Ven a comer: política y comida en México

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En su extraordinaria oda a la gastronomía titulada “Dulzura y pasión de la cocina mexicana”, Fernando del Paso se refirió a la cocina mexicana como una de las tres mejores del mundo; junto a la francesa y la china. Algo de razón tenía el escritor: años antes de que el ministerio de cultura español le reconociera su legado literario con el Premio Cervantes, la ONU se encargó de avalar su gusto culinario: En 2010 la Organización de Naciones Unidas reconoció a la gastronomía mexicana como un Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. La denominación de la ONU sólo vino a ratificar algo que cualquiera que ha estado en México sabe muy bien; la comida mexicana compite por ser una de las más diversas y complejas del mundo. Sin embargo, a pesar de su increíble riqueza, la gastronomía mexicana ha sido incapaz de darse a conocer en el mundo con todo su esplendor. En la mayoría de los casos un letrero de “comida mexicana”  fuera de México equivale a someterse a una insoportable variedad de productos estilo “Taco Bell”.

En las últimas décadas, al concepto de diplomacia tradicional se ha agregado uno nuevo: la diplomacia pública. Como los países ya no pueden competir únicamente en el campo de lo militar, ahora buscan otras formas de ejercer influencia. La diplomacia pública reemplaza la relación país-país, por una mucho más compleja: aquella que puede tener un país con sociedades externas. En ese sentido, su objetivo es crear una imagen robusta y positiva de su país en el extranjero. Esto a su vez, genera influencia, legitimidad y atrae turismo e inversión. Pero hacerlo puede ser complejo. Mientras que las relaciones políticas pueden obviar los problemas internos de cada nación, en las relaciones públicas es dificil esconder los defectos. Construir una buena estrategia de diplomacia pública es una tarea compleja que involucra entender muy bien las potencialidades y las limitaciones de un país y cómo éstas pueden ser aprovechadas.  

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Para algunos países una de esas potencialidades es la cultura gastronómica. El tema puede parecer trivial pero no es menor; si en las relaciones interpersonales se dice que la cocina es una táctica inmejorable del enamoramiento; en las relaciones internacionales un buen platillo también puede hacer maravillas. La idea de la diplomacia gastronómica es sencilla: entre más gente conozca y guste de la comida de un país, mayor será la presencia de ese país en el mundo y mejor será su imagen y reputación. Un buen ejemplo de la efectividad de este tipo de estrategia es el caso de Perú. Hace unos años el país andino elaboró una ambiciosa campaña de diplomacia gastronómica que buscó generar conciencia sobre su riqueza cultural. El objetivo era sacar a Perú de su aislamiento internacional y ponerlo, literalmente, en boca de todos. Para ello se elaboró una estrategia importante que promovió la proliferación de la alta cocina peruana tanto dentro como fuera de su país. El resultado es palpable; hoy Perú es una potencia cultural internacional gracias, en gran medida, a su comida.

Pero si bien la historia de Perú es un recordatorio de que no se necesita ser potencia para poder tener una diplomacia pública efectiva, México supone el caso contrario. México es una potencia natural que se recluye en sus propios complejos y su incapacidad de entender su propio potencial. Para un país con la riqueza económica, cultural y gastronómica de México, su fracaso internacional sólo se puede entender bajo una lógica del autosabotaje. Ningún ejemplo mejor que el de la cocina mexicana: Que el país que inventó el mole sea conocido en el mundo por los burritos y la chimichanga, supone el ejemplo más claro del brutal fracaso de la diplomacia pública mexicana.

El problema de fondo tiene que ver con la relación de México con los Estados Unidos. México ha concentrado toda su atención diplomática en la fútil tarea de mejorar su imagen en Estados Unidos y como consecuencia, ha dejado un vacío en el resto del mundo que el propio Estados Unidos ha ocupado. Como México no tiene canales ni voz para llegar a otros países, ha delegado el control de su imagen internacional a Estados Unidos y su visión de un México de desierto, sombreros y cactus.

Ante ello, el gobierno mexicano ha adoptado dos medidas, que de ser bien implementadas, pueden suponer un primer paso importante para generar una diplomacia pública mexicana plausible. Por un lado se ha elevado la cultura al rango de Secretaría de Estado y por el otro se ha lanzado un programa para el apoyo a la gastronomía mexicana llamado: “Ven a comer.” La creación de la Secretaría de Cultura permitirá a México ejercer una política cultural más pujante y ambiciosa, mientras que el programa “Ven a comer” ayudará a mejorar la imagen del país a través de uno de sus virtudes más evidentes: la cocina. México ha gastado mucho tiempo y dinero contratando agencias internacionales para ayudar a mejorar su imagen, hoy la solución es más sencilla. A veces la mejor receta para enamorar al mundo está en tu propio recetario.

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