Libertad de prensa y sicariato editorial

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    Hay una máxima que dice que la libertad de expresión, es libertad de opinión. No libertad de agresión.

    A propósito de la reciente escaramuza legal entre la candidata presidencial guatemalteca Sandra Torres y un diario local llamado el Periódico, hay que hacer un ejercicio de análisis serio del porque de este incomodo incidente que tiene y motiva enorme controversia en medio el proceso electoral guatemalteco.

    En primer lugar, decir que es inadmisible y cuestionable desde todo punto de vista el que alguien en función pública o aspirando a ella intente por cualquier medio, coartar la libertad de expresión, en mi opinión una de las grandes conquistas del bicho humano que vive en democracia, la libertad de expresión y de información es un sagrado derecho, que debe ser preservado y protegido, como diría un querido maestro, contra viento y marea.

    Me resulta muy satisfactorio poder compartirles con contundentes pruebas muy claras y muy recientes, cual ha sido mi conducta al respecto, como algunos recordarán en el pasado reciente, he sido objeto de terribles calumnias y difamaciones por ese mismo medio de comunicación y tanto como ciudadano privado así como embajador de Guatemala en EEUU jamás se me paso por la cabeza demandarles legalmente por su mercenaria práctica, pues entiendo que el servidor público esta sujeto, no solo al libre escrutinio, sino a todo tipo de agresiones que desafortunadamente practica desde siempre el propietario de ese matutino, pero por sobre todas las cosas he actuado así, porque prefiero la supervivencia de este sicario editorial, que lastimar el sagrado derecho a la libertad de expresión.

    Los últimos 15 años de la historia periodística del mundo libre serán recordados como el punto de quiebre que separó al periodismo objetivo del periodismo activista. Un límite tan delgado y sutil como riesgoso para los medios de comunicación masivos, que ponen en peligro su mas preciado activo, la credibilidad.

    Dejando claramente establecida cual es, ha sido y será mi posición a favor de la libertad de expresión, creo muy oportuno elaborar reflexiones en torno a como una mala práctica periodística puede contribuir a la distorsión e incluso destrucción del sistema integral de libertades.

    No me referiré al periodismo de gran rigor, el que trata de seguir las diferentes tendencias de la industria y mantener los principios de objetividad y clara separación de los géneros informativos y de opinión, que hay que decir aun prevalece en algunos de los grandes medios de prensa escrita y electrónica en el mundo. Estas reflexiones pretenden de alguna manera dibujar a grandes líneas y sin tanto detalle el impacto que tiene en este último decenio y medio el relajamiento de las normas de precisión y balance que algunos medios masivos de comunicación perdieron.

    Hoy en día, parte del problema de la corrupción descansa precisamente en la práctica manipuladora de cierta prensa y la comunicación en las redes sociales. En el caso guatemalteco este diario pequeño en circulación pero influyente por su tipo de público, encontró en el chisme y el rumor una mala práctica que le reditúa alguna cuota de poder político y económico. A la luz de esa práctica y quizás por contagio se volvió tendencia de varios medios permitirse la libertad de dar información inexacta, poco o nada documentada, tendenciosa, espuria y con agenda a veces incomprensible; todo con tal de ganar alguna aceptación y alabanzas de sectores específicos del universo en que se mueve ese mal llamado periodismo. Sin duda, una práctica asqueante e indigna pero que ha producido resultados de distinta naturaleza y consecuencias muy negativas en la sociedad.

    En el mundo libre y bajo las normas de una democracia abierta y dinámica, nada ni nadie puede coartar la libertad de expresión. Sin embargo, se me hace oportuno señalar que como toda libertad, la de expresión debe ir acompañada de una alta dosis de responsabilidad,  y en el caso guatemalteco, esto solo se logrará cuando las normas constitucionales y leyes que rigen la libertad de expresión en este país centroamericano, hagan prevalecer la ética sobre los deseos políticos de pequeños grupos. Cuando los periodistas no tengan necesidad de corromperse y venderse, por que tienen un salario digno y no los sueldos de hambre de hoy día, cuando los dueños de los medios de prensa eleven el nivel de requisitos para que un profesional pase a integrar una planta de redacción y se les exija una solida formación académica, en Guatemala han existido reporteros y jefes de redacción, cuya base curricular ha sido inexistente.

    Finalmente vale aclarar algunos conceptos, en primer lugar, decir que nunca he leído ningún tratado o legislación sobre la libertad de expresión, en el que se promuevan actividades que riñen con la ética y los valores morales, por ejemplo: el derecho a la libertad de expresión no implica derecho a insultar, ni derecho a amenazar, ni derecho a difundir el odio, sin embargo el insulto, la amenaza y la difusión del odio son prácticas de orden común en alguna prensa de Guatemala y otros países hoy en día.

    Tampoco he leído o escuchado que la libertad de expresión ampare crímenes como la difamación o la difusión de noticias falsas conociendo que lo son, o que apruebe la divulgación de datos de carácter personal. En Guatemala sucede en algunos medios  todos los días.

    Para terminar me permito recordar que ningún derecho concede el derecho a violar el resto de derechos.  Pensémoslo, hasta la próxima.