¿Son confiables los Estados Unidos?

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    Hace poco, en una reunión con un grupo de amigos de Latinoamérica me preguntaron, ¿Son confiables los Estados Unidos? De inmediato les dije esta es una pregunta cuya respuesta debe valorarse al tenor de lo que llamamos “confiabilidad” o credibilidad. No obstante, si lo son, bajo qué parámetros sucede ese fenómeno . Veamos.

    Dentro de nuestra muchas veces caótica e imperfecta sociedad latinoamericana, en numerosas ocasiones, demasiadas diría yo, las percepciones de lo que queremos entender de los líderes de Estados Unidos, nos frustran y en no pocas oportunidades nos hace que cometamos serios errores de cálculo político.

    Hace algun tiempo el brillante escritor Carlos Alberto Montaner publicó un artículo titulado, “Los americanos son tantos que no existen”, del que hoy cito un par de ideas para ilustrar con precisión lo que siempre ha sido, en mi opinión, la gran dificultad en las relaciones entre Latinoamerica y Estados Unidos.

    Nos dice Montaner: “al presidente de Estados Unidos le es más fácil destruir el mundo que cambiarlo. La autoridad le alcanza para activar las claves nucleares y disparar una lluvia de cohetes atómicos que devastaría el planeta, pero no puede trasladar a su país a un centenar de personas acusadas de terrorismo, enrejadas en una base naval en el Caribe sin haber sido formalmente juzgadas por tribunales competentes”. Lo que nos indica aquí Montaner es que ese enorme poder, siempre está supeditado a la ley, nunca al margen de ella.

    Los padres fundadores de la nación del norte, buenos discípulos de Montesquieu, y sobre todo de John Locke se empeñaron en limitar deliberadamente la autoridad de “la presidencia” para evitar que se convirtiera en otro Jorge III, el despótico monarca británico derrotado durante la Guerra de Independencia.

    Y lo lograron. Crearon tres poderes separados que consiguieron equilibrarse, a veces hasta la parálisis, de los cuales el menos visible ha resultado el más vigoroso: el judicial. No sólo por la capacidad de acusar, juzgar y condenar a los individuos, sino por la extraordinaria facultad de revisar la legislación emitida por el Congreso y el Senado, o las acciones del Presidente, y declarar si se ajustan o no a la Constitución.

    Para empezar, las realidades jurídicas, las leyes y su forma de aplicación y cumplimiento tienen importantes diferencias entre lo que se vive en EEUU y lo que se practica en Latinoamerica. En consecuencia, la emisión y recepción de comunicación abierta entre los EEUU y Latam que en apariencia todos entendemos o creemos entender, en realidad se transmite en codigos cuya lectura final no responde a lo que unos y otros quieren entender o comunicar.

    De allí, que cuando hemos escuchado a las máximas autoridades de la Casa Blanca emitir graves mensajes, que sonaban a amenazas de inminente desenlace del uso del poder del imperio, la verdad es que lo que se debió leer y escuchar son mensajes que expresan un deseo, que incluso, muchas veces,  está sirviendo a muy precisos intereses de política domestica norteamericana, más que a precisas estrategias de política internacional.

    Hace poco estuvo en Madrid el exasesor de seguridad nacional del Presidente Barack Obama, Ben Rhodes, el mismo de las conversaciones secretas con el régimen de Raul Castro, y en una de sus declaraciones a la prensa comentó algo que da una relativa idea de cómo muchas veces ese enorme poder norteamericano, con todas sus fuentes de inteligencia civil y militar, es operado por personas talentosas sin duda, pero proclives al error e incluso a la torpeza. Rhodes dijo acá, lo siguiente:

    “En Egipto no nos comprometimos en una sola dirección. Al principio, Obama tomó la decisión dramática de apoyar las protestas que pedían un cambio contra el presidente Mubarak, un viejo aliado de Estados Unidos, y a favor de la transición democrática. Tuvimos una posición conciliadora con los militares, que acabaron venciendo sobre los Hermanos Musulmanes. Y nosotros, dijo Rhodes, acabamos con la sensación de que no pudimos usar nuestra influencia. Hicimos lo suficiente para apoyar el cambio, pero no hicimos lo suficiente para cambiar la política de EEUU en apoyo a la democracia. Ese es un ejemplo de algo que hicimos mal”. 

    Escuchando a Rhodes, me dije a mí mismo, “que error se comete en latinoamérica dando lecturas equivocadas a claros mensaje ajustados a realidades que no entendemos”. La historia nos lo indica con los casos de la Cuba de los Castro, la Nicaragua de Ortega, y la Venezuela de Maduro.

    Hoy tenemos en Latinoamérica el caso de dos genuinos democratas, dos líderes inteligentes y excepcionales como Juan Guaido y Leopoldo López quienes en su heróica y desigual lucha por regresar a Venezuela al concierto de las naciones libres y democraticas, escucharon energicos mensajes de apoyo desde la Casa Blanca, mensajes que quizas muchos, como Guaido y Lopez entendimos mal, pues hoy por creer en el lider del mundo libre pareciera que la situación en Venezuela se encuentra en una especie de callejon sin salida. Tenemos que ser elegantes en nuestro cortez reclamo y decir, “sorry”, amigos de Washington, nos podrían explicar de nuevo en que consiste el enérgico apoyo que ofrecieron para ayudar en la tarea de retomar la ruta democrática y de libertad en Venezuela.

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