La elección de dos presidentes en países tan disímiles pero importantes, como Colombia y México, parecen dar una lección indescifrable para muchos pero con profundo sentido geopolítico.
En Colombia el presidente electo fue Iván Duque, un conservador, por cierto el segundo más joven electo para gobernar esa nación; en México, la sociedad se decantó por el experimentado líder de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador.
Ambos tienen en común llegar al poder con el beneplácito de las mayorías en momentos en que sus países juegan un importante papel en el equilibrio hemisférico. Y ambos, a la vez, representan dos corrientes sociopolíticas tremendamente contrastadas pero con un factor en común: confían en la democracia para tener la oportunidad de servir a sus pueblos.
Duque, prestigioso economista y apoyado por el ya legendario ex presidente Álvaro Uribe, asumirá el mando de la nación la próxima semana. Su principal desafío a lo externo, es la delicada relación de balance con el gobierno venezolano de Nicolás Maduro. La gestión a lo interno de Colombia es delicada por la estructura y el poder que los grupos fuera de la ley que continuamente intentan subvertir el orden. Los acuerdos de paz, serán sin duda, uno de los ejes estratégicos con mayor grado de conflictividad y que mayor debate generaran desde un inicio.
De López Obrador hay mucho qué decir. Experimentadísimo político y administrador del Estado en diversas escalas, gana la presidencia con un margen sorprendentemente alto mientras su vecino, los Estados Unidos de Donald Trump, endurecen las relaciones entre ambas naciones con medidas de presión económica y migratoria difíciles de entender para muchos. Importante señalar que durante buena parte de la campaña, el discurso de López Obrador anunció varias decisiones de alta política que ahora, como presidente, tendrá que adoptar con especial cuidado.
Hay un aspecto valioso en ambos ahora presidentes electos: gozan de fuerte apoyo popular y representan los deseos de un cambio real de pensamiento y acción en la cúpula de sus respectivas naciones. Sus discursos han sonado hasta ahora como profundamente convencidos de la buena vecindad y el mejor de los ánimos constructivos, aunque falta ver que transiten del verbo a la acción y que en la praxis, tengan la capacidad de maniobra para esquivar las agresiones verbales de sus vecinos.
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