Me fascinan esos personajes que se lo creen todo de sí mismos. Esos que aun siendo el único borrego perdido de un rebaño de 900 creen que los despistados son los demás. Los que se han fabricado un curriculum a la medida de sí mismos y son capaces de relatarlo creyendo que es verdad. Los mentirosos compulsivos que no se dan cuenta de que detrás de su vanidad está la verdad a golpe de click, a simple vista, al alcance de cualquiera. La gente no es tan tonta, manipular y engañar no es sencillo. Superman no existe, y Zuckerberg sólo hay uno.
Escribo esto después de volver a ver a un macho alfa en acción. Estoy muy harto de esta figura, y el dominador de moda, Pablo Iglesias, lo ha vuelto a intentar. El líder de Podemos ha vuelto a pensar que los ciudadanos somos tontos, que los partidos políticos a los que acompaña en los escaños del Congreso son idiotas o acaban de empezar el curso, y se ha atrevido a plantear una moción de censura contra Mariano Rajoy que le ha salido cara. Nadie de los grandes ha decidido acompañarle en esta aventura.
No digo que no sea necesaria una gran decisión, o medida, que separe a Rajoy de la poltrona, porque la verdad es que cada día que amanece el gallego debe asomar la nariz del edredón con miedo por lo que se haya podido contar de nuevo sobre sus corruptos compañeros, que no lo son todos pero sí son cada día más. Pero lo que no se puede hacer es volver a liderar el populismo de la manera que lo ha hecho Pablo Iglesias al plantearse esta cuestión. La vanidad es infinita en muchos, y la peor de sus consecuencias es que arrastra a los demás al fracaso como consecuencia de tus planteamientos. Iglesias, que en su momento anunció en rueda de prensa su vicepresidencia del gobierno y distintos ministerios sin comunicárselo al que podría haber prosperado como Presidente en ese momento, Pedro Sánchez (no le volverá a suceder al buen efebo), se ha dirigido a los partidos del Congreso apenas minutos antes de ofrecer una rueda de prensa, otra vez, para anunciar que iniciaba conversaciones para poner de patitas en la calle a Mariano Rajoy. Caminando firme, rodeado estratégicamente de sus segundas filas, cada vez menos pesadas (recordemos que no están a su lado en el día a día ni Errejón ni Monedero, que daban cierto lustre al partido a pesar de todo) para plantarse ante el micrófono y ofrecerse otra vez como el salvador de la patria. Como el cartel de Los Intocables de Elliot Ness.
Obtuvo respuestas inmediatas y fulminantes; la de Antonio Hernando, del PSOE, que dijo un no rotundo recordando que Iglesias ya les había engañado una vez y no lo iba a volver a hacer, la de Albert Rivera, de Ciudadanos, que se mofó del de Podemos diciendo que parece que lo que no le gusta es trabajar, y la respuesta del PP en boca de Rafael Hernando: España no está para charlotadas.
Rebobinando y yendo al inicio, Pablo Iglesias ha vuelto a buscar la cámara, el foco. Con una intención que se le ha revuelto. Pretendía hundir al Presidente del Gobierno y ha conseguido que se hable de su charlotada y se deje de hablar de los que están siendo encarcelados estos días por asuntos relacionados con la corrupción.
Qué daño están haciendo los libros de coaching, de autoayuda, los manuales del buen dirigente. Con lo fácil que es ponerse delante de uno mismo y reconocer tus capacidades y limitaciones. Y si cuando te hayas dado cuenta de ellas eso te genere un trauma, descuelga el teléfono y ponte en manos de un especialista, de un psiquiatra, porque de lo contrario la no aceptación de lo que no eres (sí, he dicho bien, de lo que no eres) te va a convertir en un abusador, en un machito alfa.
Los asuntos relacionados con la corrupción no dejan de crecer Hay que denunciarlo y exigir que los líderes asuman responsabilidades, por supuesto, pero lo que no es aceptable es que esta porquería se utilice como lavadero de imagen o plataforma de lanzamiento de nadie.