¿Qué bolá, Obama? Tírale un cabo a los cubanos en Ecuador, asere

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En Cuba, cuando las personas agotan sus reclamaciones ante instituciones del Estado, con discreción intentan ponerse en contacto con un activista de derechos humanos, un periodista alternativo o un líder opositor -si tienen la suerte de encontrarlo pues la mayor parte del tiempo se la pasan viajando- para denunciar violaciones legales, una vivienda a punto de derrumbarse o contar la historia de un pariente trabado en Ecuador o Colombia en su desplazamiento por tierra hacia la porosa frontera sur de Estados Unidos.

En mis veinte años de periodismo libre, he conversado con cientos de cubanos enojados que pretenden buscar una salida a sus problemas relatando su situación y solicitando su publicación en un medio extranjero.

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Hace unos días, mientras tomaba un guarapo, un amigo del barrio me dijo: “En 1988 las fuerzas armadas le prometieron una casa a mi madre, a raíz de la construcción de un refugio antiaéreo que provocó graves daños en los cimientos, techos y paredes de la vivienda y hasta la fecha nada han resuelto”.

La semana pasada sonó el teléfono. Un desconocido solicitaba hablar conmigo.  “Por favor, necesito verlo. Necesito que me ayude”. Quedamos en vernos el viernes por la tarde.

El hombre, que pidió el anonimato, me contó que tiene un hermano que fue militar “y lleva cinco meses empantanado en Ecuador. Por falta de dinero y porque las fronteras de Panamá y Costa Rica cerraron, no ha podido iniciar el viaje rumbo a los Estados Unidos. Las autoridades de Ecuador lo amenazan con devolverlo a Cuba. Si viene pa’cá lo meten preso. Me han dicho que usted tiene influencia”, decía desesperado el señor. Y de una carpeta saca fotocopias de trabajos míos publicados en Hispanopost, Diario de Cuba, Martí Noticias y Diario las Américas.

De nada valió mi argumento de que soy un simple periodista. “Lo único que puedo hacer por usted es escribir la historia de su hermano. No tengo contactos con ningún funcionario estadounidense en Washington”, le respondí.

Pero fue como si hablara con una pared. El tipo quería que lo ayudara a escribirle una carta a Barack Obama. “Te vi una vez en Univisión y sé que te reuniste con Obama”, rispotó.

Le expliqué que nunca me he reunido con Obama, que con quien tuve un encuentro, junto a otros tres periodistas independientes, fue con su asesor Ben Rhodes.   

“Escríbele a ese mismo y cuéntale de los cubanos atascados en Ecuador y Colombia. Dile ¿Qué bolá, Obama? Tírale un cabo a esa gente, asere”, expresó el hombre con énfasis.

La anécdota la traigo a colación por varios motivos. En el contexto nacional, sin instituciones, prensa democrática, tribunales imparciales y una atroz desinformación, muchos ciudadanos se sienten desamparados y optan por la denuncia periodística como una solución a sus problemas.

Hay algo cierto. Conozco personas que cuando se han publicado sus historias en el exterior, oficiales de la Seguridad del Estado se les han acercado con la promesa de que «si dejan de tener contactos con disidentes, le gestionamos su caso».

No pocas veces se los han resuelto. Entonces la picaresca criolla utiliza el canal opositor para agilizar o resolver sus dificultades. Pero la mayoría se acerca a un periodista alternativo como la última carta de la baraja. No ven otro camino, desilusionados por falta de una respuesta oficial, el tedioso burocratismo o la ineptitud de las instituciones estatales.

Los nacidos en la isla de Cuba no tenemos término medio. Lo dijo el General Máximo Gómez: O no llegamos o nos pasamos.

Algunos cubanos se creen el ombligo el mundo y consideran que sus problemas, periodísticamente hablando, son más importantes que la volátil crisis de Venezuela, la hambruna en África o un atentado terrorista en cualquier parte del mundo.

En una nación donde dos hermanos con solo levantar el teléfono liberan o fusilan a un convicto, premian o destituyen a un ministro y a sus tracatanes les piden que les regale una casa o un automóvil a un allegado, muchos cubanos suponen que un funcionario extranjero también tiene poderes ilimitados.

Ésa es la causa por la cual nuestros compatriotas se quejan ante la embajada mexicana en Quito, protestan en Panamá, Colombia o Costa Rica. Pero jamás a los diplomáticos y representantes de su país les exigen solucionar sus entuertos migratorios.

Prefieren pedirle a un periodista independiente en La Habana que le traslade sus reclamos a Obama.

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