¿En extinción?: Zonas populares se están quedando sin bodegas

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    A pesar de la aparición de bodegones en las urbanizaciones de Caracas, la falta de acceso a la comida en las zonas populares es cada vez mayor. El investigador del Centro de Investigaciones Populares (CIP), Alexander Campos, enfatizó que en esas comunidades populares de los cinco municipios de la capital han desaparecido las bodegas.

    En consecuencia, los habitantes “no tienen acceso a casi ningún tipo de abastecimiento interno y solamente está quedando lo que eventualmente y a disposición del régimen les llega a través del dispositivo de control del CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción)”.

    “En el Centro de Investigaciones Populares tienen acceso a todas las zonas de Caracas, es decir, no a una muestra de una comunidad, sino de un seguimiento en los cinco municipios y en todos existe el mismo problema. Si nos vamos a los pueblos es peor, porque no es solo en las comunidades sino prácticamente en todo el pueblo”, explicó Campos.

    El también profesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV) expresó que “ninguna comunidad de Caracas se está salvando de este proceso”. “En algunas el deterioro es menor, pero la tendencia es parecida en todos. Si estás en la carretera vieja Petare-Guarenas, en el acceso a la ciudad más lejano, es mayor el cierre de bodegas que si estás en José Félix Rivas que está más cerca de Petare. Sin embargo, el proceso es el mismo, todas van a la desaparición solo que a un ritmo más lento”.

    En esta carretera vieja, HispanoPost entrevistó a dueños de bodegas de la zona, entre ellos a Angely Pimentel, de 27 años de edad, quien heredó el abasto de su padre. Trabaja allí desde hace siete años y afirma que hace dos pensó en cerrar y buscar otro empleo porque no había ingresos. Al respecto, el investigador señala que “esta situación empezó hace cinco años, pero desde hace tres el declive es muy pronunciado”.

    Actualmente, Pimentel viaja a Cúcuta sola y cada cierto tiempo para comprar los productos que vende en su tienda, una de las más surtidas. Sin embargo, “no hay ganancia, apenas se cubren los gastos”.

    Campos enfatiza que “los grandes distribuidores están desaparecidos, y un ejemplo es Makro, otrora principal abastecedora de las bodegas la Petare-Guaneras, y ante ello no tienen ni siquiera acceso a los grandes abastecedores”.

    «La economía va a la eliminación de los mediadores de distribuidores. Ahorita el bodegón está comprando directamente a Estados Unidos o tiene un intermediario más personalizado y distinto al tradicional”, explicó el investigador.

    Cerca del abasto de Angely está el de Mayela Fernández, de 40 años de edad y profesora de bachillerato en Filas de Mariche, quien, debido al bajo sueldo, a la falta de autobuses que la llevaran a la unidad educativa y al costo de estos, decidió alejarse de las aulas y tener una bodega, una de las más concurridas.

    “Ha sido muy bueno porque ya no dependo de un sueldo, porque en Venezuela no se puede depender de un sueldo, aunque ha sido difícil porque la economía del país no es estable y debido a estos cambios tener una bodega es la mejor manera de solventar la parte económica familiar”, dice.

    Vecinos de la zona afirman que compran en el abasto de Mayela porque está cerca de sus casas y así se ahorran el costo del pasaje. Prefieren hacer allí sus compras de queso, huevos y harina para cubrir la dieta diaria, en lugar de gastar para ir a un supermercado que puede tener el producto más caro o quizá más económico, pero que sumado al pasaje saldrá más caro.

    El cierre de estas bodegas, de las pocas que aún están abiertas, haría que “las comunidades sean mucho más vulnerables y tengan que salir a la ciudad para poder adquirir los productos y actualmente es muy costoso el transporte”, destaca Campos, al recalcar que es la realidad de la mayoría de las comunidades.

    Para Mayela la realidad de las bodegas es diferente a la de Campos. Considera que “desde hace dos años han aumentado las bodegas en las zonas populares por la posibilidad de adquirir punto de venta”.

    Fernando Torres, de 48 años de edad, tiene dos semanas de haber abierto su propia bodega. Era taxista, pero el costo de los repuestos lo llevó a buscar otra manera de generar ingresos “para sobrevivir”. Cree que la realidad de los compradores es que se han acostumbrado a la inflación, porque de igual manera hay que comer. Se animó porque ha visto bodegas que al poco tiempo de abrir están surtidas.

    Narra que “no ha sido fácil, los ingresos han sido más por menos para cubrir los gastos. Y aún no hay punto de venta y en la zona hay muy pocas divisas”. Con respecto al impuesto para compras en divisas los tres comerciantes respondieron no saber nada al respecto.

    “El hecho económico de la desaparición de las bodegas tiene implicaciones políticas, comunitarias y sociales muy importantes. Es el resultado de una economía totalmente destruida. En un futuro va a haber mayor dependencia de lo que ofrezca el régimen y no estoy viendo que el mercado se mueva a solucionar esto porque no es el nicho de ellos, y más bien se están yendo”, afirma Campos.

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