El florista que ofrece ramos salpicados de buen humor

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    José Leguizamo está seguro que su buen humor y buena vibra, mantienen frescas las flores y plantas que vende en un concurrido mercado al este de la capital venezolana.

    Se acostumbró a trabajar la tierra desde que tenía 12 años, influenciado por unos abuelos con la dicha de vivir en un poblado agrícola enclavado en el Parque Nacional Waraira Repano. Una montaña que los caraqueños llaman  «El Ávila». De allí son las flores.

    Su jornada se inicia a las 2 de la mañana y culmina a las 4 de la tarde. Tiene cuatro empleados, que son hombres, porque en el fondo piensa que trabajar con flores tiene su parte ruda más allá de las espinas: hay tallos fuertes, tijeras y químicos.

    Además está Mayra, su esposa, que es su «flor» más preciada y quien cobra a los clientes. Su familia la completan cuatros hijos de ella, cuatro hijos de él y dos perros consentidos.

    «No hay ninguna flor fea, ninguna. Y como dicen por ahí, tampoco hay mujer fea.Lo que hay es maridos limpios (sin dinero) «, dice entre risas. Le brotan chistes a cada rato, siempre buscando espantar  las «malas energías» de su local.