Lebron James: trascendiendo la ley del más fuerte

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Aún frescos en mi retina retazos de la sublime actuación de Lebron James en las recientes finales de la NBA, he observado con  sorpresa relativa como han sido todavía no pocas las voces infravalorando su gesta, con los clásicos pretextos que le han acompañado desde que, con dieciocho años, ingresara en la mejor liga del planeta: dependencia excesiva del físico, estigma de perdedor al lograr sólo tres anillos en siete tentativas e incluso el disfrute del favor arbitral.

No soy fan  de Lebron James. Debo reconocer que disfruté viendo cómo él y otros miembros de su petulante generación –Carmelo Anthony, Dwight Howard…- rozaban el ridículo, estrellándose una y otra vez  contra la tela de araña astutamente tejida por la selección griega en las semifinales del mundial de Japón 2006. 

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Tal vez sea lógico. Crecí admirando los valores de humildad y deportividad amalgamados por aquel Dream Team que nos encandiló en Barcelona 92. Baloncesto total. Prevalencia del colectivo sobre la individualidad.

Cuesta imaginar a Larry Bird o Magic Johnson negándose a estrechar la mano de su adversario tras una dolorosa derrota,  empujando o desautorizando a su entrenador durante un encuentro, o uniendo sus fuerzas para ganar en lugar de aceptar el reto de vencerse mutuamente.

Pero pecados más o menos veniales al margen, lo cierto es que la conducta de  Lebron James, tanto dentro como fuera del rectángulo, podría casi calificarse de ejemplar, máxime si la comparamos con otros astros recientes como Michael Jordan o Kobe Bryant, cuyo gran  carisma nos ha llevado a perdonar e incluso obviar algunos de sus delirios y excentricidades.

¿Por qué parece mirarse con lupa al alero de Akron y  cuesta tanto reconocer sus méritos?  

Su historia, similar a la de Dennis Rodman y tantos otros, es la del chico crecido en la marginalidad de un hogar itinerante y exclusivamente materno – apenas alumbrado, su padre alcohólico les abandonó a él y a su adolescente progenitora de dieciséis años- ; que sólo conoce la suficiente estabilidad para adquirir raíces emocionalmente profundas cuando, siendo un niño, comienza a vivir con su entrenador Frankie Walker y su familia: “Nunca me quejo, nunca. Vivimos momentos muy duros, pero las cosas no mejoran quejándote. Cuando mi madre decía que debíamos marchar de nuevo, simplemente introducía mis cosas en mi maleta y nos íbamos. Ella siempre ha estado ahí por mí”; un superdotado para el deporte de la canasta al que con dieciséis años ya se apodaba “King James”, considerándole el legítimo heredero de Michael Jordan.

Es difícil mantener un nivel de modestia aceptable cuando, ya antes de tu debut, eres unánimemente considerado el nuevo mesías. 

Sin embargo, como ya ocurriera con  Jordan, no hay mejor antídoto para suavizar la soberbia que el repulsivo sabor de la derrota  -especialmente dura la sufrida por 4-0 frente a los Spurs en las finales de 2007. “Muy pronto esta será tu liga, pero aprecio que nos la hayas entregado este año a nosotros”, le vaticinó irónicamente el lacónico Tim Duncan- . 

 Aunque estéticamente prefiero la plasticidad de Dwyane Wade, los movimientos de seda de Kevin Durant o el estilo intuitivo y de “dibujos animados” de Stephen Curry, a la contundencia –no exenta de espectacularidad-  de James, admiro a quien estando en lo más alto es capaz de superarse.

Es obvio que su  potencia descomunal para mover con agilidad felina sus  113 kg de puro músculo, en un cuerpo de 2,03 de altura, es clave en su dominio, pero su paulatina evolución, partiendo de una técnica depurada y con escasas fisuras, limando sus puntos débiles hasta  exhibir el estratosférico nivel actual  –ya el año pasado alcanzó una altura sideral y quizás sólo las lesiones de Kyrie Irving y Kevin Love impidieron su objetivo- sólo es posible a través del arduo y continuo trabajo –bajando 10 kg de peso, entrenando sus movimientos al poste con Hakeem Olajuwon y, sobre todo, mejorando su lectura del juego-.

Durante la serie que le ha enfrentado a los Golden State Warriors ha encabezado las estadísticas  en puntos, rebotes, asistencias, tapones y balones recuperados, incluyendo a los integrantes de ambas escuadras. Ha sido el primer jugador de la historia en promediar –por segunda vez en su carrera- 30 puntos, 10 rebotes y ocho asistencias durante unos playoffs finales, donde nadie había remontado anteriormente un 3-1 en contra.

Pero donde se ha hecho más apreciable su progreso, colocándose ligeramente por encima de su oponente Stephen Curry, ha sido en su capacidad de liderazgo, infundiendo en los suyos, apoyado por un sublime Irving y un sacrificado Love -14 rebotes y colosal defensa puntual a Curry en el envite decisivo- una fe absoluta en sus posibilidades.

Con los Warriors heridos en su orgullo y los Spurs rearmándose para reinar de nuevo, nos esperan duelos apasionantes, con Lebron como  poderoso enemigo a batir, ensalzado incluso  por alguna vieja leyenda: “Es un ganador. Nunca hemos visto a nadie con su versatilidad en todos los aspectos. Con este campeonato sella su legado como uno de los cinco mejores jugadores que haya jamás existido”.

Así opina nada menos que Earvin Magic Johnson.

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