México sigue acogiendo refugiados guatemaltecos

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    ‘La patria eres tú’, reza un gran cartel con la bandera de Guatemala en el que se resalta que “la patria es nuestra tierra, la tierra de nuestros padres. La queremos como queremos a nuestra familia, al lugar donde vivimos, al paisaje que nos rodea”. Éste es el único símbolo de Guatemala que existe en el Ayuntamiento del poblado Ejido La Gloria, en el Estado de Chiapas (México), donde aún residen 3.000 personas originarias del país vecino y que entre 1981 y 1982 huyeron de las matanzas perpetradas por el Ejército durante la guerra civil.

    Precisamente, el pasado 29 de diciembre se cumplió el 20 aniversario de la firma de los acuerdos de paz que pusieron fin a un conflicto que se prolongó entre 1960 y 1996 con un saldo de 200.000 personas fallecidas, 50.000 desaparecidas y más de 1 millón de desplazados.

    En total, según datos de la Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados, entre 1981 y 1982 llegaron a este país alrededor de 46.000 guatemaltecos, la mayoría de ellos indígenas campesinos, que se asentaron en campamentos de Chiapas. Posteriormente, en 1984, cerca de 20.000 de ellos se desplazaron a los Estados de Campeche y Quintana Roo, donde el Gobierno les proveyó de tierras y alimentación.

    Hispano Post ha visitado dos de estos campamentos de refugiados: El Ejido La Gloria y El Colorado, ambos en el Estado de Chiapas, a escasos kilómetros de la frontera de Guatemala. Para llegar a ellos, hay que trasladarse a la ciudad mexicana de Comitán de Domínguez, de donde salen diariamente furgonetas que se dirigen a ambos campos, donde sus residentes viven sin carreteras asfaltadas y la mayoría de ellos en casas de madera.

    Méndez Félix Alonso, de 82 años, es uno de las personas más ancianas del Ejido La Gloria, que es el mayor campo de refugiados guatemaltecos de México. En él viven 3.000 personas, la mayoría procedentes de los municipios de San Miguel Acatán y El Nentón, del departamento de Huehuetenango (Guatemala).

    “Salí de mi casa en 1981 con mis hijos muy pequeños, dado que los helicópteros y las avionetas estaban bombardeando los alrededores de San Miguel Acatán”, rememora. Tras varios días de caminata sin poder comer ni beber nada, llegó a la frontera con México, donde al igual que hicieron miles de compatriotas, se asentó en primer lugar en un campo denominado ‘Chiripa’ y, posteriormente, en otro llamado ‘Chupadero’, a 2 kilómetros de la frontera,  si bien el Ejército guatemalteco trató de que toda esta población desplazada regresara a su país de origen. 

    Por ello, con la ayuda de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas con el obispo a la cabeza, pudieron asentarse en Ejido La Gloria, donde recibieron terrenos para construir sus viviendas, así como alimentos y la protección del Ejército mexicano para evitar que pudieran ser víctimas de ataques por parte de los soldados guatemaltecos.

    “NO SALIMOS POR CAPRICHO, SINO PARA SALVAR LA VIDA”

    “No salimos de Guatemala por capricho, sino para salvar la vida de la familia”, recalca Félix Alonso, quien detalla que, en total, hubo 105 campamentos de refugiados, entre los que destacan El Ejido la Gloria, Colorado, Las Delicias, San Francisco de Asís y la Trinitaria. Pese a firmarse la paz, señala que decidió no regresar a Guatemala con su mujer y sus hijos, por lo que “estamos decididos a quedarnos en México el resto de nuestra vida, ya que me siento mexicano”.

    Precisamente, en 1996, año en el que se firmaron los acuerdos de paz, México ofreció la posibilidad a los refugiados guatemaltecos de naturalizarse como mexicanos obteniendo así la nacionalidad de este país. Hasta el 2004, se habían entregado más de 10.000 cartas de naturalización, mientras que más de 18.000 habían entregado la documentación en el marco del Programa de Regularización Migratoria. Por su parte, muchos guatemaltecos decidieron regresar a su país en el marco del programa de Retorno Colectivo entre 1993 y 1998, si bien buena parte decidió regresar a México, tras no encontrar unas condiciones adecuadas para vivir o hallar sus tierras y sus viviendas ocupadas por otras personas.

    Alejandro Pascual Martín abandonó Guatemala con sus padres cuando solo era un niño. “Tuvimos que correr bajo la lluvia de las balas del Ejército”, recuerda, al tiempo que señala que tras haber tenido hijos en México y haber obtenido la carta de naturalización, ya no regresará a su país de origen, ya que actualmente, “tenemos los mismos derechos que un mexicano y es como si hubiésemos nacido aquí”.

    “NO ME OLVIDO DE MI PAÍS”

    No obstante, precisa que eso no significa que se hayan olvidado de sus orígenes, por lo que en estas poblaciones se sigue hablando el Acateco Maya o el Kanjobal, que es una de las 22 lenguas mayas que existen en Guatemala. Además, se sigue celebrando entre el 26 y el 29 de septiembre la fiesta patronal de San Miguel Arcángel, al igual que sucede en el municipio guatemalteco de San Miguel Acatán. “Me siento mexicano por mis documentos, pero corre la sangre guatemalteca en mis venas por lo que no me olvido de mi país”, remacha Martín.   

    Por su parte, los hijos de los refugiados guatemaltecos que nacieron ya en México admiten que desconocen la historia de por qué sus padres tuvieron que abandonar su país de origen para establecerse al otro lado de la frontera. “No les he preguntado, ni he oído nada de la guerra, mientras que en la escuela no nos explican nada de Guatemala”, asegura Marlene Manuela Andrés, de 14 años, hija de Angelina Andrés Tomás, quien con solo cuatro años llegó a México, donde ya ha tenido cinco hijos.

    Así, en estos poblados se juntan las tres generaciones: Por un lado, los abuelos, que salieron con lo puesto de Guatemala y que en los años 80 muchos de ellos ya tenían hijos, que son los que actualmente tienen entre 30 y 40 años y que conforman la segunda generación de refugiados. Por su parte, la tercera generación son los hijos de estos que ya nacieron en México y una gran mayoría de ellos jamás ha puesto un pie en el país de origen de sus abuelos y padres.