Podemos y la prensa

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Oiga, es que da gusto escribir en un medio en el que nadie te pisa los pantalones ni te amordaza para que no digas lo que algunos no quieren escuchar. Estoy seguro, porque así ha sido desde el primer día, de que nadie en HispanoPost me va a llamar para que corte, modifique o lance algún mensaje desde esta tribuna.

Estamos viendo estos días cómo se ha puesto el grito en el cielo en España porque supuestamente desde el partido de Pablo Iglesias se trata de dirigir las informaciones de determinados periodistas o la línea de algunos medios. Hasta la Asociación de la Prensa de Madrid ha emitido un comunicado en el que se “exige a Podemos que deje de una vez por todas la campaña sistematizada de acoso personal y en redes que viene llevando a cabo contra profesionales de distintos medios, a los que amedrenta y amenaza cuando está en desacuerdo con sus informaciones. Estas presiones también se realizan de forma personal y privada con mensajes y llamadas intimidantes. La estrategia de Podemos vulnera de manera muy grave los derechos constitucionales a la libertad de expresión y a la libertad de información”.

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De acuerdo, pero vamos a ver la realidad y echar la vista no atrás, sino a nuestro lado, para ver en qué circo social y mediático vivimos. No voy a defender a Pablo Iglesias ni a Podemos en esta lucha particular contra algunos medios y periodistas, pero seamos sinceros y no nos rasguemos las vestiduras; ¿es que ha existido alguna vez libertad plena para informar? No sólo por las presiones que llegan desde fuera, sino por las cortapisas que los propios medios de comunicación imponen internamente. No olvidemos que el ejercicio y la supervivencia del periodismo no deja de ser una actividad empresarial, es decir, que sin números favorables en las cuentas de un medio de comunicación no se podría ejercer ningún trabajo. En las redacciones ha habido presiones toda la vida, desde los partidos que gobiernan o de los que pretenden hacerlo. He trabajado en medios privados esencialmente, pero también he tenido experiencias en los públicos desde los dos lados de la barrera: como directivo y como proveedor. Y puedo asegurar que desde los dos lados he visto cómo se han tratado de silenciar historias o de suavizar informaciones. Con directrices totalmente políticas. Desde partidos de derecha hasta el gobierno de izquierda de turno. En la hemeroteca encontramos cientos de casos, y si no hagamos un esfuerzo por recordar las palabras que dedicó Felipe González al entonces director de Diario 16, Pedro J. Ramírez, refieriéndose a la investigación que desde el periódico estaban haciendo sobre el terrorismo de estado practicado por los GAL: “Lo que estáis publicando sobre los GAL es terrible, lo que está escribiendo Melchor Miralles es terrible… Y si quieres que te diga esto por escrito, te lo diré por escrito. Lo único que tengo que negociar con ETA es que si ellos dejan de matarnos a nosotros, nosotros dejaremos de matarles a ellos». Firmado: un Presidente de Gobierno.

Y ya que cito este caso, traigo a la memoria también que como consecuencia de aquella lucha entre González y Ramírez se grabó un video de contenido sexual protagonizado por el periodista y sin su consentimiento que les costó condenas penales a más de un miembro del gabinete socialista. Eso es presionar.

Vale que el estercolero de las redes sociales, en concreto Twitter, nos deja expuestos al ataque despiadado de cualquier carroñero que además se ampara en el anonimato para celebrar sus hazañas, pero son las reglas del juego cuyos límites debe marcar la justicia y las leyes. No justifico estos comportamientos, al contrario, yo he sido víctima de más de un ataque de algunas hordas, pero sí digo que debíamos haber alzado la voz mucho antes. No por tener menos visibilidad los ataques eran más suaves. Si te imponen, si te censuran, si te amenazan, si te reprimen… dilo. Sea quien sea el que lo haga. Pero no nos hagamos los nuevos, esto no es de ahora ni es patrimonio de Pablo Iglesias y los suyos.

Recuerdo, por llevar el debate al suelo y al terreno de los “mortales” dejando el cielo para presidentes y directores, un ejemplo anecdótico: cómo desde la dirección de una cadena pública se me llamó al orden porque en un reportaje sobre el tráfico de drogas en pequeñas ciudades se enseñaba cómo un colectivo gitano era el responsable de este menudeo. El programa se iba a emitir en menos de 24 horas y me citaron a las 00:00h en un despacho. Lejos de querer evitar la alarma social que podría provocar el tema de las drogas me encontré con un grito que me decía “tú lo que quieres es acabar con mi puesto. ¿Es que no te has enterado que en esta Comunidad no existen los gitanos?”. Me insultaron en manada, porque en aquél despacho había al menos cuatro “sicarios” del Partido Popular. De ellos, sólo uno llamó al día siguiente para disculparse. En ese momento debí abandonar ese despacho y mi puesto como responsable de aquella producción, pero los intereses políticos y económicos pudieron más que los periodísticos y se obvió la presencia de los gitanos en aquél mercadeo. Y eso se repetía casi cada semana.

Y esto mismo lo he visto a diferentes niveles. Desde políticos que te retiran la palabra porque algo en tu información no les ha gustado, hasta presiones desde diferentes ámbitos para que seas relegado de alguna de tus funciones. Tengo muy grabado en mi memoria, y lo llevo casi con satisfacción, el hecho de que el Gobierno de Fidel Castro me expulsara de la Isla siendo corresponsal del diario El Mundo. No les gustaba lo que estaba escribiendo y haciendo como periodista y me retiraron la acreditación de corresponsal para expulsarme de Cuba. Mi llamada al director del periódico entonces, Pedrojota Ramírez de nuevo, esta vez El Mundo, tuvo una respuesta clara: “vuelve a España a la redacción. Prefiero sacrificar un peón antes que matar a la reina. Tenemos que tener un corresponsal en La Habana, y si tú no gustas tendrá que ser otro”. Y se acabó. De nada valió todo lo sucedido durante el transcurso de una investigación mía, con resultado de envenenamiento y hospitalización. No le interesó ni a Fidel Castro, porque se lo conté en persona, ni a mi director Pedrojota. Eso sí, yo tuve que volver casi con el rabo entre las piernas.

Podría contarles mil historias más, pero si lo hago todo el primer día me quedo vacío para siguientes entregas. Tarde o temprano acabarán sabiendo cómo fui testigo de pagos a personas para contar una historia o, lo que es peor, para contar la historia que más convenía; cómo tuve que tragar con la censura en experiencias dramáticas de las que fui testigo y que me costaron episodios de estrés postraumático; cómo se ha llegado a pasar por alto hasta la muerte de un ser humano. Y así es esto. Si conviene, interesa, si interesa, no siempre conviene.

Que Pablo Iglesias apriete las tuercas en este terreno no es nuevo ni nada de lo que ahora podamos escandalizarnos. Porque si lo hemos consentido con absolutamente todos los políticos de los que nos hemos rodeado, ¿a cuento de qué ponemos el grito en el cielo porque sea Podemos quien esté en las portadas de los periódicos cada día? Y que conste que no voto a Podemos. Ni al PP.

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