Cuba: Navidades por castas y sin rebaja

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Diciembre es un mes de resumen y fiestas. Y de abrir la cartera. Yusmel, emprendedor privado, cree que el invierno tropical y las navidades le dan un aire diferente a La Habana.

“No hay tanto calor como en verano y el ambiente huele distinto. Después que el gobierno autorizó la celebración de la Nochebuena, en muchas casas, tiendas, negocios privados y hoteles, ponen adornos navideños. La capital está descojonada, pero las decoraciones y las luces de los arbolitos la embellecen un poco”, expresa Yusmel mientras bebe una cerveza Presidente en la cafetería del Centro Comercial Carlos III.

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Esther, ama de casa, por Western Union recibió 250 dólares que le envió una hija residente en Miami. “Gracias a ese dinero, podré tomar leche, comer pescado y carne de res y preparar una cena el 24 de diciembre. Pero cada vez los dólares rinden menos». 

Según Esther, diez años atrás, cien dólares alcanzaban para comprar mayor cantidad de comida. «Pero desde que Fidel le puso un impuesto al dólar y las constantes subidas de precios, el dinero se va como agua entre los dedos. Y esta gente (los del gobierno), ni en navidades y fin de año, hacen rebajas”, dice molesta. Y enumera los precios de escándalo de la carnes de res, quesos, embutidos y mariscos que venden las tiendas estatales en pesos convertibles.

En Cuba no hay viernes negro ni rebajas. Las mercancías se mantienen en los estantes durante años. Tampoco ofertas navideñas o por el 57 aniversario de la llegada de Fidel Castro al poder.

Jorge, economista, considera que el sentido del comercio en sociedades colectivas como la cubana está atrofiado. “A las corporaciones estatales no les importa que los artículos no tengan salida. Y no efectúan rebajas aunque la mayoría de los productos son anticuados. Un ejemplo son los electrodomésticos y televisores. Un televisor de plasma cuesta 400 cuc, a pesar de que en Cuba ensamblan cien mil unidades anuales. Ese mismo televisor en Miami costaría menos de 200 dólares”.

Eugenia, graduada de historia, lo ve desde otra perspectiva. “Después del triunfo de la revolución, la Navidad, Día de Reyes, Semana Santa y otras festividades del mundo cristiano occidental fueron anuladas en Cuba por considerarlas tradiciones burguesas. Y si permitían que la gente celebrara el 31 de diciembre, era porque coincidía con la llegada de Fidel al poder, el 1 de enero de 1959. Ahora, a pesar de los cambios introducidos, en las instituciones del Estado no existe una cultura navideña. La prensa oficial apenas menciona la Navidad. Y la política de precios se mantiene inalterable”.   

Hasta la visita del Papa Juan Pablo II, en enero de 1998, en la Isla los festejos navideños no contaban con la venia del régimen. Hubo una época que con más rigor se aplicaron estándares copiados de la Unión Soviética. Entonces familias como la de Luis Alberto, colocaban el árbol de navidad en una habitación al fondo de su casa, para que las lucecitas no los delatara ante la intransigente presidenta del CDR.

“Mis padres estaban integrados al sistema. Por eso se cuidaban de esconder el arbolito. Pero el olor del cerdo asado el 24 de diciembre nos delataba. Cuando los del comité indagaban, les decíamos que estábamos celebrando por adelantado el triunfo de la revolución”, comenta risueño Luis Alberto.

Ahora las cosas han cambiado. Desde 1997, el 25 de diciembre es un día feriado en Cuba. Al igual que ocurre en países de tradiciones católicas, la celebración de las navidades con más o menos glamour depende de la situación socioeconómica de cada familia. 

En la Isla las castas son políticas. Los mandarines verde olivo viven en otra dimensión y son intocables. En los años duros de la revolución -que han sido casi todos- los gerifaltes asaban lechones en púas y horneaban guanajos rellenos el 24 de diciembre. 

Mientras ellos comían y bebían a lo grande, la mayor parte de la población cortaba caña, se veía obligada a esconder sus viejos adornos navideños y con las persianas bajas, cenaban arroz con frijoles negros, yuca hervida (no siempre la gente tenía ajo, cebolla y limón para preparar el mojo) y, si acaso, un pedacito de puerco.

Eran los tiempos que Fidel Castro a sus hombres de confianza les regalaba cerdos asados, cajas de cerveza, botellas de vino y cestas con manzanas, uvas y turrones españoles. Los que ahora detentan el poder siguen celebrando las navidades y esperando el año nuevo a todo trapo.

Ultimamente, , a la élite gubernamental se ha sumado otra: el embrión de una clase media alta. Personajes que compran pavos congelados a 45 o 50 dólares, vinos y turrones de calidad.

La mayoría de ellos son emprendedores privados prósperos, artistas y deportistas famosos, ciudadanos que reciben remesas superiores a los 200 dólares mensuales y una casta de ladrones de cuello blanco que desfalcan al erario estatal.

Luego están los que puede preparar una fiesta navideña más o menos decente, porque sus pequeños negocios, legales o ilegales se los permite; son empleados o funcionarios de empresas mixtas y centros turísticos, o marginales que viven del mercado negro.

Y en el último escaño, los pobres de siempre. Ese segmento mayoritario, herederos de la miseria socializada implantada por Fidel Castro, que humildemente celebran la Nochebuena. Si es que pueden celebrarla.

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