El gran reto opositor si llama a la abstención: ¿y después qué?

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    Es obvio que las elecciones venezolanas no son competitivas. No hay un árbitro neutral, la oposición no puede participar libremente, el gobierno elige quién participa y quién no, utiliza los recursos públicos y así un conjunto de cosas que rompen con la democracia natural para que la oposición automáticamente diga que no tiene ningún sentido participar y que haya una propuesta de abstención básica para no validar ese proceso.

    Sin embargo, también es natural que la oposición se plantee un dilema. Para otro grupo de la misma oposición, la idea de no participar es negativa. Piensan que hay que participar en todos los tableros de lucha, no porque crea que va a ganar la elección o que el gobierno le va a permitir una elección transparente, sino porque creen que en esa elección se puede construir una articulación, una movilización, obligar a que tu adversario te haga trampa y que eso sea un disparador para la búsqueda y defensa de los derechos ciudadanos y que eso construya un momentum que pueda poner en aprietos como el caso de Toledo en Perú o el caso más reciente de Bolivia.

    Ese dilema clásico entre votar y no votar en una elección no democrática, en el caso venezolano, parece un dilema falso porque  la oposición está en una situación de perder-perder. Si convoca a la elección, lo más probable es que la gente no responda. Incluso uniéndose, la población basándose en la desconfianza, es muy difícil que decida acompañar ese proceso.

    Si la oposición llama a la abstención tiene otro problema que es el qué pasa después. Llamaste a la abstención porque no hay democracia, ¿y? Si eso no lo conviertes en energía cinética va a pasar lo que está pasando hoy: nada.

    La probabilidad de que se deterioren las instituciones y no generar esperanzas de cambio son muchas. Es un gran reto que le queda hoy al sector político que tiene que ir mucho más allá de un discurso simple porque la situación es extremadamente compleja.