La Hora O en Venezuela

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Luego de más de tres meses de protestas que tienen al país en un total estado de conmoción, y que han ocasionado más de 100 personas asesinadas, y a pesar de las advertencias de la comunidad internacional, el gobierno que preside Nicolás Maduro en Venezuela sigue decidido a intentar concretar, el próximo 30 de Julio, una Asamblea Nacional Constituyente. El objetivo supremo es uno: levantar una nueva legalidad, amiga de la Revolución.

Se trata de un ardid concebido por el alto gobierno venezolano para evadir las obligaciones que le imponen la elección de un Poder Legislativo dominado por la Oposición, y concreta, sin duda ninguna, como lo hemos advertido en estas páginas, todo un Golpe de Estado.

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Completamente cercado por la realidad, en muy buena medida gracias a su propia ineptitud, Maduro ha decidido lanzarse por la ventana para evadirse, disfrazando su “putsch” de un evento consultivo institucional. Para ello ha contado con la ayuda de sus ramificaciones en parte del estado venezolano, que finalmente es el único vestigio de poder que le queda.  El complot para secuestrar la Voluntad Popular, expresada en las elecciones parlamentarias de 2016, lo conforman Tibisay Lucena, junto a parte importante del Poder Electoral; Maikel Moreno y el resto de los jueces espurios que habitan el edificio del Tribunal Supremo de Justicia; el Defensor del Pueblo, Tarek William Saab, y, de manera muy especial, el Ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, junto a miembros del Alto Mando Militar.

Dentro de este entorno de poder se ha diseñado una estrategia para impedir a la Asamblea Nacional emitir leyes. El “fujimorazo” de Maduro se ha planificado en un paciente lapso que se ha tomado unos quince meses. El cierre del corchete lo conformaría el llamado a elecciones y la creación de una Constituyente pretendidamente “originaria”, dominada por el chavismo y electa en sus términos.  Ante un muy probable escenario de abstención, el chavismo simulará haber celebrado un proceso institucional masivo, ignorando por completo las protestas en las calles, tutelará al resto de los poderes “constituidos”, y diseñará, por cuenta propia, una nueva arquitectura constitucional para Venezuela, concebida para conservar eternamente el poder. 

La Asamblea Constituyente sería, además, el escenario perfecto para que Maduro y Cabello terminen de ajustar cuentas con políticos y voceros opositores, para terminar definitivamente con ellos, simulando siempre proceder desde la legitimidad política y la ley. Esto podría desencadenar un proceso represivo hondo y no imaginado, parecido al que concretó Erdogan en Turquía luego del procedimiento militar que intentó deponerlo el año pasado.

Claro que Maduro y el chavismo no tienen las cosas tan fáciles. Aún si se instalara, la Constituyente de Maduro es un proyecto que nace cercado y sin piso. Esta es una administración que sostiene un proyecto político que ha entrado en una profunda zona de desprestigio, dentro y fuera de Venezuela. Los ecos de descontento militar son notorios. La indignación ha tocado muy hondo en la población; Chávez es una figura olvidada y Maduro un personaje odiado. La semana pasada, la Oposición organizó una consulta popular en la cual consignó 7 millones 600 mil firmas demandando detener el proceso Constituyente y exigiendo a las Fuerzas Armadas cumplir con lo que le ordena la Constitución. 

El Paro Cívico Nacional que convocó la MUD el pasado jueves 20, sobre el cual no había plena seguridad y que había sido cuestionado como una iniciativa inviable,  tuvo un impresionante efecto, que asombró a sus organizadores, y fue acatado, literalmente, por casi todo el país. Incluso en los tradicionales bastiones chavistas populares urbanos.

Los líderes chavistas más prominentes son ahora expulsados por la población cuando visitan barriadas, en aquellos lugares donde antes eran aceptados y queridos.

La MUD camina a radicalizar sus medidas de presión y el chavismo no da indicios de ceder en su empeño. Por las noches, luego de las gigantescas movilizaciones que convoca la Oposición, muchas urbanizaciones y barriadas de Caracas, Barquisimeto, Valencia y Barcelona se enfrentan a la policía por cuenta propia. Los procedimientos de la Guardia Nacional y la Policía política son cada vez más hostiles, brutales y crueles. Todos los días llueven contenidos televisivos propagandísticos  invitando al país a votar en la Constituyente, aunque no hay el menor asomo de proselitismo en las calles. Los días que corren avizoran un auténtico choque de trenes. La Fiscal General, Luisa Ortega Díaz, ha procurado desarrollar un camino distinto al de la MUD, y, frente a una franja apreciable de chavistas disidentes, ha amenazado con seguir adelante con sus investigaciones en torno a los sobornos de Odebrecht en Venezuela, que comprometería a prominentes miembros del chavismo, y al caso mismo de los “narcosobrinos”, todo un tabú en los debates de opinión pública local. Ortega Díaz también ha llamado a desconocer la Constituyente.

Corren versiones sobre intentos internacionales para conjurar males mayores y procurar encontrar un camino de acuerdos entre el PSUV y la MUD. La Constituyente presente un rechazo cercano al 85 por ciento en todas las encuestas, pero el chavismo, que todavía permite espacios críticos en la radio y no puede controlar lo que se debate en las redes, ha escogido fingir demencia, y ensayar un extraño teatro, en el cual se dirige a la nación, todos los días, como si fuera el viejo movimiento de masas de antaño. Los militares hacen el resto del trabajo

Las demandas de la MUD, que controla la Asamblea Nacional, y es el movimiento con mayor aceptación en el país, son las mismas: respeto a la Asamblea Nacional; Canal Humanitario, un Calendario Electoral honrado y acordado, y la libertad de los más de 400 presos políticos existentes en el país. No parece demasiado pedir.

Venezuela se apresta a entrar en una compleja zona de turbulencia que podría traer consigo una cosa parecida a un desenlace político.  Es un climax con sabor a “capítulos culminantes”,  al que le quedan unas semanas y meses, y que podría trascender el hecho mismo de la conformación de la Constituyente.  Un desenlace que puede ser bueno, y que puede ser muy malo también.

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