Habaneros esperan a Obama con expectativa, curiosidad o indiferencia

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Tomando a ratos de un botellín plástico un alcohol turbio que saca lágrimas de los ojos, Arsenio intenta vender una colección de trastos anacrónicos y un puñado de revistas viejas de cuando Fidel Castro presagiaba que el ‘imperialismo yanqui’ tenía sus días contados.

Junto a dos socios andrajosos, han tirado una manta empercudida de color rojo donde muestran el inventario en venta en un portal de la calle Carmen esquina a Diez de Octubre, en el barrio de La Víbora, a media hora en auto del centro de La Habana.

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Un par de zapatos gastados, una pantalla de tubos catódicos de un ordenador jurásico y varias revistas Tricontinental con frases del Che Guevara logran venderlas en 90 pesos (alrededor 4 dólares) a un informático que compra equipos en desuso para utilizar sus piezas.

“Pero tuve que cargar también con los zapatos viejos, que los botaré en el primer contenedor, y con las revistas, que al menos servirán como papel sanitario en la casa”, comenta. 

Si para alguien la visita de Obama resulta un fastidio es para los vagabundos que pululan por toda la ciudad.

Según Arsenio, “cada vez que viene a Cuba un tipo importante, la policía recoge a los mendigos que dormimos en las calles y nos meten en un asilo ubicado en Calabazar (al sur de la capital). Cuando el Papa Francisco vino en septiembre, pa’llí me llevaron. Ahora se rumora que de nuevo van hacer ‘limpieza’. Lo bueno que tiene es que te dan desayuno, almuerzo y comida y te bañan con una manguera a presión. Lo malo que aquello parece una cárcel”.

A tono con la próxima visita del presidente estadounidense Barack Obama, La Habana se acicala. Vías importantes se asfaltan con urgencia, brigadas estatales reparan las filtraciones del alcantarillado público y a contrarreloj se fumiga en todas las barriadas, para controlar al mosquito Aedes Aegypti, transmisor del dengue, chikungunya y zika (de esta última epidemia, ya se han diagnosticado tres casos en la isla).

Para ‘no afear el ornato’, a vagabundos, alcohólicos y enfermos mentales que sobreviven como gitanos en una ciudad que antes de 1959 era considerada una de las más cosmopolitas de América, los ‘desaparecen’ unos días, al mejor estilo de una limpieza étnica.

Ellos no podrán ver al Cadillac One, la limusina presidencial conocida comoLa Bestia, circulando por La Habana. La visita de Barack Obama ha generado expectativas desmesuradas entre mucha gente. Demasiado, quizás.  

Todos, de una manera u otra, piden algo. La autocracia verde olivo, que Obama desmonte el embargo, devuelva la base naval de Guantánamo, cierre radio y televisión Martí, autorice el uso del dólar, permita el turismo y apruebe inversiones millonarias con empresas del Estado.

La disidencia no se queda atrás. Unos quieren dialogar con Obama para tirarse un selfie y luego colgar la foto en la pared. Otros, los que aprueban la hoja de ruta del presidente estadounidense, recordarle a los Castro que es el régimen el que no ha movido fichas.

Opositores como Antonio Rodiles y Berta Soler esperan tener una charla cara a cara con el jefe de la Casa Blanca, para decirle que negociar con la dictadura fortalecería los mecanismos represivos y ponerle de ejemplo los disidentes que los domingos son apaleados por protestar pacíficamente en un parque de Miramar.

Muchos cubanos de a pie, si pudieran, desearían departir con Obama para hacerle un recuento de sus penalidades. Que van desde chacotas y frivolidades hasta la más absoluta convicción de que los yanqui deben pagar las cuentas de los desastres causados por el ‘bloqueo’ en Cuba.

Roinel, graduado de historia, entiende esa postura nacional de petitorios y quejas constantes. “La falta de mecanismos institucionales donde se canalicen los reclamos populares, vivir subsidiados por el Estado y la propaganda por casi seis década de que el país no funciona por culpa del ‘bloqueo yanqui’ ha provocado que a la gente le sea más fácil pedir a otros que exigirle al gobierno sus derechos”.

Pedir es una constante en Cuba. De todo y a cualquiera. Que tus parientes en el exterior te manden dinero, te recarguen el móvil o te envíen el último modelo de jeans o de tenis Nike o Adidas.

Nadine, socióloga, no puede precisar cuándo el cubano comenzó a victimizar sus necesidades. “Pienso que todo comenzó con la llegada al poder de Fidel Castro, en enero de 1959. El trabajo mal pagado, el colectivismo y la indefensión ciudadana creó personas pedigüeñas que exigen más al prójimo que a ellos mismos. Literalmente, personas sin vergüenza”.

También existe un segmento de cubanos, sobre todo entre los más jóvenes, que la única parte de la visita de Obama que les interesa es observar en primera persona la parafernalia del servicio secreto y el despliegue de tecnologías novedosas.

“A mí me da igual lo que diga Obama o deje de decir. Lo que yo quiero es ver el aparataje de sus guardaespaldas y a La Bestia, que solo hemos visto en películas de Hollywood o en documentales de Discovery Channel”, apunta Yusnier, estudiante de bachillerato.

Y están los indiferentes. Como Josefa, ama de casa. “¿Va a bajar de precio la libra de tomate en el agro, traerá Obama un convenio para vender en Cuba carne de res a precios bajos, exigirá a Raúl Castro mejorar las pensiones de los jubilados? Si así fuera, tendría sentido su visita. De lo contrario el único que se beneficia es el gobierno”.

Para unos, la visita de Obama será histórica y un parteaguas en el futuro de la nación. Para otros, cintillos de prensa y cortina de humo. Y para mendigos como Arsenio, es abordar un ómnibus policial rumbo a un hospicio con tres comidas al día. Pero sin libertad.

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