Pablo Iglesias recupera el tono. Y el trono. Después de los resultados del segundo Congreso de Podemos, Vistalegre II, al carismático líder radical de la izquierda española no le van a hacer falta pastillas para dormir a pierna suelta: no sólo ha barrido a sus rivales para hacerse con la Secretaría General, sino que ha conseguido despejar cualquier duda sobre el poder de influencia de su ¿amigo, camarada, socio, compañero…? Iñigo Errejón «el moderado».
Iglesias ha volado sobre Vistalegre con más del 60% de los votos a su favor. Ha doblegado al niño Errejón, con quien mantuvo en los días, semanas, meses, previos, una dura disputa. Dos gallos en un gallinero, y eso no podía ser. El macho alfa ha vuelto a sacar pecho, como el «gallo la Quintana» y he puesto a cada uno en su sitio.
Pablo Iglesias se subió este domingo al púlpito morado con el tono de voz imperativo e imponente de su reciente pasado. Implacable, entonado e intencionado: «Hoy hemos recibido un encargo: unidad y humildad. Y lo vamos a cumplir». Una frase de comienzo y de final que encierra una bofetada con la mano abierta en la cara lampiña de Iñigo Errejón. «Unidad», ya que el ansia de poder ha llevado a más de uno a querer romper la hegemonía de Iglesias. «Humildad», por si alguno se creía con fuerza para destronar al de la coleta. Es decir, tortazo para su número dos en el partido, que se le había revuelto un poco y que, triste y cabizbajo se sometía al canto del coro popular gritando en Vistalegre «unidad, unidad!».
Y ahora, ¿qué? Pues que la radicalidad de Iglesias ya no tiene quien le conteste y se encuentra el camino asfaltado como Capitán General, y el pobre coronel Errejón ya no tiene quien le escriba. Porque después de esto, o cambia de partido hacia donde por su naturaleza debe, es decir al PSOE, o se convertirá en un simple escribano secuestrado por la dureza de su jefe.
El joven Errejón se la ha jugado. Porque debía hacerlo y era el momento. Pero el fracaso le deja enfrente de algo muy duro: un atajo de indocumentados. No por Iglesias, que aunque radical, indocumentado precisamente no es, sino por todos los que le rodean: Irene Montero, la mujer enamorada, una mujer/sicario; el intrascendente de Echenique, un acoplado sin mensaje consistente ni siquiera en su primera frase; el asalta tierras Cañamero, un hombre maduro embutido en una camiseta reclamando libertad para un delincuente condenado por la justicia, el violento Bódalo.
Con este plantel, Don Pablo se compromete a la defensa del derecho a decidir, de los derechos humanos, a «ser los mejores en el Parlamento sin parecerse a la clase política», «seguir siendo oposición al PP», «ganar las elecciones al PP» y «gobernar para cambiar España con sus gentes y sus pueblos». Grandes frases para grandes recuerdos de la canción protesta española de los años 60 y 70.
Y luego, para rematar, un mensaje embotellado para el que lo quiera recoger: «seguramente cometeremos muchos errores. Es imposible no equivocarse cuando se toman decisiones, pero os prometo algo: nosotros nunca nos equivocaremos de bando». Destinatario: Partido Socialista Obrero Español por haber permitido gobernar a Mariano Rajoy.
Así las cosas, y para quienes pensaban que lo que era una evidente fractura en el partido morado, y que esto significaba que la voluntad española seguía siendo la de convivir con el bipartidismo, que sepan que el león ha vuelto, que el macho alfa que cualquier débil necesita ha vuelto a rugir.
Pablo Iglesias ha vuelto, con el permiso de todos y el voto de la gran mayoría. Con los cañones de la escopeta limpios y los cartuchos en su sitio… tonto el último. Toca esconderse.