Trump y el cisma de Occidente

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La hasta hace muy poco inesperada presidencia de Donald Trump en los Estados Unidos le puede plantear a Occidente la concreción de una de sus fisuras culturales y políticas más pronunciadas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El populismo xenófobo y el nacionalismo económico comienzan a ocupar un espacio visible en el mapa de poder del mundo industrializado. Esta es una corriente que tiene unas tesis económica fundamentada, y que recoge, como ya se ha dicho, un sentimiento adormecido en sectores socialmente asediados, habitualmente descontextualizados de la política en su cotidianidad.  Con Trump podrían terminar, o entrar en crisis, ciertos consensos básicos en torno a los objetivos de la democracia liberal y sus valores fundacionales en este tiempo. Lo insinúa su manifiesta antipatía con el liderazgo actual de la Unión Europea, bloque político que presenta claros problemas funcionales, así como su comunidad de intereses con Vladimir Putin.

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Es cierto que el desafío a la democracia no es nuevo y que opera desde otros frentes conceptuales, notorios también en el campo de la izquierda radical.  El desarrollo de la Presidencia de Trump, sin embargo, le puede abrir las compuertas a la emergencia de otros liderazgos inspirados en el mismo tenor discursivo en rincones europeos, como en efecto ya viene ocurriendo, y configurar, dentro del orden mundial actual, un nuevo debate, un complejo careo con otro frente político, que reclamará su espacio en el campo de la democracia, pero que no dejará de horadarla para sus propios fines, agitando los sentimientos más elementales de la población.

El desarrollo de haberes políticos parciales, que devengan en popularidad, consecuencia indirecta de alguna arbitrariedad cometida –una de las muchas consecuencias naturales del populismo–  podría obrar a favor de Trump en el mismo sentido en el cual pudo ayudar a otros de su espacie, como Hugo Chávez: presentarse afable y bonachón, disfrutar de la contrapropaganda que se escandaliza con sus declaraciones y lo retrata como un demonio. Trump trabaja duro para presentar como potable a la ultraderecha.  No le está quedando muy lejos, de hecho, en este momento, la Presidencia de Francia al Frente Nacional de Marine Le Pen. ¿Qué haría la Unión Europea si también se marcharan los franceses?

La extrema derecha europea, que habitualmente rehúsa a que le llamen “extrema”, recoge votantes descontentos de todos los frentes.  Particularmente notorio es, en esta hora, el absoluto descalabro correlativo que se observa en las formaciones socialistas o socialdemócratas de varios países europeos importantes, Francia incluida.

Aunque no han tomado las dimensiones de Francia, el nacionalismo populista y xenófobo existe desde hace tiempo, en mareas de popularidad que suben y bajan, en la Gran Bretaña, en Austria, Suiza, Bélgica, Holanda, en Alemania. También en Hungría, Grecia y Rumania.  Ahí está Donald Trump, frente a ellos y sus votantes, contando sus planes para levantar el prometido muro en la frontera con México, y emitiendo decretos para expulsar ciudadanos de origen musulmán.

Todos toman aliento del malestar que produce una realidad objetiva, supranacional, muy difícil de atender y controlar: el choque cultural y el problema social que comporta en Occidente el hecho migratorio, particularmente desde la crisis siria.

Las tensiones con el mundo musulmán y el incomprensible alegato que le plantea el extremismo islámico.  En Europa se va extiendo una cierta alarma, que toca sectores ilustrados, en torno a la posibilidad futura, no tan lejana, de que la esencia nacional de sus sociedades quede alterada producto del mestizaje que produce la llegada de personas de otras sociedades, con otros idiomas y religiones, y que con tal circunstancia queden sojuzgadas las libertades publicas o los valores occidentales.

 El pánico a lo desconocido en Europa se compacta y se expande justificadamente, como un incendio en la pradera, gracias al terrorismo yihadista que se expresa en grupos como Estado Islámico, y que toma sus voluntarios de inmigrantes árabes o musulmanes que viven en sus ciudades.

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