Trump, Castro o Kim Jong-un: No es la ideología, es la intolerancia

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Vamos a los hechos. Aeropuerto de Kuala Lumpur, Malasia. Dos mujeres, presuntamente espías de la perversa dinastía comunista de Corea del Norte, ultiman con un potente veneno al hermano del dictador Kim Jong-un, un sicópata que debiera ser juzgado en la Corte Penal Internacional.

La Habana. Cumpliendo órdenes de la policía política, una escuadra de mujeres vestidas de militares y autodenominadas Las Marianas, cada domingo golpea, humilla y verbalmente lincha al grupo disidente Damas de Blanco, que le reclaman al régimen democracia y libertad para los presos políticos.

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Represores vestidos de civil que transitan en motos Suzuki, lo mismo destrozan la tarja colocada por Rosa María Payá en el exterior de su casa, en memoria de su padre, fallecido en 2012 en circunstancias que su familia y un ala de la oposición considera cuando menos sospechosa, que detienen y decomisan herramientas de trabajo a periodistas sin mordaza o le propinan una brutal golpiza a un activista de derechos humanos.

Casa Blanca, Washington. Algo tiene que andar mal en la nación que muchos consideran el paladín de la democracia, cuando voceros del gobierno y el presidente Donald Trump, groseramente, enfilan sus cañones a la prensa.

Por suerte para los estadounidenses, Trump no puede actuar como Raúl Castro o el estrafalario criminal Kim Jong-un, simplemente porque se lo impide el sistema creado por los padres fundadores y por los contrapesos jurídicos, políticos y civiles.  

Pero le va a ser daño a Estados Unidos. Ya lo está haciendo. Resulta desmoralizante escuchar al presidente de la primera potencia mundial ofender a los mexicanos, a la Unión Europea, al ex presidente Barack Obama o a lo que le venga en gana, cuando desde su apartamento de la Casa Blanca trina disparates a granel a través de Twitter.

Cuatro años después del huracán Trump, que espero no sea reelegido, Estados Unidos será un peor país en materia de derechos humanos, libertad de expresión y tolerancia.

¿Con qué moral esa administración puede reclamarle a las autocracias de Cuba o Venezuela respeto por los derechos humanos, libertad de prensa y tribunales imparciales, cuando insultan a los periodistas que critican su errático compartimiento presidencial y públicamente ha manifestado estar de acuerdo en la aplicación de torturas degradantes a personas acusadas de terrorismo?

Las democracias corren peligro con personajes como Trump. Los políticos del mundo viven horas bajas. Por su mediocridad como estadistas y sus compromisos corruptos con las élites económicas.

En demasiados países, amplios sectores de la política no están escuchando el reclamo de sus conciudadanos. Por ahí se coló Donald Trump, gracias a la irresponsabilidad de gobernantes que traicionaron el voto de sus gobernados.

Desde Fidel Castro -que mintió al señalar que no era comunista y apostaba por la democracia, la libertad y elecciones generales, al ocupar el poder a punta de carabina en 1959-, pasando por ciertos políticos españoles y venezolanos, que han confundido el gobierno con una caja de caudales, al impresentable Trump, de pensamiento fascista, todos llegan a la presidencia por crisis políticas, económicas o una amplia frustración ciudadana hacia sus líderes.

Si Donald Trump fuese el presidente de Cuba, lo más probable es que actuaría como lo hizo Fidel Castro. Si Fidel Castro hubiese sido presidente de Estados Unidos, hubiera actuado con ese mismo tono autoritario de Trump, combinando populismo barato con el miedo a los inmigrantes y a los pactos económicos globales.

No debemos quedarnos con los brazos cruzados. Las actitudes despóticas de los gobernantes van más allá de una nación. La mejor arma para enfrentarlos es con medios de comunicación más enérgicos, coherentes y comprometidos con el respeto a las libertades y la democracia.

Pero los medios también están fallando. Optan por ofrecer espacio a la frivolidad y las tonterías. O, como en el caso de Cuba, ocultar magistralmente la realidad. La prensa cubana no informa, desinforma.

La solidaridad es una herramienta que debiera activarse con mayor fuerza. Respaldar a México, a los inmigrantes que no son delincuentes y a periodistas vejados como Jim Acosta de la CNN o Fernando Rasvberg en Cuba.

El caso de Rasvberg, va más allá de las ofensas groseras de una periodista torpe como Norelis Morales. Es un ejemplo clásico de xenofobia y comportamiento criminal.

Las autoridades en la Isla debieran abrirle un proceso a Morales. Pero me temo que no lo harán. Esa permisividad inducida por el régimen y aceptada por conveniencia, es el caldo de cultivo perfecto para desatar las más bajas pasiones.

Una observación a Rasvberg: esa intolerancia que ahora sufres, Fernando, es la misma que afecta, incluso mucho peor, a quienes disienten de la junta militar que gobierna en Cuba.

Mirar para otro lado no es una buena opción. En regímenes intolerantes como el cubano, los que discrepamos siempre seremos culpables. No importa nuestra ideología.

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