Pareciera que vuelve a los titulares de antaño, a aquellos que hablaban de sus logros, de lo que alcanzaba su gente. Como si de veras se abriera al mundo y éste a ella, cual cumplido de un pedido papal de finales de siglo. Lo cierto es que Cuba, la mayor Isla del Caribe y donde gobierna la única dictadura comunista de Occidente, volvió a las noticias, y de qué manera. El 2016, diríamos, ha sido definitorio para los cubanos de aquí, para los cubanos de doquier.
Dos hechos marcaron al país. El primero: un gran pájaro azul con la inscripción Air Force One sobrevoló los barrios más empobrecidos de La Habana; aterrizó con la esperanza de un cambio de época; trajo consigo al mensajero de una nueva era en un conflicto de medio siglo; diseminó la tierra cubana de expectativas aún por cumplir. El presidente número 44 de los Estados Unidos, Barack Obama, visitó Cuba y con ello inició un nuevo camino en las relaciones entre ambos vecinos, de esos caminos que se desconocen a dónde van, cuándo pueden concluir.
El segundo: Una piedra, de esas que se atraviesan en el camino, fue puesta de manera definitiva dentro de otra más grande, allá, por el Oriente cubano. Y allí descansa, reposa, y descansan muchos al saber que ya no está entre los cubanos y lloran otros tantos al saberse solos en medio de una nación que cambia. Para algunos un héroe, ese que desmontó el capitalismo en la Cuba de los ’50 y creo un sistema basado en el hombre y por el hombre; para otros un villano, ese que dividió a Cuba en dos, la del Norte y la del Sur, sobre la base de exclusión y olvido. Fidel Castro murió y con su partida, muchos sentimientos encontrados a ambas orillas, pero todos coincidentes de que murió una era, quizás para darle paso a la misma que inició con su vuelo el mensajero del gran pájaro azul.
Texto: Hanoi Martínez
Vídeos: Hanoi Martínez y Serafín Morán Santiago
