Apreciación de una victoria incompleta

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    No habían transcurrido 24 horas tras el final de las elecciones de medio término en Estados Unidos, cuando el presidente Donald Trump volvió a la carga y removió del cargo al fiscal general de la nación, Jeff Sessions. Cuando la temperatura de los comentarios periodísticos apenas comenzaba a subir de tono y resaltaba el triunfo del partido demócrata en las elecciones de Congreso,  Trump salió al paso con un nuevo movimiento de alta política doméstica. Sigue siendo el eje político de la nación norteamericana y sabe que los cambios en el ajedrez político de su entorno, requieren nuevos apoyos, con nuevos perfiles para capear la tormenta ya anunciada.

    Para entender el contexto que dejan las elecciones, hay que listar hechos y analizar consecuencias. El Congreso queda en manos de los demócratas y promete una recia oposición a las decisiones del mandatario, pero éste se ha blindado controlando el Senado, el cual consolidó contundentemente con lo que logra tener hegemonía sobre la instancia final de las grandes decisiones del país.

    Hay varios puntos inocultables tras los resultados. El país está más dividido que nunca. Después de dos años en el poder, Trump ha vuelto a conseguir un apoyo masivo de una parte del país, mayoritariamente rural, blanca y conservadora. La otra mitad del país, urbana, multicultural y liberal, también salió a votar masivamente en su contra.

    Veamos otro aspecto: que el Congreso sea controlado sólidamente por los demócratas implica una polarización inusual para el tiempo que Trump tiene pendiente. La oposición, ahora mayoritaria, no le dejará pasar leyes de gran importancia y lo estará obligando a negociar puntos críticos, bajo el argumento del balance de poder, ausente en la primera parte del mandato del magnate.  Con todo y esto, Trump juega con algo: ante los electores, la prometida “victoria aplastante” de los demócratas no se produjo y tiene un sabor agridulce, pues tienen mayoría pero no es suficiente como para ser triunfadores totales.

    Una tercera línea del pensamiento está en el balance de poder. Aunque las elecciones dejan a los demócratas en buena posición para buscar decisiones consensuadas entre ellos y el presidente, es un hecho que Trump sigue siendo un motor electoral clave. Su esfuerzo funcionó y dejó al descubierto la debilidad de algunos sectores republicanos, tal y como ahora se vislumbra en Texas, hasta hace poco considerado un bastión del partido. Allí el aspirante demócrata Beto O Rourke consiguió montar una competencia seria al republicano Ted Cruz, algo que hace unos años habría sido impensable. Incluso con una derrota apretada, O´Rourke parece haber demostrado que Texas ya es un campo de batalla, no un coto exclusivo de los republicanos.

    Pero adicionalmente a todo esto, hay un dato clave: el voto hispano castigó a Trump en las urnas, aún y cuando las encuestas señalan una aprobación y reprobación en similares proporciones. El rechazo a los migrantes, el endurecimiento de la política fronteriza y temas como el DACA, pasaron factura y podrían si Trump reflexiona, ser una moneda de cambio a futuro, con lógico beneficio para los migrantes. Si el presidente mantiene su línea, habrá cerrado las puertas de una fuerza notable y muy articulada que podría ser clave para cuando intente reelegirse.

    El mundo se queda con temas en el tintero: la política exterior ha sido exitosa y requiere apoyo de los dos partidos, pero eso implica potenciar al mandatario. ¿Cómo reaccionarán los políticos? ¿Apoyarán el control de Trump en el Comité de Relaciones Exteriores y con ello permitirán que complete su gestión de dura pero eficiente diplomacia?

    Al parecer, los resultados son agridulces y el futuro no se vislumbra tan claramente. Con todo, Trump triunfa.

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