Historias de vecinos: seis días de cuarentena en Baruta y El Hatillo

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“Héctor Rodríguez dijo que eran 17 los contagiados por coronavirus en Miranda: cinco en Baruta, cuatro en El Hatillo, tres en Chacao, tres en Sucre y uno en Zamora. ¿Por qué las autoridades insisten en destacar esas zonas? ¿Quieren hacer creer que es una enfermedad que padece la gente que pueda viajar? La realidad es que el coronavirus no es una enfermedad del este de Caracas”, afirmaba un vecino del municipio Baruta, refiriéndose al reporte que ese mismo día, el martes 17 de marzo, ofreció en horas de la mañana el gobernador de la entidad mirandina.

El hombre, de 78 años de edad y profesor jubilado, se pregunta si la razón de que esto sea así es porque “se trata de municipios opositores”. Su esposa, de 79 años de edad y también profesora jubilada, asiente y cuenta que casi a diario una patrulla de PoliBaruta recorre las calles de la urbanización. “Es una sensación extraña. Ya ni me asomo al balcón para verlos. ¿Es qué se van a llevar a la gente si está en la calle?”, dice molesta.

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La pareja está consciente de que el aislamiento es una medida necesaria para frenar el contagio por el COVID-19, pero rechazan que “se estigmaticen” a los habitantes de esos municipios “porque algunos viajaron a Europa y eso lo están usando como excusa”.

Sin embargo, ellos insisten en que quieren salir “a comprar en el mercadito de Prados del Este”. “Llama a Inés y pregúntale si el sábado va a llevar queso”, le dice la mujer a su esposo, quien permanece mudo ante la mirada inquisidora del nieto.

Ese mismo martes, segundo día de la cuarentena, en un supermercado ubicado en La Trinidad, al sureste de Caracas, ya a las 8:00 de la mañana había personas, todos con tapabocas, comprando principalmente alimentos. Varios hacían cola para adquirir carne, charcutería o quesos. Pero la mayoría se concentraba en la zona de vegetales y frutas. Allí los consumidores llenaban bolsas con naranjas o limones.

“Dicen que la vitamina C es buena para levantar las defensas y mira que las necesitamos bien altas en estos momentos de coronavirus”, le decía una mujer a otra mientras colocaba en el carrito de mercado una bolsa llena de limones.

En el pasillo de los productos de limpieza del hogar, un hombre también llenaba su carrito, pero no con alimentos sino con 11 botellas de cloro. “Son para desinfectar la casa”, se excusaba con quienes se le quedaban mirando.

A medida que transcurría la mañana, el supermercado se iba llenando un poco más, aunque los clientes procuraban salir rápido del lugar.

Una de las panaderías más concurridas de La Trinidad estaba a abierta, pero pasada las 10:00 am solo una mujer estaba adentro comprando pan. Aunque todos los empleados llevaban mascarilla, se la quitaban cuando hablaban entre ellos o por teléfono.

La excusa de la cajera: “Es que me fastidia, me cuesta respirar”, le decía a la mujer mientras pagaba. Justo en ese momento entraba otro cliente. En contraste, en una farmacia de la zona el encargado no despachaba si no “guardas distancia”.

Algo de “trampita”

En el caso de El Hatillo fue el propio alcalde de ese municipio, Elías Sayegh, quien tras confirmarse el viernes 13 de marzo los dos primeros casos de coronavirus en Venezuela, informó ese mismo día que uno de ellos es residente de esa zona. También anunció las medidas a tomar: únicamente pueden abrir los establecimientos que venden artículos de primera necesidad, los restaurantes solo podrán vender comida para llevar y quedaron prohibidos los espectáculos públicos.

Desde entonces los alcaldes Darwin González, de Baruta, y Sayegh, han compartido información en sus redes sociales y de las alcaldías sobre las medidas que se están tomando, consejos sobre prevención y teléfonos de los servicios médicos que están prestando.  

El sábado 14 de marzo, dos días previo al inicio de la cuarentena decretada por la administración de Nicolás Maduro, en un video difundido también por redes sociales González, Sayegh y el alcalde de Chacao, Gustavo Duque, hacían un llamado a los habitantes de sus correspondientes municipios para que no salieran de sus casas a menos que fuera estrictamente necesario.

“Me parece bien la medida, porque eso implica que la gente no puede estar saliendo. No lo veo mal”, aseguraba el martes una vecina de El Hatillo. Sin embargo, el viernes, quinto día de cuarentena, confesó que hizo “trampa”. Bajó a “estirar las piernas” en el estacionamiento de su edificio.

En ese “receso” aprovechó para contar que el jueves salió a comprar alimentos. “Mi carro está dañado. Primero no lo podía reparar porque no había repuestos, ahora por el coronavirus. El mecánico vive en Charallave y me dijo que por la cuarentena no podía venir a Caracas para abrir el taller. Tampoco pude comprar en el mercadito al aire libre porque los gochitos no vinieron. Así que tuve que arrastrar mi carrito de compras por la calle”, dijo la mujer de 59 años de edad.

Tuvo que ir a pie desde El Cigarral hasta La Boyera porque en el supermercado cerca de donde vive “ya no había nada”. “En el segundo mercado había de todo, pero tuve que hacer las compras rápido, porque unas vecinas me iban a dar la cola”, narró.

Todo por un dólar

El viernes en la mañana otros también estaban haciendo mercado, solo que los ánimos estaban algo caldeados. Unos gritos captaron la atención de las personas que hacían cola para pagar en un supermercado en La Trinidad.

“Dónde está tu humanidad. Por qué no la dejas que se lleve todo lo que compró. Tú estás beneficiando a los dueños y perjudicándola a ella. Yo soy economista y sé de libros contables”, decía una mujer con el cabello canoso a la cajera, quien trataba de explicarle que a la joven le faltaba un dólar y tampoco tenía bolívares para completar el pago.

La mujer azuzaba a la joven, quien, aunque no era familiar ni amiga, se había ofrecido antes a ayudarla a llevar las bolsas al carro, para que dejara los productos que le habían facturado.

En la caja contigua un hombre le decía a la cajera que le tenía que dar el dólar de vuelto, a lo que ella respondía que no podía porque no tenía vuelto. “Entonces cómo hacemos”, preguntaba en hombre. Otro intervino en la conversación: “Mira, cada vez alcanzan menos los dólares. En lo que va de cuarentena, su precio ha caído. Así que no podemos perder ni un dólar”.

En efecto, desde el lunes 16 de marzo, cuando comenzó a aplicarse la medida de aislamiento, hasta el jueves la cotización del dólar había bajado. La diferencia era de 10.000 bolívares. El viernes tuvo una leve “recuperación”.

“No me los voy a llevar”, dijo finalmente la joven. Un gerente le insistía en que que no podía hacer eso porque ya habían facturado toda la mercancía. La mujer la jalaba por un brazo para que se fueran. El hombre, en la otra caja, al final cedió: “Cuánto cuesta un pan. Dámelo”.

Afuera la joven colocaba las bolsas en el carro de la mujer, quien se iría a su casa con el mercado completo. Ella, con las manos vacías.

Sin tapabocas

El viernes, sin embargo, no fue solo la vecina de El Hatillo quien hizo “trampa”. En un barrio cercano a la Universidad Simón Bolívar, a eso de las 11:00 de la mañana, unas madres habían sacado unas sillas a la calle y en sus brazos sostenían a sus hijos pequeños, mientras los más grandes correteaban alrededor de ellas. Ninguno portaba mascarillas. Más adelante, un hombre mantenía abierto su local de venta de repuestos, los demás estaban cerrados. No cubría su rostro.

En una urbanización también cercana a la USB, a las 3:20 de la tarde, vecinos se asomaban por ventanas y balcones al escuchar risas que antes pasarían desapercibidas. Padres habían bajado con sus hijos y jugaban con ellos en el estacionamiento del edificio. Tampoco portaban tapabocas.

“Los niños necesitan distraerse. Es muy difícil el encierro para ellos. Todos hemos tenido que cambiar nuestras rutinas y adaptarnos, pero a ellos les cuesta más”, justificaba una de las madres.

Casi a las 6:00 pm, otros vecinos decidieron salir. Una mujer paseaba su perro y tres adolescentes estaban en el parque. Dos de ellos, un chico y una chica, estaban sentados en la “mesa redonda”, que es como se le conoce a una estructura circular de concreto. No usaban mascarillas. El otro, más precavido, se sentó en el tobogán y tenía cubierta la parte inferior de su rostro.

Habían decidido “desafiar” la cuarentena. Ese día, a diferencia de los otros, no se vio la patrulla de PoliBaruta por la urbanización. Este sábado 21 de marzo, a las 1:00 pm de la tarde, apareció: “No pueden estar en la calle sin tapabocas”, decía uno de los policías por el altavoz. Las risas de los niños ya no se escuchaban.

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