La niña sordomuda que se comunica con trazos de dibujos

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    En su largo peregrinar por consultas médicas desde pequeña, la cubana Misleidys Castillo tenía por costumbre quitar los bolígrafos a sus médicos para dibujar sobre sus recetarios. Primero fueron rayas, luego animales, hasta llegar a las toscas y musculosas figuras humanas que pinta en la actualidad.

    Autista y sordomuda de nacimiento, Misleidys recurrió desde niña al dibujo y la pintura como su única forma de expresión, una necesidad vital de comunicación que hoy, a punto de cumplir 32 años, es una obra artística consagrada que se expone en museos y galerías.

    Después de participar en varias exposiciones sobre «art brut» (de artistas con enfermedades mentales), Misleidys inaugurará en octubre una muestra en la Fabrica de Arte de La Habana, y en marzo de 2018 sus obras recalarán en el Frost Museum de Miami; además de integrar desde 2014 la nómina de artistas de la galería parisina de Christian Berst, coleccionista de este tipo de arte.

    Sus obras también decoran las paredes de su casa en Alamar, un humilde barrio a las afueras de La Habana, donde vive con su madre y su hermano menor: una figura masculina musculosa, de gran formato y pintada con intensos colores rojizos y naranjas recibe a los visitantes al entrar por la puerta.

    «Ayer mismo, cuando entré en la casa y vi esa pintura, me puse a llorar (…) al pensar que nunca nadie antes me dijo que esto era arte y ahora de pronto saber que es tan importante para ella y le ha ayudado tanto en su desarrollo. Ella ahora es otra», contó a Efe su madre, Teresa Pedroso, con Misleidys agarrada de su mano.

    Teresa se emociona cuando recuerda la infancia de su hija, en la que tocó puertas de médicos, escuelas y centros para personas con discapacidad, y en todos le decían que no podían hacer nada por Misleidys, que no ha recibido ningún tipo de formación, ni sabe leer ni escribir.

    Con solo una mirada, Teresa sabe cuando su hija le está pidiendo que despliegue sobre su mesa una hoja de papel, se sienta en su silla de siempre y empieza a dibujar con lápiz, luego pinta, la deja varios días para que se seque y finalmente perfila el trazo con rotulador negro.

    «Cuando termina su pieza, se para delante de ella, la mira, la toca, se ríe. Es impresionante», relata Teresa, quien asegura que esa interacción con sus propias obras causa bienestar y satisfacción en su hija, que también se enfada si las tocan sin su permiso.