Maduro se va de la OEA

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El gobierno de Nicolás Maduro ha anunciado que Venezuela se retira de la Organización de Estados Americanos. La terrible impresión que ofrece el caso venezolano en la región parece ya irreversible.  La tesonera labor del Secretario General de este organismo, Luis Almagro, terminó por producir el deshielo de las zonas de lealtad regional a los excesos chavistas. Parece encaminada una decisión política que produzca una resolución que le quite la máscara al régimen de Maduro.

El paso dado por el gobierno de Venezuela no debe sorprender a nadie.  Tanto Maduro, como el propio Hugo Chávez, parecían tener presente que el transcurrir del tiempo iba a terminar de producir el desprendimiento del ropaje democrático. Antes de afrontar el descrédito de una sanción, Maduro termina de colocar en vigor una medida con la cual ya había estado amenazando, y que muy probablemente descansaba en el escritorio de su despacho, esperando por su momento.

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Trata Maduro de emular los pasos dados por Cuba, expulsada de este organismo en 1962 en el momento más álgido de la Guerra Fría.  El relato anti-OEA tiene una cierta jurisprudencia en la izquierda radical de la región.    Rellenar las lagunas de una gestión que ha resultado una tragedia,  en las cuales se hacen severos señalamientos a su gobierno, por la corrupción desbordada, por el desorden de las cuentas fiscales, por la represión y el crecimiento del hampa, y por la naturaleza fallida del estado venezolano, que amenaza con convertirse en un problema subregional. Producir un golpe de efecto en la cual se haga efectivo el trueque: Maduro aspira sacar de la mesa la agenda de temas que los comprometen para asumir el libreto antimperialista. “Las banderas de la dignidad”.  Es toda una huida hacia adelante.

El entorno diplomático regional parecía tener presente que esa podía terminar siendo la respuesta de Maduro. Hasta este momento, a pesar del grotesco comportamiento ofrecido por el gobierno de Venezuela, había existido mucho celo por no precipitar las cosas.

Al salir de la OEA, el gobierno de Maduro tiene materia prima adicional para reforzar su narrativa. Ahora habrá que decir, luego de estar inmerso en sus entrañas durante décadas,  que esta es una organización que se constituye en una especie de consultado de los intereses de Estados Unidos en la región, y que una nación soberana como Venezuela no tiene por qué someterse a su contraloría. En la orden interno, Maduro seguirá procurando acallar a sus adversarios.  Replicar la receta castrista de las relaciones intrarregionales y diluir la presencia de la crisis venezolana en otros foros, algo más desabridos, que ameriten una toma de decisiones por consenso –que en este caso, por supuesto, no se producirá– , como la Celac.

De acuerdo a lo que afirman los expertos, en cualquier caso, la salida de Venezuela de la OEA tiene, por el momento, un efecto que es más simbólico que real. La nación sudamericana precisa de dos años para concretar su voluntad.  Es muy probable que la OEA termina tomando medida sobre Maduro, similares a las alguna vez tomadas en el pasado por sujetos del mismo pelaje, como Alberto Fujimori. Las condiciones parecen dadas. Nadie debe olvidar que la Carta Democrática es un protocolo aprobado por todos los países de la región, por el cual votó el gobierno de Venezuela, en la era de Hugo Chávez, y que fue propuesto e intentado promover por Maduro en sus años de canciller en otras circunstancias de crisis.

 El entorno latinoamericano y del caribe, del cual pudo jactarse alguna vez la dirigencia chavista, parece sinceramente inconforme, y realmente preocupado con el desastre creado por Nicolás Maduro en Venezuela.  Un desastre que es palpable tanto de lejos como de cerca. Tal circunstancia se expresará con seguridad en otros entornos. En este momento, difícilmente exista un grupo subregional, o una organización internacional de peso, en la cual no cunda la alarma ante las ejecutorias de Nicolás Maduro y una especial preocupación por la situación venezolana. Desde Mercosur hasta Naciones Unidas. El entorno internacional seguirá presionando, en la misma medida en la cual Maduro pretenda seguir intercambiando sus historias de corrupción y ruina por el libreto jacobino antiestadounidense.

Después de todo, la soberanía nacional, más que en banderas de colores, cancioneros de guerra y paradas militares, es una realidad política que se expresa, como bien lo asienta J.J Rousseau, cuando se concreta la voluntad general.

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