El American Airlines Arena se vistió de luz, color y grandes dosis de diversión, para acoger a los mermados Bulls de Chicago. El partido, decidido cómodamente a favor de los Heat por 129 a 111, dejó varias notas dignas de mención:
Hassan Whiteside, máxima figura, junto al recién llegado Joe Johnson, de la velada, con 26 puntos y 14 rebotes, es, en su estado actual de forma, una fuerza incontenible. Su preciso tiempo de salto, rapidez de elevación y agilidad felina para un pivot de 2′ 13 y 103kg, convierten en pesadilla tanto superarle en defensa, como contenerle en ataque; donde completa su repertorio de mates y «alley oops» con un buen tiro desde tres metros.
Con Whiteside dominando, Dwane Wade sano y redivivo, y la adición de Joe Johnson -partidazo el suyo con 24 puntos y solo tres errores en el tiro; otro acierto más del General Manager, el mítico Pat Riley-, los Heat optan seriamente, pese a la baja de Bosh, a ganar la Conferencia Este.
Es un goce visual ver anotar a Derrick Rose, con apenas 1′ 91 de estatura, mientras vuela hacia canasta, efectuando varios rectificados en el aire ante los pivots y aleros rivales, pero, para aplicar con continuidad este estilo de juego, se requiere un estado físico que, debido a sus múltiples lesiones, ya no tiene. La, cada vez menos probable, mejoría de los Bulls, pasa por recuperar a sus lesionados y porque su explosivo base asuma que debe forzar menos y distribuir más.
Difícil será que cambie a estas alturas, pero todo es posible en alguien de tanta calidad. Con el gran aliciente de la presencia de Pau Gasol, el espectáculo llega ya en los prolegomenos con la habitual y virtuosa rueda de calentamiento. Acto seguido, suena el himno americano con ambos equipos formados en medio de la pista. Allí aparece la inconfundible estampa de Pau.
Sin relevo desde hace semanas en su posición, parece cansado, dosificando esfuerzos, superado en ocasiones por la mayor frescura y atleticismo del joven Whiteside. Aún así, deja detalles de gran maestría cuajando una buena actuación, con 15 puntos, 9 rebotes y 6 asistencias. Poco más puede hacer en un conjunto anárquico y diezmado ante la gran exhibición local. Hace ya tiempo que su figura transcendió el momento presente para convertirse en parte de nuestros bonitos recuerdos.
Por unos instantes mi mente viaja a aquel lejano primero de septiembre de 2006; la vibrante semifinal del mundial de Japón entre Argentina y España, aquella desgarradora imagen de Pau, abrazado por sus
compañeros, mientras lloraba desconsoladamente, cuando, consumado con enorme incertidumbre el pase a la final, es plenamente consciente que la lesión que le ha obligado a abandonar la pista a falta de 1:36 para la conclusión, le impedirá disputarla; la conjura de un colectivo irrepetible para ganar el oro y ofrecerlo a su estrella ausente, a su amigo.
Rememorando estas inolvidables instantáneas, uno aprecia cual es el sentido del verdadero liderazgo; lo mucho que el baloncesto representa para Pau Gasol y su eterno compinche Juan Carlos Navarro; más que un juego, un vínculo fraternal para realizar la actividad que aman.
Como cada verano desde que, previa victoria ante Estados Unidos, conquistaran el campeonato del mundo Junior de 1999, volverán ambos a unirse en agosto a su compañero Felipe Reyes, los tres últimos y más representativos supervivientes de la denominada «Generación de los Junior de Oro», para efectuar una postrera expedición en búsqueda del oro olímpico; un último y placentero baile en honor de multitudes.
Tras cada partido que concluye en el hogar de los Heat, el show no cesa: en cada ocasión la banda musical toma los anfiteatros y el grupo de ninfas pertenecientes a las «Miami Heat Dancers» corretea gracilmente entre el graderío lanzando camisetas al respetable. Observando el constante despliegue de imaginación, se comprende e incluso aplaude, que casi setenta años después, la bola siga rodando.
Como decía Plácido Domingo en los Ochenta: !I love this game!