Fernando de Noronha, santuario de la naturaleza

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    El secreto de este paraíso, al nordeste de Brasil, reside en el acceso limitado de visitantes y un férreo control a la entrada en los atractivos turísticos más demandados de la isla. Es la única fórmula para mantener intacto este santuario de la naturaleza en mitad del Atlántico.

    La conservación de la vida marina por parte del Instituto Chico Mendes (ICMBio) y de su proyecto TAMAR, así como la recuperación de los senderos y la protección de la flora y fauna del Parque, han hecho que aún la isla mantenga su estatus de paraíso, por más que los habitantes hayan crecido en tamaño y también en número de turistas.

    Solo puede accederse al archipiélago por avión, la tasa de entrada (68 reales por día, unos 20$) más el ingreso al parque (198 reales -66$-) junto con el alto precio de los alojamientos y la alimentación es ya de por sí una barrera de acceso que restringe de forma natural el número de visitantes y por ende, la presión sobre la biodiversidad de la isla.

    Algunos de los atractivos, como la codiciada piscina de Atalaia –un auténtico acuario natural- precisa ser reservada con antelación, ya que es uno de los rincones restringidos a la visita con objeto de mantener intacta la flora y fauna de sus aguas cristalinas. Las condiciones climáticas y de visibilidad también pueden imposibilitar su visita. Es considerada como uno de los mejores puntos de toda la isla para practicar snorkel. Aunque, el tiempo también es limitado, tan solo 30 minutos para evitar un uso invasivo con la vida marina.

    Los voluntarios que trabajan par el ICMBio son los guardianes de la riqueza de este paraíso que durante años fue conocido como la isla Maldita, porque albergaba un centro penitenciario. Hoy, Noronha es uno de los destinos más ambicionados del litoral del gigante latinoamericano por el turista brasileño, aunque continúa siendo poco conocido por los visitantes extranjeros.