Urdangarín a la cárcel , ¿y los Pujol?

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No me acabo de creer que Iñaki Urdangarín vaya a convertirse en un preso común. Le han caído seis años y tres meses (falta la coletilla de “y un día” para convertirle directamente en Averell, el más largo de los hermanos Dalton) pero no sé que mosca me ronda la nariz que me dice que alguna argucia estarán preparando para retrasar, recurrir, agotar hasta el Tribunal Supremo cualquier vía para rebajar una condena a todas luces insuficiente si tenemos en cuenta los 19 años que pedía el fiscal. Vamos, para que el deportista no entre en prisión. Difícil, pero viendo lo que hay me parece hasta posible.

Es una condena larga, seamos realistas, nunca mejor dicho, porque seis años de privación de la libertad son muchos. Aunque esté en la calle a los pocos meses, pero seis años encerrados son demasiados para el pensamiento de cualquier ser humano. Otra cosa es que se lo merezca o no, pero para eso está la Justicia: para decidir lo que cada uno se merece. Iñaki Urdangarín y la Infanta Cristina ya han pagado la pena del telediario, el juicio público, y ahora le toca a la marioneta de Diego torres chuparse la condena por la vía penal. La cárcel, el talego, el rancho y las duchas, la biblioteca y las rejas.

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La Infanta se ha librado. ¿Acaso alguien esperaba lo contrario? Y además, según leo, “el estado le tendrá que devolver 300 y pico mil euros” Y ahora, ya que el Tribunal dice que la Infanta Cristina es inocente de todas las acusaciones que se vertían sobre ella, ¿quién le devuelve la dignidad? Si pedimos justicia demos justicia. Si nos la creemos, a la Justicia, corrijamos lo que hayamos hecho. A Doña Cristina la hemos crucificado viva. Desde el más simple ciudadano hasta su propia familia, la emérita y la actual. Nos convenza o no la sentencia, yo tengo mis dudas, debemos restaurar su honor porque es un derecho individual. Puede estar casada con el mismo demonio, pero ella es inocente penalmente. Si lo que ha cometido es una falta administrativa, que levante la mano a quien no se le ha escapado una factura, el que tenga su expediente limpio de polvo y paja en su totalidad.

Con esta sentencia después de pasados 11 años desde que se destapó el caso, se pone el primer broche a la lacra de la corrupción en la política española. Esta condena era casi necesaria para el ciudadano, por ejemplarizante y para que podamos comprobar cómo la Justica es igual para todos. Algo parecido a lo que le pasó a la Pantoja, que se ha pasado un par de añitos entre pasillos y celdas cortas.  La Pantoja a salido reforzada como figura mediática (hasta pacta sus entrevistas de manera vergonzosa) y llena de nuevo los ruedos y los escenarios. Pero la Infanta, sin pisar la prisión, está condenada para toda la vida. Porque en España somos así, tamborileros y caprichosos.

Después de Urdangarín llegarán los siguientes: los conseguidores del Partido Popular, los expresidentes andaluces que amañaban los ERES y los cursos de formación, los políticos populares que llevaban contabilidades turbias, los exministros que arruinaron cajas de ahorro. Veremos que pasa todavía con aquellos que aún no están acusados formalmente pero sobre los que recaen sospechas de colaboración con regímenes totalitarios que les financiaban ilegalmente; pero eso está por venir.

Me huele a burbuja penal, como la inmobiliaria pero en materia carcelaria. Es decir, que ya tenemos al primer “pez gordo” que se va al trena, y le sucederán muchos más. Pero pasado esto, condenados aquellos, unos cuantos, la sed de justicia estará saciada por algún tiempo y retornará la impunidad para volver a abusar y delinquir. Porque en España, ya que estamos aquí, no aprendemos. ¿Alguien se hubiera atrevido a decir que después de la crisis en que nos metimos en el año 2007, con el boom inmobiliario estallando por todas partes, nos encontraríamos que en 2017 estaríamos empezando de nuevo a especular con el suelo? Pues eso.

Esta mañana pasaba por delante del Palacete de Pedralbes, el que fue mansión de los Duques de Lugo, y me imaginaba las escenas cotidianas en su interior. Despreocupación, derroche y buen ambiente. Hoy, aun con la absolución fresquita, estoy seguro de que a la Infanta Cristina, si pasase por delante, se le encogería el estómago y le sudaría la frente. Porque hoy en día hasta las paredes hablan, y las de ese Palacete tienen respuestas para muchos de los “no lo sé” y “no me acuerdo”.

Por cierto, ¿y los Pujol?

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