Trump reabre el escenario perfecto para el régimen de Castro

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En el matutino, antes de comenzar la prueba de español para los alumnos de octavo de grado en una escuela secundaria en La Víbora, al sur de La Habana, luego de beber un vaso de agua, la directora engoló la voz y arremetió con la tradicional oratoria antiimperialista denunciando la injerencia del “señor Trump y sus acólitos terroristas de la mafia cubana de Miami”.

El régimen, que se había sorprendido y se sintió aturdido por el novedoso estilo de Barack Obama de mano tendida al pueblo cubano y recordándole a la gerontocracia verde olivo las virtudes de la democracia y el respeto por las diferencias políticas, con Donald Trump ha regresado a su salsa.

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Se multiplican los actos públicos en instituciones estatales, decenas de artículos periodísticos contra la nueva política de Trump hacia Cuba y una puntual diplomacia en cualquier tribuna o forum mundial.  

No siempre sabe más el diablo por viejo. Tras casi 60 años lidiando con la dictadura de los hermanos Castro, el ejecutivo estadounidense, por razones que van desde la politiquería electoral al más profundo desconocimiento de la sociedad cubana, salvo excepciones, ha apostado por políticas fallidas.

Uno de los pocos logros del exilio cubano, estuvo cimentado por Jorge Más Canosa y el lobby de la Fundación Cubano Americana, que comprendió que en la democracia estadounidense lo fundamental son las conexiones políticas. Fue una de las claves del protagonismo alcanzado en el patrocinio de las estrategias de la Casa Blanca con respecto a Cuba.

Desde la década de 1980, la política de Washington hacia Cuba pasa por Miami. Para entonces, ya habían fracasado los intentos armados en zonas montañosas de la Isla, así como los sucesivos planes de atentados contra Fidel Castro.

Imitando al potente lobby judío, Más Canosa inició una batalla que combinaba la diplomacia y el conocimiento del panorama político en el DC para frenar a la dictadura castrista en el escenario internacional.

Y tuvo aciertos. Condenas de organismo de derechos humanos, codificó el embargo y mantuvo la excepcionalidad migratoria de los cubanos. En el ámbito político, no existe ningún grupo de emigrados en Estados Unidos con mayor número de congresistas, alcaldes y funcionarios, ya sean estaduales o federales que los cubanos, a pesar de que solamente son dos millones y medio de personas.

Entre la mayoría de los cubanos de las dos orillas, hay coincidencia en un punto: de una manera u otra, todos aspiramos a un país soberano, democrático y funcional. El camino para lograrlo varía.

Unos apuestan por el diálogo con el régimen y el levantamiento del embargo como mejor opción. Otros, prefieren el aislamiento a la dictadura, el embargo económico y sanciones internacionales que obliguen a cambiar o entregar el poder. Esta segunda política no ha funcionado en el caso de Cuba. Sí funcionó en la Sudáfrica del apartheid.

El embargo de Estados Unidos a Cuba ha fracasado. Cincuenta y ocho años de régimen castrista es la mejor respuesta.

Estados Unidos no debe sentir complejo por sostener sus compromisos en favor de la democracia y los derechos humanos. Pero el método para alcanzarlo no es precisamente con aislamiento, que solo ha servido de pretexto a los hermanos Castro para victimizarse.

De las pocas cosas que funcionan en la Isla se encuentran los servicios secretos, la represión y su hábil diplomacia. No espere que se cumplan los planes productivos, se construyan más viviendas o el gobierno capaz de crear un modelo racional o sostenible. Eso no ocurrirá mientras se mantenga el actual sistema de ordeno y mando.

Los disidentes, los encargados de liderar un cambio democrático en Cuba, andan más perdidos que un borracho en Saturno. Debido a la represión casi científica, a su protagonismo desmesurado y la falta de unidad entre los distintos grupos, la oposición no logra tender puentes con el cubano de a pie, a pesar de tener muchos puntos de coincidencia.

Se han sucedido tres generaciones diferentes de opositores. Unos se marchan al exilio, algunos exploran nuevos caminos para abrirse un espacio legal intentando insertarse en las escasas y controladas opciones que la blindada autocracia concede y otros se acomodan al estado de cosas, transformando la disidencia en un negocio particular.

Es lo que ahora mismo hay dentro de una oposición cubana, dividida, sin poder de convocatoria y con un sector apostando por el rescate estadounidense como vía milagrosa.

Si en algo se parece el régimen y un segmento de la disidencia es que culpan de sus fracasos a Estados Unidos, o a alguna de sus políticas, como la doctrina Obama.

La autocracia verde olivo no va a cambiar. Seguirá reprimiendo, activando linchamientos verbales contra la disidencia y encarcelando. Donald Trump, que no pone una en sus estrategias de Estado, solo ha vertido un poco más de gasolina para beneficio propagandístico de Raúl Castro.

Se sucederán las declaraciones de obreros, campesinos, arquitectos y estudiantes cubanos ‘condenando la injerencia yanqui’. El barraje propagandístico del aparato estatal será aún más reforzado.

Es increíble que la comparecencia vociferante de Trump en Miami, con sus ademanes y gestos patéticos, despierte más interés que la descafeinada sesión de la asamblea legislativa del poder popular donde supuestamente se debaten los problemas del país.

Mientras Trump hacía pucheros y prometía cosas que no cumplirá, la realidad se impone. Quitando las alharacas verbales, solo han sido derogados dos acápites de la doctrina Obama: los viajes de estadounidenses a Cuba y los negocios con empresas militares. El resto se mantiene.

¿A quién beneficia? A la propaganda castrista y a los intereses de Estados Unidos, pues la mayoría de los acuerdos siguen en pie. Ni Trump ni ningún otro presidente estadounidense va a defender mejor que nosotros mismo nuestros derechos.

La bandera de las barras y estrellas no es nuestra bandera. Ni USA es nuestra patria.

De una vez y por todas, los compatriotas residentes en el exterior y los de la isla, deben tener presente que la solución a los problemas de Cuba es un asunto de todos los cubanos. De nadie más.

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