La guerra con Colombia

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Con el país en bancarrota –a pesar de ser uno de los más ricos del mundo– y la población huyendo por todas las vías de escape posibles o llegando al extremo de buscar los alimentos a mano armada o entre la basura callejera, Nicolás Maduro comenzó a recurrir al viejo truco de intentar un conflicto armado con Colombia con el propósito de distraer la atención que existe sobre el remolino de corrupción, tiranía y miseria en el que se está ahogando Venezuela.

         Ciertamente, es un viejo truco. En marzo de 2008, el pintoresco coronel Hugo Chávez ordenó cerrar la frontera con Colombia y taponarla con 10 batallones que, obviamente, no existían.

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“¡Señor ministro de defensa, muévame 10 batallones hacia la frontera con Colombia inmediatamente!”, vociferó el hoy difunto caudillo desde una mesa a la que, vestido con los colores de la bandera nacional, solía sentarse a diario a perorarle al pueblo que acudía a conocer sus promesas. Evocaba a la reina de “Alicia en el país de las maravillas” cuando, para resolver cualquier contratiempo, gritaba indistintamente una orden que nadie le obedecía: “¡Que le corten la cabeza!”.

 El recurso de los batallones inexistentes ocurrió cuando las fuerzas militares colombianas mataron en un bombardeo nocturno al jefe de las FARC “Raúl Reyes”. Chávez encontró en ello la evasiva perfecta para declararse ofendido y tratar de bajarle la presión a una ola interna de protestas contra la escasez general de alimentos, medicinas y elementos de aseo que no ha dejado de agravarse. La acción militar colombiana ocurrió dentro del territorio de Ecuador, donde Rafael Correa le daba refugio al insurgente y delegados suyos iban a visitarlo con frecuencia.

La frontera de Colombia con Venezuela fue cerrada aquella vez por largo tiempo, aunque Chávez la abría por instantes con el fin de llevar a hurtadillas jabón y papel higiénico, principalmente, para él, su familia y sus amigos.

En días de crisis de gobiernos anteriores a Chávez también fueron frecuentes las amenazas de incursiones militares fronterizas en territorio colombiano. Los temas preelectorales, inclusive, algunas veces sólo se ocupaban de despertar nacionalismo con advertencias de acudir a las armas para resolver un viejo diferendo entre los dos países que no ha podido ser resuelto para delimitar las aguas marinas y submarinas en el contaminado Golfo de Venezuela.

La semana pasada, cerca de 60 militares venezolanos cruzaron el río Arauca, pasaron a Colombia y montaron un campamento que 400 militares colombianos más tarde les ayudaron a desarmar y los invitaron a irse. La cancillería de Caracas arguyó que sus tropas se confundieron, lo que es inverosímil porque el río, cuyo curso suele variar, siempre es el límite: de acuerdo con un tratado bilateral, por donde quiera que estén corriendo sus aguas, el costado norte es territorio venezolano y el costado sur, colombiano. No existe manera de desorientarse. Nadie lo sabe mejor que los mismos venezolanos –incluidos militares- quienes diariamente abandonan su país en cantidades más altas. En promedio, cada día han entrado legalmente a Colombia 55 mil venezolanos a través de siete puestos de control de las autoridades migratorias. Van en busca de trabajo temporal en pequeños oficios, de asistencia gratuita en los hospitales públicos, de residencia o de proseguir hacia otros países a probar suerte. Y son menos los que salen que los que ingresan. Muchos de los venezolanos que intentan quedarse en Colombia son hijos o nietos de colombianos que décadas atrás entraron a Venezuela en las mismas condiciones. Las estratagemas de estos últimos para quedarse en el país de donde salieron sus antepasados son las mismas que usaron estos: dar a luz para que los hijos recién nacidos los arraiguen, hacer pareja con quien tenga nacionalidad y pueda con ello darles residencia o esconderse en profundidades geográficas donde logren reiniciar la vida sin ninguna clase de documento de identificación.

“Cuando los colombianos llegaban al Zulia eran bien recibidos, y ahora debemos corresponderles recibiéndolos bien y vincularlos a nuestros programas sociales porque la mayoría son colombianos o son sus hijos”, dijo a la revista Semana el gobernador del departamento del Atlántico, Eduardo Verano de la Rosa.

Desde cuando el régimen chavista fue implantado en Venezuela han ocurrido al menos dos grandes éxodos hacia Colombia: en 2002, 2011-2012 y el actual. En los dos primeros salieron gentes acaudaladas que se han empobrecido en el exilio y profesionales altamente calificados. La actual es una marejada de venezolanos paupérrimos y hambrientos que no prueban suerte en la industria o el comercio –como los de antes– sino en la prostitución, la pillería callejera, los oficios más pobres y últimamente también en la mendicidad.

 El tema principal de los venezolanos en Colombia son la tiranía chavista y la bancarrota de su país. Sus palabras retumban, unas veces más que otras, en Caracas, donde el gobierno opta por denunciar que la oposición está siendo asilada y respaldada para conspirar desde el extranjero y es entonces cuando ingresan a territorio colombiano tropas “extraviadas” o sobrevuelan provocadoras naves de guerra. Son episodios que enardecen los sentimientos nacionalismos primarios en ambos lados de la frontera y mueven a la discriminación contra los inmigrantes que intentan guarecerse de la tiranía y encontrar hospitalidad para vivir.

Cuando fue reabierta la frontera, que Nicolás Maduro cerró durante más de medio año, ingresaron a Colombia muchedumbres de venezolanos cuyas imágenes recorrieron el mundo; fueron tan estremecedoras como las de millares de colombianos a quienes, en septiembre de 2015, Maduro ordenó expropiarles los bienes y expulsarlos masivamente. Regresaron cargando sus enseres por ríos y trochas y su presencia ocasionó un brusco descalabro social en ciudades fronterizas a las que llegaron repatriados, como Cúcuta.

La tensión entre los dos países es evidente en la frontera y está a cargo de los militares venezolanos que entran a Colombia a comprar cargamentos de cocaína para llevarlos a los mercados del mundo bajo la impronta del Cartel de los Soles, formado por altos mandos y funcionarios del gobierno central en Caracas, así cono por miembros de la propia familia presidencial. Para que la droga pueda ser procesada a todo vapor en laboratorios del lado colombiano de la frontera, en la región de Catatumbo, desde la orilla venezolana las fuerzas militares chavistas colaboran lanzando en las noches útiles chorros de luz con lámparas que normalmente se utilizan para buscar aviones enemigos en el cielo.

Algunas veces los negocios turbios sufren percances entre los vendedores y los militares venezolanos compradores y es cuando ocurren violaciones territoriales en Colombia y atropellos a la población civil. En otras oportunidades, los pronunciamientos de las tropas venezolanas en territorio colombiano ocurren para apartar la atención del creciente desastre en el que se hunde Venezuela.

Podría decirse que mientras más asfixiantes e inmanejables sigan siendo los destrozos económicos y sociales del chavismo, más cerca estaremos de la provocación de un conflicto armado con Colombia. No en vano Maduro no ha dejado de desperdiciar hasta el dinero de la comida y la salud de los venezolanos en la adquisición, en China y Rusia, de formidables arsenales.

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