorias en Europa.  Es, en términos generales, la grave zanja emocional y cultural de las relaciones norte-sur.  Las minorías musulmanas árabes y subsaharianas están reconfigurando la composición étnica de algunos de estos países. Algunos intelectuales de prestigio han llegado ha plantearse la hipótesis de una Europa tomada en términos demográficos, desnaturalizada e islamizada.   La posibilidad de planificar atentados terroristas islamistas parece, hoy, bastante más fácil que nunca antes.

La presencia de habitantes de estos países en los confines europeos es, también, de alguna manera, la faz en reverso del proceso de colonización que algunos países  adelantaron hasta bien entrado el siglo XX. Digamos que el Tercer Mundo “le devuelve la visita” a sus antiguas metrópolis.

Se globalizan los derechos económicos, la circulación de capitales, la capacidad para comunicarse, las formas de comunicación. Corren atrás, con mucho más lentitud, los derechos ciudadanos, las conquistas políticas, el fuero legal de las personas como valor internacional. Le queda mucho por andar a las resoluciones globales de gobierno.  Fuera de sus fronteras, tocados por la mala suerte, algunos seres humanos deben acampar por muchos años en la zona del desamparo. En la clandestinidad.  Entran al torrente circulatorio de la piratería y la ilegalidad. Para ellos, en respuesta, sólo hay muros, como el de Jerusalén, o el que se está figurando Donald Trump.

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